La nueva ficción de Netflix brilla con luz propia en diez episodios repletos de originalidad y emoción a pesar de que comparte algunos ingredientes de BoJack Horseman.
Por Francesc Miró
Madrid/Ciudad de México, 15 mayo (ElDiario.es/SinEmbargo).- Sin Lisa Hanawalt no habría existido BoJack Horseman. Y sin BoJack Horseman, no conoceríamos hoy a Tuca y Bertie. El inesperado pero rotundo triunfo de la unión de su talento como ilustradora y productora con el del comediante y escritor Raphael Bob-Waksberg dio como resultado una serie de una agradecida modernidad. También, una ficción de una brutal sinceridad que conectó con toda una generación de consumidores audiovisuales ávidos de una serie que apelase a su hastío, pero también a su inteligencia y sus esperanzas. Una serie, en definitiva, que pone nombre a sus dilemas.
Ahora, Hanawalt y Bob-Waksberg se han cambiado los papeles. Él ejerce de productor ejecutivo y ella de creadora y showrunner de una serie que está muy lejos de parecer un spin-off a rebufo de BoJack. Cierto que el diseño de personajes de Tuca y Bertie se asemeja -al fin y al cabo aquí también tenemos un mundo de animales antropomórfos-, pero es inevitable pues del diseño de ambas ficciones se ha encargado Hanawalt. Son ambas una traducción audiovisual de un estilo que había explorado en sus tres libros publicados por el sello especializado Drawn & Quarterly. Un particular universo creativo que, esta vez, se amplia también al terreno narrativo.
Ambas son series personales y las vivencias de unos y otros se transmutan en la ficción de una forma fantástica. La animación transmite verdad si su base es la emoción, no el espectáculo. Y en esta ocasión, esta se impregna de una mirada muy distinta a la de BoJack Horseman. Tuca y Bertie es más vital, más ocurrente, menos intelectual, más espontánea. Y el resultado es, no cabe duda, maravilloso.
UNA AMISTAD EN TRANSICIÓN, UNA AMISTAD DE HOY
Cuando las conocemos, Tuca y Bertie acaban de dejar de vivir juntas. Han sido uña y carne durante años pero ahora una de ellas ha decidido empezar a vivir con su pareja. Ambas rondan la treintena. Tuca malvive compaginando un trabajo temporal con otro. Especializada en nada, es capaz de meterse a jardinera, a paseadora de perros o a gestionar un chat erótico sin perder un ápice de vitalidad y seguridad en sí misma. Bertie, por su parte, tiene un empleo estable en una empresa de comunicación y marketing, pero se siente menospreciada en él. Llena de inseguridades, descubre que su pasión es la pastelería pero su miedo al fracaso le impide avanzar.
Juntas se encuentran, a su manera, en un momento de transición. Uno en el que les toca afrontar cambios y evaluar sus efectos. Uno en el que su incólume amistad debe resistir a una necesaria refundación de sus principios.
Tuca y Bertie es, como BoJack Horseman, una serie generacional. Es consciente de su naturaleza y no lo esconde. Más bien hace bandera de su presentismo, de su falta de ánimo de trascendencia. Y por ello, en una jugada inteligentísima, su núcleo dramático se sitúa en dos jóvenes en plena transición vital. Dos chicas -dos aves en este caso-, que viven en una sociedad líquida en la que se les exige estar en constante reinvención de sí mismas.
Lisa Hanawalt, como el sociólogo Zygmunt Bauman, parece haber comprendido que las realidades sólidas de sus antepasados -el trabajo, el matrimonio o los bienes inmuebles en propiedad- ya no existen. Y sus personajes se enfrentan a una realidad laboral precaria que convierte todas las aspiraciones vitales en aspiraciones provisionales.
Tuca y Bertie es absolutamente contemporánea en su mirada social y en su lectura política. Y resulta del todo convincente, y hasta brillante, cuando traslada su discurso al terreno íntimo, conocedora de que lo uno no solo no quita lo otro, también lo afecta profundamente.
De espíritu crítico, la serie de Lisa Hanawalt plantea en tono de comedia un retrato colorido y estimulante de esa generación a la que han obligado a salir de la zona de confort en pos del progreso personal y profesional.
Bauman decía que dicho progreso, en nuestra sociedad actual, había dejado de ser un discurso sobre la mejora de la vida de todos para convertirse en uno de supervivencia individual. Y para Tuca y Bertie, la única salida, la única trinchera en la que resistir, es su amistad. Una cuyos altibajos recorre el espectador con ellas.
SORORIDAD ENTRE AVES
En el proceso de encontrarse y encontrar un lugar para sus protagonistas, Tuca y Bertie plantea multitud de temas con un humor luminoso y hasta esperanzador. Pero su ánimo crítico y su poso dramático permanecen siempre subyacentes. Y cuando salen a la luz, emocionan sin pudor.
En lo formal, BoJack Horseman se permitía poca experimentación en pos de una verosimilitud interior del universo creado. Cuando aparecían los juegos de color, las formas cambiantes o los estilos alternativos de animación era en su mayoría justificado por la ebriedad de su protagonista, o bien el efecto de las drogas.
En Tuca y Bertie la experimentación formal, la ruptura de aquella verosimilitud, la animación stop-motion o las secuencias alucinadas se dan la mano con la «realidad» capítulo tras capítulo. A todas horas y sin mediar explicación narrativa alguna. Algo que convierte su visionado en una montaña rusa que, a su vez, es la misma en la que van montadas sus protagonistas. Su parque de atracciones es una vida que les ofrece demasiadas subidas y bajadas, demasiadas emociones para su capacidad de gestión emocional.
Lo más sugerente del asunto es que sus fugas de fantasía se sitúan en múltiples ocasiones al servicio de su discurso crítico. En un episodio, Bertie sufre un comentario machista sobre su aspecto físico en su ambiente profesional y, de pronto, su pecho salta de su cuerpo y le dice «que no piensa aguantar esa mierda y se larga de allí». En otro episodio, las profundidades de un mar de gelatina -no en sentido figurado-, se convierten en las del subconsciente para enfrentar un pasado relacionado con el abuso sexual.
Tuca y Bertie es divertidísima en forma y fondo, pero nunca pierde de vista su objetivo crítico. No se deja llevar. Y construye, a través de diez magníficos episodios, una ficción que reflexiona sobre la sororidad en una sociedad profundamente heteropatriarcal. Una serie animada que pone la emoción, el humor y el afecto como estrategia combativa de la sociedad actual.