Desde Barcelona, el periodista Javier Molina hace un análisis sobre la situación que pasa actualmente en su país; los antecedentes históricos e ideológicos que provocaron la decisión catalana de independizarse. Además, explica las consecuencias económicas y sociales de la actual crisis política.
Por Javier Molina
Barcelona, 15 de octubre (SinEmbargo).– Ante la pregunta del millón: “¿por qué Cataluña quiere independizarse de España?”, uno siempre se queda con cara de póker y sin palabras.
La respuesta a esa pregunta siempre sonaría subjetiva y ambigua. Lo más fácil para salir del paso sería decir: “depende de a quién le preguntes”. Es la única forma de no faltar a la verdad. Unos esgrimen razones ideológicas y otros económicas, pero la mayoría está de acuerdo en que la actitud torpe, despreciativa y represiva del gobierno español (en manos del derechista Partido Popular) ha incendiado las pasiones independentistas. Dentro de la pregunta del millón se encierra otra más inquietante: “¿de verdad la mayoría de los catalanes quiere independizarse?”. Y de ser así: ¿cómo hemos llegado a esto? Ahí van algunas reflexiones como respuesta.
EL SENTIMIENTO IDEOLÓGICO
Para empezar, siempre hubo en Cataluña un sector de independentistas convencidos que nunca llegó al 20 por ciento del total de la población. Entre ellos hay quien reivindica el republicanismo de los años treinta y hay quien alude a los sentimientos patrios de la Cataluña medieval y renacentista. Entre los atrevidos cibernautas hay quien se empeña en afirmar que Cataluña fue un “reino independiente y autónomo” hasta el siglo XVIII.
Repasemos brevemente la historia. El mayor esplendor de Cataluña se remonta al siglo XIV, cuando Barcelona fue una de las ciudades más poderosas y pujantes del mundo occidental. A ese periodo debemos el maravilloso Barrio Gótico, el Borne y la llamada Catedral del Mar. También la creación del gobierno catalán: la Generalitat. La ciudad se convirtió en el motor de los Condados Catalanes integrados a su vez en una corona (Aragón) que se expandió por el Mediterráneo a sangre y fuego.
La izquierda tiene muy poco que reivindicar de este periodo, puesto que los catalanes eran tan violentos y sanguinarios como cualquier otro reino, condado o feudo medieval. Hay quien asegura que el sistema de gobierno medieval, El Consejo de Ciento, era el órgano protodemocrático más antiguo de Europa. En todo caso, no todo era libertad y prosperidad: la violencia ejercida contra las mujeres en la Cataluña medieval fue mucho peor que en Castilla (donde la ley goda impedía el secuestro-estupro y el derecho de pernada). Los catalanes fueron los pioneros en masacrar y expulsar a los judíos: lo hicieron en 1391, cien años antes que los Reyes Católicos. También se adelantaron a Castilla a la hora de implantar la tortura inhumana de de la Inquisición (1249, doscientos años antes).
Si avanzamos cronológicamente llegamos al periodo que reivindica la mayoría de los independentistas: la soberanía catalana anterior a la centralización de los Borbones en España. Es decir, la Cataluña anterior a 1714.
Intentemos resumir este periodo a grandes rasgos. España no era un país unido ni centralizado; la Corona de Castilla y la de Aragón, a pesar de su unión y alianza sellada a partir del siglo XV con los Reyes Católicos, mantenían sendos gobiernos autónomos desde la edad media. A principios del XVIII el Rey Carlos II, medio loco y pusilánime, murió sin descendencia. Estalló entonces una guerra europea entre dos dinastías, los borbones y los habsburgo, para hacerse con el reino de España. Gracias al apoyo de Francia, los borbones (apellido que aún hoy ostenta el actual Rey de España) salieron vencedores. Cataluña se les opuso, apoyando a los Austrias, la dinastía que antes reinaba en España. El 11 de septiembre de 1714 las tropas de Felipe V de España entraron en Barcelona, vencieron a los catalanes, destruyeron parte del casco antiguo de la ciudad y suprimieron el gobierno de la Generalitat. Implantaron en España un sistema centralizado basado en el modelo más exitoso de Europa, el del rey francés Luis XIV. Es decir, Madrid asumió el poder de todo España. Curiosamente, Cataluña vivió justo después un nuevo siglo dorado económica y culturalmente. Todos los historiadores afirman que el periodo borbónico fue una de las épocas más prósperas de Cataluña. Para los independentistas, sin embargo, es época la más denostada.
En el siglo XIX, el gran siglo de los nacionalismos, Cataluña florece industrial y culturalmente y reivindica su identidad a través de su lengua originaria: el catalán. El espíritu de la Reinaxença dará pie al catalanismo que desde finales del siglo XIX se relacionará con las ideas republicanas opuestas al centralismo monárquico español. Nace entonces la base del independentismo actual: la bandera, el himno, los patrones y los partidos políticos que conseguirán proclamar una República Catalana el 14 de abril de 1931, al calor de la reciente y efímera Republica española. El Presidente republicano español, Manuel Azaña, logró contentar a los catalanes reestableciendo el Estatut de Autonomía de la Generalitat. Sin embargo, dos años después otro mandatario catalán, Lluis Companys, volvió a proclamar el Estado Catalán. Ocurrió el 6 de octubre de 1934. Poco después Companys fue encarcelado y más tarde fusilado. Fue el último intento independentista hasta hoy. Un año y medio después estalló la guerra civil. El fascismo y el Comunismo se disputaban el mundo y España se convirtió en un campo de pruebas. En 1939 el país entero acabó reducido a cenizas y en manos de un dictador que reprimió a catalanes y españoles durante casi cuarenta años.
En resumen, el día 11 de septiembre se celebra y se reivindica un abstracto pasado independiente y pseudo-medieval que no difiere en miseria, injusticia e intolerancia de ninguno de los reinos, condados y feudos que componían el puzzle caótico que era Europa en la edad media. Se recuerda a los mártires de las libertades catalanas, pero los catalanes de abajo tenían la misma libertad que el resto de los pueblos: ninguna.
Hace 10 años sólo una minoría de radicales catalanistas se prestaba a apoyar la independencia. Ahora, tras al maltrato dado por el partido gobernante en España (el derechista Partido Popular) rondan el 50%. La lengua es uno de los principales vehículos del nacionalismo catalán y al mismo tiempo, uno de los rasgos más criticados por los españoles nacionalistas. Parecen olvidar que España no es un ente uniforme, sino un compendio de culturas, y que el hecho de que en varias comunidades autónomas se hable una lengua distinta al castellano es un signo de riqueza cultural y lingüística, no un lastre para la convivencia. El nacionalismo español, en su simplismo extremo, pretende que todo España sea castellanoparlante por la fuerza, como lo fue durante la dictadura de Franco (1939-1975).
LA OPOSICIÓN AL PARTIDO POPULAR
Hasta aquí los argumentos ideológicos. Pasemos al pasado más inmediato. Todo este problema se desató a partir de 2010, cuando la crisis económica mundial ya se sentía en toda España. El gobierno del PP consiguió que el Tribunal Constitucional recortara el Estatuto de Autonomía que Cataluña había votado cuatro años antes, durante el gobierno de la izquierda moderada del Partido Socialista. Fue como ponerle un caramelo en la boca a un niño para después darle un bofetón y quitárselo.
Anulando el Estatut, el PP alimentó el nacionalismo y sin quererlo dio argumentos al partido (también derechista y corrupto) que gobernaba Cataluña durante más de veinte años: Convergència i Unió. Ninguno de los presidentes catalanes había hablado hasta entonces de independencia, pero ahora necesitaban un enemigo externo. El pueblo catalán se les estaba echando encima con protestas cada vez más numerosas contra los recortes en salud, educación y vivienda (los recortes más brutales de España, por cierto). El Govern necesitaba un chivo expiatorio, y recurrió, como resume Caparrós, “al viejo truco de la patria”. De pronto, toda la culpa era de Madrid.
Los gobiernos catalán y español se enzarzaron en una pelea de chovinismos, banderas y patriotismo barato que arrastró, distrajo, y, por qué no decirlo, apendejó a la gente. Nunca antes habíamos visto tanto odio a lo catalán en la España democrática. Nunca antes el sentimiento independentista fue tan agresivo y mediático. La celebración de la fiesta nacional catalana, la Diada, pasó de ser una reunión de unos pocos miles de nacionalistas radicales (10.000 personas en 2011), a un evento multitudinario jalonado por casi un millón de personas a partir de 2012. Barcelona se revistió de banderas esteladas y próclamas independentistas. España era el enemigo. Era el inicio del fin de la convivencia.
CAUSAS Y POSIBLES CONSECUENCIAS ECONÓMICAS
El sector más pragmático y racional del independentismo alude a la razón económica. Aseguran que la economía catalana iría mucho mejor sin España, “porque el Gobierno de la derecha, de los corruptos y los recortes es un lastre” (parecen olvidar los escándalos, la corrupción y los recortes de la derecha catalana que ha encabezado el referéndum).
La verdad, la cruel verdad, es que nadie tiene claro lo que puede suceder a medio plazo. Las predicciones económicas de los partidarios a la independencia son muy positivas y aluden al enorme coste que tiene para Cataluña pertenecer a España y los grandes beneficios que la República independiente obtendría si se separa. Los contrarios a la ruptura admiten que la independencia sería mala para España pero afirman que sería mucho peor, incluso desastrosa, para Cataluña. Ambos se acusan de falsear los datos.
Cataluña concentra casi un 19 por ciento de la capacidad de producción de España (211.819 millones de euros de PIB en 2016) y el 16% de la población (7,41 millones de habitantes). Su riqueza per cápita es superior a la media de España. Un estudio del banco inglés HSBC considera que, “sin la aportación de Cataluña, la economía española será levemente superior a la de Países Bajos”. Es decir, España pasaría de la quinta a la sexta posición por PIB de la Unión Europea, al perder 411.210 millones de euros anuales.
Los economistas contrarios a la independencia aseguran que las consecuencias a corto plazo también serían muy negativas para Cataluña. Al menos de momento (y más aún si la ruptura se lleva a cabo en estas circunstancias), Cataluña saldría de la Unión Europea y perdería los fondos de inversión, la liquidez del Banco Central Europeo y el mercado interbancario. Analistas del banco Credit Suisse aseguran que la independencia podría llevar a Cataluña a un aislamiento económico y un empobrecimiento sin precedentes. Muchas grandes empresas (La Caixa y Gas Natural) ya han desplazado sus sedes, ante la incertidumbre que genera la posible independencia.
¿Entonces, Cataluña irá mejor a largo plazo o peor? ¿Y España? Nadie lo sabe con certeza. Todas las teorías son sólo hipótesis que pocos se atreven a garantizar. Por desgracia nadie tiene acceso al oráculo de Delfos para predecir los inciertos avatares económicos.
EL REFERENDUM DEL 1 DE OCTUBRE
Lo que está ocurriendo este mes es un auténtico órdago por parte del Gobierno catalán a España. Hay que recordar que hoy en Cataluña gobierna una alianza de partidos de ideología contraria (de la extrema izquierda a la derecha heredera de la burguesía catalana) que ganaron las elecciones con la premisa de convocar un referéndum que abriera las puertas a la independencia si la mayoría de los catalanes les votaba. Se llama Junts pel Sí, y sí, ganaron por mayoría absoluta según escaños, pero solo obtuvieron el 48% de los votos. Es decir, la mayoría de los votantes catalanes no les prestó su apoyo. Esto, por supuesto, no les amilanó: decidieron sacar adelante el referéndum fuera como fuese.
El gobernante Partido Popular, se ha negado sistemáticamente a dialogar con los catalanes. Fieles a sus orígenes franquistas (recordemos que el lema de la España dictatorial era: «Una grande y libre») consideran indiscutible que España es un país centralizado cuya capital es Madrid. Asimismo, niegan rotundamente la posibilidad de que Cataluña convoque un referéndum legal. Para ellos la unidad de España es incuestionable.
Ante la negativa y el rechazo constante al diálogo, el Govern de Cataluña ha decidido sacar adelante el sufragio con todo tipo de artimañas, sin acordar una participación mínima, sin que exista un censo y sin contar con la otra mitad de los partidos catalanes que consideran que se trata de una consulta ilegal y no representativa, y se niegan a participar. Estamos hablando de un “referéndum” en el que sólo han votado los que quieren la independencia. Para cualquier demócrata es una broma mal concebida llevada a cabo de la forma más grotesca.
El resultado ha sido bochornoso. Urnas rotas, papeletas esparcidas en el suelo bajo la lluvia, votos sin control alguno. En resumen, un desastre que no puede ser calificado ni siquiera de simulacro de referéndum. Pero estos detalles han quedado en un segundo plano. La noticia que acaparó los titulares el día 1 de octubre fue la atroz y desproporcionada represión llevada a cabo por las fuerzas de seguridad españolas para impedir que se votara. El gobierno Español envió fuerzas de seguridad a Cataluña, y estas, cómo no, fueron recibidas como un ejército de ocupación. Las imágenes hablan por sí mismas: ancianitas golpeadas mientras se dirigían a votar, familias con niños aporreados, gente pacífica zarandeada y maltratada como si fueran delincuentes. 800 heridos. Un escándalo internacional.
Esa represión ha impulsado más el independentismo que todos los discursos nacionalistas juntos. El Presidente catalán Puigdemont contaba con que Rajoy mandaría a la Guardia Civil y estaban preparados para sacarle partido mediático. Pero la parranda de golpes a la que asistimos el día 1 de octubre fue un auténtico regalo para los independentistas. Cataluña no va a olvidar fácilmente esa injuria, ese maltrato. Hoy, muchos ciudadanos que no se consideran nacionalistas están dispuestos a votar contra España para librarse de un vecino tan odioso y represivo.
Está claro que tanto unos como otros, gobierno español y catalán, quieren tapar sus miserias y corruptelas alimentando este caos. Y mientras ellos se señalan con el dedo, la gente de la calle se grita, se pelea y la brecha social se torna insalvable. Es una absoluta irresponsabilidad. Pero en este juego de tronos hay un claro ganador: los independentistas. Están ideologizando a una masa cabreada y encaminándola a la rebelión social contra un país “extranjero”. Hasta hoy están consiguiendo todo lo que se proponen. ¿Conseguirán consumar la independencia?
¿QUÉ PASARÁ AHORA?
Tras la turbulenta jornada del referéndum, el Gobierno catalán sabe que tiene más apoyo moral que nunca para llevar a cabo sus planes. El 90% de los votos fueron para el Sí a la independencia. La participación fue del 42 por ciento pero las irregularidades fueron innumerables.
Todo apunta a que el gobierno catalán tratará de declarar la independencia de manera unilateral. Sería un error catastrófico, porque Europa no puede aceptar una secesión declarada tras una votación como la del 1 de octubre. La única salida a este desastre es el diálogo, pero nadie en los gobiernos de España o Cataluña parece dispuesto a dialogar.
La calle hierve, la gente está harta de la presencia policial española, las banderas ondean más fuerte que nunca, varias empresas ya han cambiado de sede y otras muchas amenazan con hacerlo. Los partidos de izquierda aún confían en que el seny catalán (palabra que designa el sentido común) salga a relucir en el último momento. La derecha española, en cambio, está en pie de guerra.
A corto plazo se esperan tiempos convulsos. Más marchas, protestas, detenciones, gritos, banderas y caos. A largo plazo lo único que está claro es que se tendrá que aceptar un referéndum legal y democrático. Si se hubiera permitido hace un año, o incluso hace meses, todo apunta a que la mayoría de los catalanes habría preferido quedarse en España. ¿Pero hoy? Hoy todo es una incógnita. Hoy estamos más cerca que nunca de ver una Cataluña independiente.