Fue un instante, una brisa que aliviaba el sopor, el extraño cosquilleo estomacal. La necesidad de no apartase nunca.
Ciudad de México, 15 de junio (SinEmbargo).– Corría por uno de los costados del auditorio. El silencio daba paso a la voz en el estrado. Su bolso se meneaba al compás del rápido andar. El cabello, suelto sobre los hombros, era como la nuez a la sombra.
Le resaltaban los labios, apenas rojos, anchos pero delicados. De ojos esquivos y con tendencia al color de la almendra, miraba en busca de un lugar para sentarse. Lo encontró.
La conducía otra dama de altos bríos y elegante belleza. Justo a la mitad del auditorio, pero recargado a la derecha, halló lugar. Se dirigía hacia el asiento, la miraba de frente al estrado y justo cuando estaba sobre la butaca, giró su cabeza.
Fue un instante, una brisa que aliviaba el sopor, el extraño cosquilleo estomacal. La necesidad de no apartase nunca. Fue una mirada, la huella de un destello. El destino cayendo sobre los hombros. El anhelo del mañana…
Fue una mirada, una sola mirada…