¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? ¿Son sueños o memorias insertadas? Sabemos que aspiran a ser humanos. De su resistencia a morir por la certidumbre –inhumana-, de una fecha de expiración. Se nos ha revelado su aprecio por la vida y su conocimiento del miedo. Sabemos que los androides han visto cosas que los humanos no creeríamos: naves en llamas más allá de Orión y resplandores que rompen la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser, momentos que se perderán en el tiempo… Hasta ahora, están atrapados en la obra cumbre del cine de ciencia ficción Blade Runner (1982), dirigida por Ridley Scott.
Tan sólo ese fragmento cinematográfico con el replicante Roy Batty (Rutger Hauer) bajo la lluvia: el lamento de un androide en estado de gracia en su anhelo por la inmortalidad, sería suficiente para dar paso atrás ante el desafío de revisitar ese mundo encriptado en el año 2019, en el cual conviven replicantes en rebelión y sus cazadores implacables. Inspirada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick, la película realizada por un muy persistente Scott, siguió un tortuoso periplo en su camino a la eternidad. De fracaso en taquilla a filme de culto en el cielo de lo intocable… hasta hoy.
El canadiense Denis Villeneuve, cineasta versado en enigmas, vueltas de tuerca, encrucijadas existenciales, embestidas emocionales y planteamientos filosóficos convertidos en imágenes en La mujer que cantaba (2010), Enemy (2013) y La llegada (2016), retoma ese porvenir deshumanizado para seguir la pista del blade runner Rick Deckard (Harrison Ford) y resolver la incógnita sobre la verdadera naturaleza del cazador, misterio sembrado a partir de un diminuto unicornio de origami. Como 20 años no son nada, Blade Runner 2049 reemprende la aventura 30 años después. El oficial K (Ryan Gosling), un eficaz blade runner con el añadido de ser replicante, en la tarea del «retiro» forzado de autómatas fugitivos, descubre una evidencia perteneciente al pasado que podría alterar el aparente equilibrio alcanzado en el año 2049. Ese rastro haría tambalear el emporio tecnológico de los replicantes de Niander Wallace (Jared Leto), la noción sobre los vínculos entre humanos y androides y, de paso, abrir una brecha alentadora para el oficial K, la posibilidad de ser algo más que un replicante.
En ese entorno distópico, la melancolía inunda la pantalla, el pesar de un androide a la caza de los suyos, en el limbo entre dos mundos, desdeñado por los humanos y catalogado de traidor por sus semejantes. Así le reprocha el coloso autómata Sapper Morton (Dave Bautista) cuando es acorralado en su escondite. Esta vez, Morton ha visto cosas que el otro replicante no creería: “Nunca has visto un milagro”, le dice. El oficial K, desterrado de ambas castas, se programa entonces una nueva misión, ir en busca de ese milagro y una de las pistas yace en Rick Deckard, desaparecido hace tres décadas.
El teniente K, replicante sin nombre, encuentra acomodo acertado en la expresión ambigua e indeterminada de Gosling, un actor cuyo semblante apunta a varios destinos: tristeza, resignación, esperanza, anhelo, dolor, frustración. En esa nueva generación de replicantes, “Más humanos que los humanos” como ostentan sus creadores, permea el sentido de pertenencia, pesa la soledad y la necesidad de un propósito elevado. Su única compañía, Joi (Ana de Armas) un ángel virtual convertido en confidente y cómplice quien le otorga a K su primer paso al lado humano: un nombre, Joe. Esta suerte de holograma guarda sus propios deseos corpóreos hechos realidad en una secuencia deslumbrante en donde lo tridimensional se funde con la carne.
Sobre humanos deshumanizados, sobre replicantes con sentido de lo humano. Replicantes que desean ser humanos, humanos que se enamoran de replicantes, replicantes que se enamoran de seres virtuales, seres virtuales enamorados de replicantes, replicantes que aman a los humanos… y así nos vamos en este cosmos. Denis Villeneuve no se ha entrometido en este universo, ha expandido la órbita siguiendo el planteamiento del guionista Hampton Fancher, el mismo de la Blade Runner de 1982. De las alcantarillas humeantes y oscuridad imperecedera de Los Ángeles del 2019 a la periferia urbana de desiertos en busca de sol y paisajes amarillos acotados, en donde no se vislumbra el horizonte, la nada en el futuro. Un mundo que ha perfeccionado su decadencia y en donde prevalece la nostalgia, resumida en objetos, arte y recuerdos tridimensionales de Elvis Presley Marilyn Monroe, Frank Sinatra.
Las dos películas se unen en el eslabón fascinante de esa incertidumbre que nos ha mantenido en vilo durante más de 30 años. Si Deckard es un humano o un replicante, duda volcada en esta secuela en la incógnita de si el replicante K es en realidad un humano. En conjunto, una exploración a esa noción y si en ella influye el origen, tanto como las acciones y decisiones que tomamos. “Saber de dónde venimos para saber a dónde vamos”, dudas ancestrales.
Blade Runner 2049 es obra magistral del género, impecable en la orquestación de todos sus elementos. Desde un guión que conserva sus misterios, la espléndida fotografía del 13 veces nominado al Óscar Roger Deakins, (Fargo, Kundun), la música de veteranos como Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer y ese ritmo sin prisas de Denis Villeneuve, cuyas preocupaciones siempre están más allá del reloj, 164 minutos de metraje y uno quiere más. Dados los resultados en taquilla, al parecer, al igual que su predecesora, Blade Runner 2049 será más apreciada con el tiempo. Pertenece a ese cine de largo aliento, al que se puede regresar una y otra vez para examinar otra de sus múltiples capas, metáforas y planteamientos. En una época acostumbrada a los objetos desechables, ¿sueñan los cinéfilos con películas de largo aliento? La respuesta es suya, querido lector.