Después de 30 años de sus políticas, el neoliberalismo entrega de sus peores cuentas en México. Pobreza, salarios deteriorados, corrupción, desconfianza, violencia y un entrañado desencanto han sido signos de su era. El sistema está vigente y sin visos de equilibrio.
Ciudad de México, 15 de octubre (SinEmbargo).– “Lo que más me duele es que esos años de ajuste económico y de cambio estructural se caracterizaron también por un deterioro en la distribución del ingreso, por un abatimiento de los salarios reales y por la insuficiente generación de empleos; en suma, por un deterioro de las condiciones sociales”.
Frente a las cámaras de Clío TV para el documental “Miguel de la Madrid, oportunidades perdidas”, producido en 1998, el ex mandatario federal habla con tono de rectificación. Y de lamento. Está en traje gris y corbata guinda. Al momento de sus palabras, tiene 64 años de edad. Se refiere al modelo económico que fue iniciado en su Gobierno (1982-1988) y que en el mundo es conocido como Consenso de Washington o neoliberalismo económico.
En 1983, de repente y sin mucho aviso, los programas gubernamentales se alinearon a los dictámenes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). En pocas palabras, México se abrió a las comunidades globales. Y así, la gestión competente del Estado quedó achicada en todos los ámbitos económicos y financieros.
En cada sexenio ocurrió algo significativo. Con el mismo Miguel de la Madrid Hurtado, México firmó el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (GATT); con Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) se signó el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) y se privatizó más del 90 por ciento de las empresas paraestatales, entre ellas Teléfonos de México (Telmex); con Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) fue vendida Ferrocarriles Nacionales de México (Ferronales); con Vicente Fox Quesada (2000-2006) se firmó un “TLCAN-plus”, mejor conocido como Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN); con Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012) fue requisada la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, y en la presente administración, la de Enrique Peña Nieto, se promulgaron cinco paquetes de reformas estructurales, una de ellas concerniente al entrada de capital extranjero en Petróleos Mexicanos (Pemex).
Representado en un partido o en otro, con cualquier color, con cualquier persona, ya sea a nivel federal o local, el neoliberalismo es el personaje que ha gobernado las últimas tres décadas en México. Sus designios han sido implantados de manera estricta. Pero en lugar de recoger la cosecha de sus decisiones, cada sexenio, lo que ha acumulado es una cadena de deudas con la población: ningún Gobierno ha logrado crear el millón de empleos que se requiere cada año respecto al crecimiento poblacional y el salario no se recupera de esa pérdida de 44.9 por ciento, registrado en los ochenta, según el Banco de México (BdeM).
Es el neoliberalismo. Ese sistema que logró ignorar las conquistas históricas de la lucha laboral, devaluar sin respiro al peso, causar una irrefrenable desconfianza en las instituciones democráticas y multiplicar a los pobres. El mismo que, pese a todos los pesares, continúa vigente.
En los años del desarrollo de sus políticas, a golpe de realidad, los mexicanos han aprendido a incluir en su vocabulario común palabras como “gasolinazo”, “crisis” o una frase que a veces resume treinta años de Historia: “Ahora no puedo por falta de lana”.
DESIGUALDAD SOCIAL: LA SEMILLA
“En el caso mexicano, hay una asociación muy importante y significativa entre el neoliberalismo y un fenómeno social: la desigualdad. Esa es la premisa para plantear cualquier otro problema vinculado con esta política económica como el desencanto en las instituciones o las expresiones de violencia”, explica en entrevista José Luis Reyna, profesor del Colegio de México (Colmex).
Si se observan los datos internacionales disponibles, la desigualdad social es una fotografía con los contrastes cada vez más marcados. El Global Wealth Report 2014 señala que el 10 por ciento más rico de México concentra el 64.4 por ciento del total de la riqueza del país. Otro reporte de Wealth Insight expone que la riqueza de los millonarios mexicanos excede y por mucho a las fortunas de otros en el resto del mundo. La cantidad de millonarios en México creció en 32 por ciento entre 2007 y 2012. En el resto del mundo y en ese mismo periodo, disminuyó un 0.3 por ciento (estudios que reproduce el economista Gerardo Esquivel, del Colmex, en “Concentración del poder económico y político”, editado por Oxfam).
Se trata de un microcosmos. La estadística de Credit Suisse acaba de mostrar que el 1 por ciento de la población, aquellos que tienen un patrimonio valorado de 760 mil dólares, poseen todo el dinero que está repartido en el otro 99 por ciento. La institución advierte que esa brecha que hoy marca a la humanidad se ha ampliado desde la crisis financiera de 2008 y en el marco de las políticas neoliberales.
Lejos, muy lejos de ese mundo donde hay de todo a manos llenas, en México la tragedia nacional crece: hay más mexicanos pobres. En sólo dos años, los primeros del Gobierno peñista, dos millones de individuos cruzaron de la clase media hacia el umbral del hambre, según el propio Consejo Nacional de Evaluación de las Políticas Sociales (Coneval). La estampa de la pobreza pasó de 53.3 a 55.3 millones de seres humanos (son cifras oficiales, pero cálculos independientes ven hasta 70 millones).
Y es un paisaje que no coincide con veinte años en que se ha aplicado sin parar una cadena de programas sociales, iniciados con el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) en 1993 en el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari y aterrizados en la Cruzada Nacional contra el Hambre y el Programa Oportunidades en el Gobierno de Enrique Peña Nieto.
Miles de millones de pesos han sido gastados en combatir la pobreza en México sin ningún resultado, o más bien, con el resultado opuesto: hay más pobres en el presente. Cada vez más.
El hecho es que hay dos estampas muy diferentes de un solo país. En una se vive con muchas luces. En la otra, en la tiniebla. En estos contrastes, se amasó la fortuna de Carlos Slim Helú, quien alguna vez fue el hombre más rico del mundo, según la revista Forbes (en la lista de 2015 apareció como el segundo, después de Bill Gates) con 77 mil 100 millones de dólares.
Comprador de Telmex en 1990, Slim Helú –“El rico de México”, como gusta que le llamen– es el empleador en México con más número de trabajadores, seguido por Bimbo, según constató este medio digital en datos de la Bolsa Mexicana de Valores (BMV). Los empleados de Slim se encuentran en consorcios que van desde la telefonía fija y celular con Telmex y América Móvil, pasa por la ingeniería con Grupo Carso Infraestructura e IDEAL, el comercio minorista con Saks Fifth Avenue y llega hasta los servicios financieros con Grupo Inbursa.
Slim reconoce, según su página oficial, poco más de 710 mil empleados, de los cuales, unos 500 mil son indirectos. Bajo este esquema, Slim es patrón de la cuarta parte de los 2.4 millones de trabajadores que la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y el Instituto Nacional de Estadística Geografía e informática (Inegi) reconocen como población subcontratada en México.
¿Quién, en México, no trabaja para Slim de manera directa o indirecta? Ha conformado un universo laboral en el que están meseras, garroteros o adultos mayores vendedores de tarjetas Telcel. Todos, con un promedio de cinco salarios mínimos.
Para José Luis Reyna, del Colmex, la concentración del capital en pocas manos ha instalado desigualdad de oportunidades y muchos anhelos perdidos. Y ello, no puede ocasionar algo diferente a la frustración o el desencanto. Por ejemplo, hay quienes no están en posibilidades de acceder a la educación superior aunque lo deseen y estén preparados para ello. Y otros simplemente no logran completar la canasta básica aun cuando trabajan durante muchas horas y el cansancio los abate todos los días.
De acuerdo con datos del Inegi, 59 por ciento de la población ha tomado como opción el empleo informal. Otros se han ido hacia el Norte, a Estados Unidos o Canadá. En la última década, tres millones de mexicanos han cruzado las fronteras hacia esos países, la mayor parte de manera ilegal.
¿Qué más está minado después de treinta años de neoliberalismo? El politólogo Eduardo Huchim brinda la respuesta en automático:
“La confianza”. Abunda: “Nadie cree en nadie; pero mucho menos en las instituciones que se desmoronan ante la mirada sin crédito de los ciudadanos. Su utilización para la manipulación electoral y preservación del poder de unos cuantos ha dado al traste con algo esencial como la confianza ciudadana en las instituciones que los rigen”.
El desencanto camina a paso firme. El periódico Reforma, de circulación nacional, expuso en una encuesta el pasado agosto que más del 70 por ciento de los ciudadanos a los que abordó tiene poca o nada de confianza en la figura presidencial –encarnada por Enrique Peña Nieto– la Suprema Corte de Justicia de la Nación, las policías y los partidos políticos. Las instituciones más desaprobadas son los partidos políticos, con 82 por ciento.
Como en un juego de paradojas, el mismo Lorenzo Córdova Vianello, presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), institución clave de los procesos democráticos, alertó sobre el creciente desencanto que hay en México cuando participó en la semana de la Transparencia 2015, el pasado 8 de octubre. Resaltó los indicadores de una encuesta a nivel latinoamericano que sitúa a los mexicanos como los menos satisfechos. «Ya en la edición de 2014, México se peleaba, digamos, con Haití, el último lugar en satisfacción con la democracia. ¡Ya lo superamos! Ya estamos en el último lugar de satisfacción de su ciudadanía con la democracia en toda Latinoamérica. Y, paradójicamente, de todos los países de América Latina, estoy convencido que somos los que más hemos invertido en la construcción, en la transformación de nuestro régimen político en clave democrática», exclamó Córdova.
Palabras de Carlos Antonio Aguirre Rojas, estudioso de los movimientos sociales contemporáneos en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), remiten a dónde se originó el desencanto.
“Jamás hubo alegría en torno al neoliberalismo en México. Las protestas en contra de ese sistema empezaron en cuanto se instaló. La gente no estuvo contenta en los años que siguieron. Resistencia y oposición persistieron entre la mayoría de la población. Si se ve la historia como línea, podrán observarse picos y descensos durante estas tres décadas; pero siempre se observará desencanto”.
En general, don Emelio, un barrendero de las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México ya no cree en nada. “En nada. O sea, lo que significa nada”, dice mientras mueve su delgada mano con intención de enfatizar. Tiene 81 años. Empuja un carro de basura. Cuenta con generosidad que ha trabajado desde los 16. ¿Se trabaja con la esperanza de algo? “Pues para vivir. Para sacar los días. Eso de hacer planes, no, aquí en México, qué difícil. Eso sí, hay que hacer todo bien para que uno tenga siempre trabajo”.
Por otro lado, mientras se manifestaba por la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968, Juan Luis Espinoza (mochila negra a la espalda, 23 años, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM) dijo con serenidad: “Ya no falta mucho. Esto va a cambiar porque ya explotó”.
TRANSPARENCIA, ESA ERA LA CLAVE
Pregunta ineludible en medio del desencanto: ¿Qué falló en el caso mexicano? Especialistas y ciudadanos testigos de la época coinciden en que la ausencia de mecanismos propicios para salir al mundo a competir fue el factor que ocasionó el caos.
Para José Luis Reyna, “en México, desde los 40 hasta los 80, el Estado fue fundamentalmente proteccionista. Cuando se abrió, no mostró ningún mecanismo que permitiera sustituir ese proteccionismo para la clase empresarial mexicana. No sabíamos competir. No hubo entrenamiento. La clase económica y empresarial estaba como niño de pecho amamantado por el Estado. De repente, lo destetaron y no supo qué hacer”.
Erubiel Tirado, experto en Seguridad Nacional en la Universidad Iberoamericana (UIA), expresa: “Faltó fortaleza institucional y compromiso con el desarrollo pleno de la sociedad. Se trata de una fuerza que debió estar cimentada en mecanismos de Transparencia y Rendición de Cuentas que al final conformaran un sistema anticorrupción que lo rigiera todo”.
“Renovación moral” fue el lema de campaña de Miguel de la Madrid Hurtado. La Transparencia constituía la esencia de esa filosofía política. Pero, cinco sexenios después no hay un sistema anticorrupción que regule las acciones tanto del Gobierno como de los empresarios.
En 1983, fue fundada la Secretaría de Contraloría y Desarrollo Administrativo, la que en 2003 se transformaría en Secretaría de la Función Pública como símbolo del combate a la corrupción. Tres décadas después, aguarda su desaparición; no obstante el nombramiento de Virgilio Andrade Martínez, quien exoneró al mismo Presidente de la República, Enrique Peña Nieto y al Secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso de haber incurrido en conflicto de interés por compras inmobiliarias.
Conforme a la Reforma a la Ley de la Administración Pública, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 2 de enero de 2013, la SFP debe ser desmantelada una vez que esté lista la Comisión Nacional Anticorrupción. Pero por lo pronto, ni lo uno ni lo otro puede ocurrir. El Senado de la República aprobó la enmienda el 13 de diciembre de 2013 y ese mismo día, la minuta llegó a la Cámara de Diputados. Ahí está, sin trámite y en el cajón de pendientes.
NO OBSTANTE, MÁS APERTURA
A pesar de la falta de mecanismos anticorrupción, en la era neoliberal, México se convirtió en el país con el mayor número de acuerdos comerciales en el mundo: 12 tratados de libre comercio con 44 países, 28 acuerdos para la promoción y protección recíproca de las inversiones y nueve acuerdos de comercio.
El pasado 5 de octubre, añadió uno más a la lista de convenios con los que se incluye en otra comunidad global. Firmó el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), un extenso pacto comercial con 11 países.
Promovida por Estados Unidos, en Los Cabos, en 2002, este convenio plantea la liberación del comercio y la inversión. Abarca un mercado de 800 millones de personas y representará el 40 por ciento del PIB mundial. Las ganancias netas están estimadas en 295 billones de dólares al año.
Así, México aguarda un destino.
LOS SEXENIOS
MIGUEL DE LA MADRID HURTADO (1982-1988)
Fue firmado el GATT en 1984. Ese mismo año, durante el desfile del 1 de mayo, un petardo fue lanzado hacia Palacio Nacional, en un evento que se recuerda como uno de los primeros de repudio hacia la figura presidencial. La protesta se debía a la política económica. Dos sismos sacudieron la tierra de la Ciudad de México en 1985. En las zanjas se encontraron miles de muertos y heridos que al principio, el Presidente trató con displicencia. México se había paralizado y el mundo seguía con su trajín: los precios internacionales del petróleo cayeron de 29.24 dólares por barril en 1982 a 24.02 en 1985 y 11.84 en 1986. Y entonces, el peso mexicano se devaluó en tres mil 100 por ciento. Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo dirigieron a un grupo de priistas inconformes con la conducción económica a dejar el Partido Revolucionario Institucional. Luego, formaron el Frente Democrático Nacional que postuló a Cárdenas a la Presidencia de la República en 1988. Aquel año se cayó el sistema mientras se contaban los votos que le dieron el triunfo a Carlos Salinas de Gortari. Miguel de la Madrid volvió a ser repudiado con manifestaciones callejeras.
CARLOS SALINAS DE GORTARI (1988-1994)
Poco más del 90 por ciento de las mil 150 empresas del Estado fueron vendidas; entre estas, Teléfonos de México. En 1993, fue firmado el TLCAN, que entrañaba la promesa presidencial del ingreso del país al primer mundo. Al año siguiente, la ilusión estaba rota. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se levantó en armas en Chiapas y le declaró la guerra al Estado mexicano, lo que puso en evidencia ante la mirada internacional siglos de olvido de los pueblos indígenas. Y en general, de los pobres de México. El Gobierno impulsó reformas estructurales para permitir que capitales extranjeros pudieran invertir en bancos nacionales sin restricción. Raúl, hermano del Presidente, fue acusado de enriquecimiento inexplicable. Algunos estudios lo señalan como responsable de la crisis financiera de diciembre de 1994, cuando ya gobernaba Ernesto Zedillo Ponce de León dado que dejó a la economía “sostenida con alfileres” (frase recurrente que se usaba para explicar la bonanza momentánea de los ciudadanos).
ERNESTO ZEDILLO PONCE DE LEÓN (1994-2000)
El sexenio arrancó con una crisis financiera que le robó los sueños a estudiantes, empresarios y a muchas familias. Salinas había dicho que el TLCAN significaría la entrada al primer mundo. Pero fue otro paisaje el que se abrió para México: los movimientos guerrilleros en el sur del país y las expresiones de violencia del crimen organizado lo marcaban todo. La desigualdad social fue en aumento, el ingreso nacional se concentraba en grupos vinculados al Gobierno y la corrupción en el Gobierno seguía rampante. La pobreza afectaba al 70 por ciento de la población. Zedillo intentó aplicar la teoría del capital humano que concibe a la pobreza como consecuencia de la falta de educación. Pero esa filosofía no tuvo muchos resultados notorios. El presupuesto para la Educación se redujo en seis por ciento, el de salud en siete por ciento y el de subsidios alimentarios, en 10. Para los bancos –privatizados con Miguel de la Madrid– sí hubo ayuda. En 1998, mediante la Ley de Protección al Ahorro Bancario, instauró el Fobaproa. Las pérdidas económicas de los bancos se convirtieron en deuda pública. Pero el proceso ocurrió sin mecanismos de transparencia. EL PRD y el PAN descubrieron que unos 700 préstamos fueron otorgados sin garantías. 600 de estos se llevaron el 55 por ciento del fondo. Se descubrió, pues, que muchas fortunas nacieron en este episodio de México.
VICENTE FOX QUESADA (2000-2006)
Creó la Agencia Federal de Investigación que tenía como función combatir delitos federales como el secuestro, el tráfico de drogas y otros delitos del crimen organizado. La institución desapareció en 2008. En este sexenio ocurrió el gran impulso por crear un sistema anticorrupción. Fox transformó a la Secretaría de la Contraloría en Secretaría de la Función Pública de cuya entraña nació el Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), hoy INAI. El instituto se formó con el fin de darle a los ciudadanos el derecho de conocer las decisiones y gastos de las entidades de la Función Pública. Al momento de esta entrega, hay más de 12 millones de expedientes reservados de más de 15 millones registrados; es decir, en general, la administración pública no le ha respondido a los ciudadanos. Ahí se encuentran los gastos de Fox, quien siempre dijo que antes de ser Presidente de México, era empresario. Intentó construir un aeropuerto en terrenos del lago de Texcoco mediante un decreto, pero pobladores de San Salvador Atenco lo impidieron mediante una movilización social que se convirtió en una de las más emblemáticas de México.
FELIPE CALDERÓN HINOJOSA (2006-2012)
Protagonizó un episodio que según algunos analistas dio al traste con la confianza que se le tenía al Instituto Federal Electoral (IFE), la institución en el centro del sistema democrático. Los resultados que lo avalaron siempre estuvieron cuestionados. Apenas con 10 días en el Gobierno, decidió una ofensiva militar en contra de los grupos de delincuencia organizada. La lucha anticrimen dejó más de 50 mil muertos, según las cifras oficiales. 70 mil para el cálculo del semanario Zeta. Miles de millones de pesos fueron invertidos en este esfuerzo. Si se revisa el sexenio, la política de abatimiento a la pobreza aún no está clara. El número de pobres rebasó los 53 millones.