Nota sobre Philip Larkin

15/05/2012 - 12:00 am

A lo largo del mes abril, las publicación de mayor relevancia tanto en Estados Unidos como en Inglaterra —The New Criterion, The New York Times, The Times Literary Supplement, The Telegraph y The Guardian, entre otros— dieron cuenta de un acontecimiento literario para las letras escritas en inglés: la publicación de la Poesía completa de Philip Larkin. Puede que para el mundo hispano, este nombre no suene lo suficiente. Sin embargo, para Seamus Heaney, por ejemplo, “Larkin fue uno de los poetas más apreciados en Inglaterra”. Larkin nació en 1922, se educó en Oxford y a partir de 1955 se convirtió en bibliotecario de la Brynmor Jones Library de la Universidad de Hull, cargo que conservó hasta su muerte en 1985. No lo abandonó ni siquiera cuando le ofrecieron el máximo galardón al que un poeta puede aspirar en su país: Poeta laureado. Reconocimiento que no aceptó. A lo largo de su vida, sólo publicó cuatro breves volúmenes de poesía, dos novelas y una colección de artículos sobre jazz. Flaco, terriblemente tímido y eternamente calvo, Philip Larkin pertenece a esa clase de poetas narrativos, como Auden y el primer T.S. Eliot, que buscan en los objetos cotidianos, en las vivencias comunes, motivos para reflexionar con acrimonia, sobre el amor, la juventud, el sexo y la muerte. Su obra jamás está exenta de ironía y auto-escarnio. Aunque, apreciado y admirado, jamás cedió a la publicidad: no concedía entrevistas, no accedía a honores. Murió en 1985.

Estas traducciones, no tienen mayor mérito que el de celebrar en español la aparición de su Poesía completa, y festejar por adelantado el que sería su cumpleaños 90, el próximo nueve de agosto.

 

 

Philip Larkin (1922-1985)

 

Ignorancia

Raro no saber nada, nunca estar seguro
De lo que es verdad o correcto o real,
Forzado a calificar con un siento que,
o bien, parece que:
Alguien debe saber.

 

Extraño ignorar cómo trabajan las cosas:
Su habilidad para conseguir lo que necesitan,
Su sentido de la forma, y su puntual semilla,
Y su disponibilidad para cambiar;
Sí, es extraño,

 

A pesar de cargar con tantos conocimientos —porque nuestra carne
Nos rodea con sus propias decisiones—
Aún dilapidamos nuestra vida en imprecisiones,
Al punto en que cuando comenzamos a morir
No tenemos idea porqué.

 

11 de septiembre de 1955

 

Desde que mayoría de mí

Desde que la mayoría de mí,
Rechaza la mayoría de ti,
Los debates terminan ahora mismo, y
Nos separamos. Y seguros de lo que debemos hacer

 

Desinfectamos nuevas agendas
Para que nuestras mayorías las renten
Con los amigos no compartidos y caminos no caminados
Pero el silencio también es elocuente:

 

Un silencio de minorías
que no se han opuesto del todo y regresan
Cada noche con promesas canceladas
Que desean renovar. Nunca aprenden.

 

6 de diciembre de 1959

 

Amor, debemos partir ahora

Amor, debemos partir ahora: no dejemos que esto se convierta en
Calamidad o amargura. En el pasado
Han habido muchos brillos de luna y mucha autocompasión:
Vamos a terminar con esto: por ahora al menos
Nunca se ha visto en el cielo un sol más claro,
Nunca hubo corazones más ansiosos por liberarse,
Para patear mundos, azotar bosques; tú y yo
Ya no podemos detenerlos; somos la cáscara, que
Ve a la semilla irse para brotar en otra parte.

 

Hay remordimiento. Siempre hay remordimiento.
Pero es mejor que ver nuestras vidas atadas,
Como dos barcos altos, llevados por el viento, húmedos de luz,
Romperse en el estuario adonde su curso los ha llevado,
Y se parten un poco, y se alejan de la vista otro poco.

 

1943-4

 

Hablar en la cama

 

Hablar en la cama debería ser lo más sencillo,
Estar acostados juntos va más allá,
Un emblema de dos personas siendo honestas.

 

Sin embargo más y más tiempo pasa en silencio.
Afuera, el viento algo inquieto
Forma y dispersa nubes sobre el cielo,

 

Y ciudades oscuras se levantan sobre el horizonte.
Nada de esto nos importa. Nada nos deja ver porqué
Desde esta distancia privilegiada del aislamiento

 

Se vuelve más difícil encontrar
Palabras a un tiempo verdaderas y amables
O al menos no falsas y no descorteces.

 

10 agosto 1960

  

Amor

 

La parte difícil del amor
Es ser los suficientemente egoísta,
Tener la ciega persistencia
Para inquietar una existencia
Sólo por nuestro propio bien.
Cuánta imprudencia se necesita.

 

Y luego el lado un tanto egoísta:
¿Cómo puedes estar satisfecho,
Poniendo a otro delante
Para que tú llegues al final?
Mi vida es para mí.
De otro modo sería como ignorar la gravedad.

 

Así, viciosos o virtuosos,
El amor nos sienta bien a la mayoría de nosotros.
Sólo el que sangra encuentra
Egoísta esta fórmula equívoca
Y nunca la rechaza del todo
Con tal de satisfacerse.

 

7 de diciembre 1962, Critical Quarterly, 1966

Decepciones

 

«Desde luego estaba intoxicado, tanto que no pude recobrar la conciencia sino hasta la mañana siguiente. Estaba horrorizado al descubrir que me había arruinado, y durante algunos días estuve inconsolable, y lloré como un niño al que dan ganas de matar o de enviar de regreso a casa de su tía.» Mayhew, London Labour and the London Poor.

 

A pesar de la distancia, aún puedo saborear la desdicha,
Y sus amargas espinas afiladas que te hace tragar.
La huella ocasional del sol, la rápida e inmediata
Preocupación como ruedas a lo largo de la calle
De una Londres nupcial que ofrece sus promesas en otra parte,
Y la luz, sin respuesta, alta y amplia,
Olvida sanar la herida, y empuja la
Vergüenza fuera de su escondite. Todos los lentos días.
Tu mente se abre como navajas dispuestas.

 

Pesados años te han enterrado. No me atrevería a consolarte
Aunque pudiera. ¿Qué se puede decir,
Excepto que el dolor es exacto, pero donde
El deseo toma las riendas, las interpretaciones pasan esquivas?
A ti te importaría poco
Saber que estás menos decepcionado, fuera de esa cama,
De lo que él lo estaba, subiendo torpemente y sin aliento
La escalera que daba de lleno al desolado ático.

 

20 de febrero 1950 XX

Deseo

 

Por encima de todo esto, el deseo de estar solo:
Aunque el cielo se nuble de tarjetas con invitaciones
Aunque sigamos las direcciones impresas del sexo
Aunque la familia se tome fotos bajo la bandera.
Por encima de todo esto, el deseo de estar solo.

 

Sobre todo, el deseo de olvido avanza:
A pesar de las creativas tensiones del calendario,
Del seguro de vida, de los ritos de fertilidad,
De la costosa aversión de los ojos de la muerte.
Sobre todo, el deseo de olvido avanza.

 

1 de junio 1950 XX

 

 

 

 

 

 

Esta es la primera cosa

 

Esta es la primera cosa

Que he entendido:

Tiempo es el eco del hacha

Partiendo el tronco.

 

1943-4

 

Lugares, amores

 

No, nunca he encontrado

El lugar del que pueda decir

Esta tierra me pertenece,

Aquí me quedaré;

Ni he conocido a la persona especial

Quien tenga derecho instantáneo

Sobre todo lo que poseo

Incluyendo mi nombre;

 

Encontrarlos parecería probar

Que no tienes otra opción dónde

Construir, o a quien amar;

Pides que te sostengan

Irrevocablemente,

De manera que no sea tu culpa

Si la tierra se esquilma,

O la chica envejece.

 

Sin embargo, si has perdido la oportunidad,

Estás obligado, por igual, a actuar

Como si lo hubieras deseado

Casi chocado con ello;

Y a pesar de ser más hábil para alejarte

De estos pensamientos, aún buscas

Aquello que hasta la fecha no sabes nombrar

Tu persona, tu lugar.

 

10 de octubre 1954

 

 

 

Sobre Aubade

Aubade (Alborada) era una forma poética, muy en boga durante el siglo XVII y XVIII, cuyo tema era la separación de los amantes después de haber pasado juntos la noche. Larkin, en cambio, ve en la alborada la separación definitiva: la muerte. Entre las hipérboles se leyeron sobre el poema “Aubade” en las recientes reseñas a sus Poemas completos, se encontraban algunas como estas: “El mayor poema sobre la muerte del siglo XX inglés”; “la última de sus grandes obras”; “the almost perfect poem”

 

Aubade

Trabajo todo el día y medio me emborracho por la noche.

Caminando a las cuatro hacia la sorda oscuridad, observo.

En un rato los bajos de las cortinas se iluminarán.

Entre tanto me entero de lo que siempre ha estado allí:

Muerte sin fin, hoy todo un día más cerca,

Volviendo imposible el pensamiento, excepto por cómo,

Y dónde y cuándo moriré.

Árida interrogación: y sin embargo, la angustia

De morir, y estar muerto,

Renueva el impacto horrible de sentirse atrapado.

 

La mente parpadea a la luz. No con resentimiento

—El bien no realizado, el amor no ofrecido, el tiempo

perdido— ni con tristeza porque

Una sola vida necesita tanto para trascender

Sus torpes comienzos, y acaso nunca lo logre.

Excepto frente al vacío eterno,

La segura extinción hacia la que viajamos

Donde nos perderemos para siempre. No estar aquí,

No estar en ninguna parte;

Y pronto. Nada más terrible, ni más verdadero.

 

Esta es una manera especial de tener miedo

Sin trucos. La religión solía intentar,

Ese brocado de música apolillada

Creada para pretender que nunca morimos,

Con esa cosa especiada que decía: Ningún ser racional

Puede temer una cosa que no va a sentir; sin darse cuenta

Que es precisamente lo que tememos —sin vista,

Sin sonido, sin tocar o probar u oler, nada qué pensar,

Nada qué amar ni qué relacionar,

La forma anestésica de donde nadie vuelve.

 

Y así se queda justo en el filo de la mirada,

Una pequeña mancha fuera de foco, un calosfrío persistente

Que ralentiza cada impulso hasta la indecisión.

La mayoría de las cosas nunca van a suceder: pero esta sí

Y saberlo aviva el miedo cuando nos encuentra

Sin gente o sin alcohol. El valor de nada sirve:

Sólo para no asustar a los demás. La valentía

A nadie ha salvado de la tumba.

La muerte no distingue si suplicas o resistes.

 

Lentamente la claridad se acentúa, y la habitación toma forma.

Simple como un guardarropa, lo que sabemos,

Lo que siempre hemos sabido, aquello de lo que no podemos escapar,

Y tampoco aceptar. Debemos irnos.

Mientras tanto los teléfonos se agazapan, listos para sonar

En oficinas cerradas, y todo el mundo

Intrincado, indiferente y rentado comienza a levantarse.

El cielo es blanco como la cal, sin sol,

Hay trabajo por hacer.

Los carteros, como los médicos, van de casa en casa.

 

29 de noviembre 1977 Times Literary Supplement.

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Daniel Barrón
en Sinembargo al Aire

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