Hay razones para pensar que entre un PRI que seguramente se mantendría en el mismo camino de las políticas Peña Nieto y un Morena que ofrece un difícil programa de “regeneración nacional”, la emergencia de un polo centro derecha con una oferta de un gobierno de coalición podría resultar atractivo para millones de mexicanos.
El mejor ejemplo de esta tendencia es que en las últimas encuestas de intención de voto, AMLO se mantiene como el aspirante a la Presidencia de la República con mayor porcentaje de intención de voto mientras en el terreno de partidos y coaliciones es el llamado Frente Ciudadano de la triada PAN-PRD-MC es el que recoge las mayores simpatías (El Economista-Mitofsky) aunque la más reciente señala a la alianza Morena-PT (Reforma).
¿Qué terminara imponiéndose? El personaje o la coalición. En México está comprobado desde hace ya algún tiempo que la gente vota como coloquialmente se dice por el “mono” y es AMLO en un escenario de alta fragmentación del voto. Ninguna encuesta hasta ahora indica que AMLO vaya más allá del 35 por ciento lo que significa que muy probablemente tendremos una competencia de tercios. Así, fueron las elecciones presidenciales de 2006 y luego las de 2012 donde una, “haiga sido como haiga sido”, la ganó el PAN y la otra el PRI.
Un escenario de estas características obliga a todos los partidos a estrategias de agregación y generación de polos de atracción de votantes. El PRI lo hace con el PVEM y el PANAL; el PAN en cambio con lo que queda del PRD y un lánguido nacionalmente MC mientras Morena con el PT, sino es que después del affaire Monreal, termina yéndose al Frente de centro derecha o lanzando al mismo Monreal, como candidato presidencial, quien sería un buen candidato pero sin duda fragmentaria más el llamado voto presidencial de izquierdas.
Se puede argumentar en contra que AMLO es el que tiene los votos de la izquierda, el del descontento, el de los irritados, qué es el único liderazgo que crece mientras el resto se encuentra estancado pero está visto que no es suficiente para ganar.
En fin, los más optimistas dirán que va porque va para arriba, pero esto apenas empieza. El único candidato en campaña es él, pero cómo se sabe, cuándo hay candidatos registrados, se ponen en marcha las maquinarias partidarias y eso al menos mediáticamente tiende a equilibrar la competencia.
Hoy, el PRI tiene al menos media docena de aspirantes a la candidatura, el PAN otro tanto y si bien eso provoca lucha interna, desgaste, y al final se impone la disciplina de partido con sus sistemas compensatorios, salvo algunas rupturas en escala baja.
Y es donde la propuesta de un “gobierno de coalición” podría adquirir una relevancia especial. Este modelo es, aquí o allá, el antídoto a la fragmentación del voto, no entiendo porque AMLO que durante años ha venido hablando de la necesidad de un cambio de régimen no se haya acogido a esta figura para potenciar su candidatura. La única explicación la encuentro en el fuerte centralismo de Morena y el personalismo de AMLO. Y, quizá, ahí radica su debilidad, la falta de visión pues no me cabe la menor duda que es el líder que tiene mayor legitimidad para enarbolar estos caminos inéditos en la formación de gobiernos.
El no haber impulsado de inició un gobierno de coalición, hoy hace que Morena se encuentre prácticamente sola y sólo con la esperanza de que al fin los ciudadanos le den el voto suficiente para llegar a Palacio Nacional –él, ha dicho, que en caso de ganar la elección presidencial ahí viviría- pero lamentablemente ha tomado el camino más difícil, hacerlo sin las otras fuerzas de la izquierda, que me consta tiene militantes maravillosos que sacrifican todo su tiempo libre para sumar a la causa lopezobradorista.
En política democrática los liderazgos son muy importantes, pero más valioso es la suma de personas y sobre todo de programas de gobierno. El gobierno de coalición técnicamente aporta lo mejor de cada partido. Es lo que ofrecerán el PAN-PRD y el MC, armaran seguramente un programa de gobierno atractivo que será el eje de sus campañas, reconociendo implícitamente que ninguno de ellos tiene la suficiente fuerza para ganar pero, sumados, están en mejores condiciones de competir por la victoria.
Y más allá de la hilaridad del momento, es lo más novedoso que se perfila para las elecciones de 2018. Claro, puede ser una estratagema destinada a bajar votos a López Obrador; claro, puede ser puro engaño electoral; claro, puede ser que no haya finalmente programa de coalición de gobierno.
Vamos, no hay una ley reglamentaria que regule los gobiernos de coalición, y eso da argumentos para cuestionar su existencia. Pero, quien le quita a estos partidos coaligados, la oferta de un gobierno de coalición, programático, inédito, esperanzador.
Nadie, pero, lo cierto, es que estos tres partidos están haciendo política en un escenario de fragmentación del voto, leen correctamente el mensaje de los votantes, tanto en elecciones federales como estatales (en 2016 el PAN y el PRD ganaron las elecciones estatales de Quintana Roo, Durango y Veracruz y Morena que pese a que fue el partido con mayor crecimiento no logró ningún triunfo de gobernador).
En un escenario de alta fragmentación del voto ir solo debilita, hace menos competitivo, se va a contracorriente de un mensaje que ya viene de varias elecciones, y a Morena que millones de mexicanos lo ven como la “opción” para combatir la corrupción y acabar con la impunidad, para ir en busca de la reconstrucción nacional, no merece esta falta de cálculo en un momento en que las coordenadas se alinean para un gobierno de izquierda.
Sé que se puede decir hasta el cansancio que los otros son los que tienen “jodido” al país y qué bueno que se van por su lado porque son parte de la “mafia del poder”, pero en política electoral las cosas no funcionan así, la máxima de sumar, sumar, siempre será la llave para alcanzar triunfos en un sistema de partidos competitivos. No hay de otra. Es un trabajo de filigrana de arreglos entre élites políticas. Donde el bien mayor siempre debería imponerse por simple lógica de que en política el que gana no gana todo. Pero es mucho. Al tiempo.