Emilio Lozoya personifica la corrupción que imperó en el Gobierno pasado. Proveniente de una familia priista de abolengo, el exdirector de Pemex fue parte de la debacle del “nuevo PRI” que bautizó el Presidente Enrique Peña Nieto, una generación que está tras las rejas o que trata de sobrevivir lejos de los reflectores, y a la cual Lozoya dio la espalda. Los detalles, los relata el periodista Mario Maldonado en su libro Lozoya, el traidor.
Ciudad de México, 15 de abril (SinEmbargo).- Emilio Lozoya Austin, exdirector de Petróleos Mexicanos (Pemex) involucrado en distintos casos de corrupción, entre ellos el de la constructora Odebrecht, formó parte y contribuyó a la debacle del “nuevo PRI” que ideó y abanderó el expresidente Enrique Peña Nieto, un grupo que a la postre ejemplificaría la podredumbre de la política mexicana.
El caso de Lozoya, hijo de Emilio Lozoya Thalmann, Secretario de Energía en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, es particular, debido a que su propio estilo de administrar a la petrolera del Estado —a la cual prácticamente desfalcó— y de conducirse siempre en beneficio propio lo llevó de lo más alto de la administración pública federal a salir por la puerta trasera, alejado del Presidente y confrontado con Luis Videgaray, quien lo introdujo a esta nueva etapa del tricolor.
Integrante de una nueva generación de políticos mexiquenses, un nuevo grupo denominado «Los Golden Boys», Lozoya personifica la corrupción del Gobierno pasado. Ya sea con las concesiones con las que favoreció a la empresa española OHL, por aceptar sobornos de la constructora Odebrecht, durante su paso como coordinador de Asuntos Internacionales de la campaña de Peña Nieto, o por emplear estos recursos para sacar adelante las reformas estructurales prometidas en ese momento, la marca del exdirector de Pemex llevó a la debacle a ese “nuevo PRI”, que ahora está en prisión o tratando de sobrevivir lejos de los reflectores.
No obstante, las mismas cualidades como negociador que lo llevaron a encumbrarse en el periodo peñista son las que ahora lo mantienen como colaborador de la Fiscalía General de la República (FGR) y lejos de la cárcel. ¿La moneda de cambio? Un listado de nombres y momentos que han puesto al desnudo la manera en la cual operó el Gobierno de Enrique Peña Nieto en presunta colusión con otros actores de la oposición. Los entretelones de cómo se fraguó esta “traición” los devela el periodista Mario Maldonado.
A continuación, SinEmbargo presenta en exclusiva para sus lectores el fragmento del libro Lozoya, el traidor (Planeta), © 2021, de Mario Maldonado, por una cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
***
UNA NUEVA GENERACIÓN DE PRIISTAS
De raíces priistas, primero por su abuelo Jesús Lozoya Solís, exgobernador de Chihuahua, y luego por su padre, Emilio Lozoya Thalmann, quien fue secretario de Energía en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, Emilio Lozoya Austin se inmiscuye en la política justo unos meses antes del regreso del PRI, en 2012, a la presidencia de la República, de la mano de uno de los herederos del Grupo Atlacomulco: Enrique Peña Nieto.
Su experiencia en el mundo de los negocios, así como sus relaciones con funcionarios y empresarios, no solo de México, sino en el ámbito internacional, le abrieron las puertas para ingresar al círculo más cercano del entonces gobernador Peña Nieto, cuya escuela política provenía de exgobernadores y políticos del viejo priismo, como Carlos Hank González, Alfredo del Mazo González y Arturo Montiel, entre otros integrantes del llamado Grupo Atlacomulco, que se caracterizó por ser una élite que siempre vio por sus propios intereses e hizo de la política un negocio.
Dentro del priismo se reconoció siempre la fuerza y operación política de esa cofradía que fundó el gobernador Isidro Fabela en 1942, además de su innegable capacidad para enriquecerse con el producto de sus cargos políticos . De ahí que, ante la posibilidad de que Peña Nieto se convirtiera en el segundo miembro del Grupo Atlacomulco en llegar a la presidencia —después de Adolfo López Mateos—, el partido en pleno relevo generacional cerrara filas en torno a su figura.
«Ante la derrota dolorosa que el PRI sufrió y que nos colocó como la tercera fuerza electoral en 2006, el Grupo Atlacomulco, teniendo como cabeza visible a Enrique Peña Nieto, trazó con antelación la ruta rumbo a la candidatura presidencial y la construyó a través del fortalecimiento del entonces gobernador mexiquense. También se valió de las concesiones que Felipe Calderón brindó en aquella época a los gobernadores priistas», cuenta un político del PRI con más de 40 años de militancia.
«Se invirtió con suficiente tiempo en posicionar la imagen de Peña a través de la televisión, lo cual se cristalizó en una candidatura ampliamente apoyada por todos los grupos priistas y en contra de las aspiraciones de Manlio Fabio Beltrones, visto como un personaje de esencia salinista, pero anacrónico ante las generaciones nuevas que definirían con su voto el triunfo electoral en 2012. En ese momento, y con el estereotipo que estableció el mandatario mexiquense, se impusieron desde ahí a quienes representarían al partido en las correspondientes elecciones de Veracruz (Javier Duarte), Quintana Roo (Roberto Borge), Chiapas (Manuel Velasco), Nayarit (Roberto Sandoval) y Chihuahua (César Duarte)».
En esa acelerada y, para muchos, dolorosa renovación del partido y de la política en general tomaron fuerza los perfiles de nuevas generaciones, como el de Emilio Lozoya, quien a pesar de su estirpe tricolor no tenía arraigo alguno en el PRI y mucho menos respeto por lo que este representaba como institución.
«En ese entonces, Emilio Lozoya era un desconocido, pero formaba parte de esa generación de jóvenes que crecieron en el México donde un puñado de familias concentraban el poder, un poder que era elitista, que establecía una sociedad de castas impenetrables. Creció en el PRI de los ochenta y noventa, donde al paso de cada gobierno parecía que todo el panorama cambiaba y había nuevos personajes, pero al final quedaban los mismos que se volvían a acomodar en la escena.Toda esa generación de priistas educó a sus hijos y a sus familias bajo la premisa de que, si no estabas ahí, no eras nadie», relata también un empresario que conoció de cerca a Emilio Lozoya.
«Ese era el México de la generación de priistas a quienes socialmente se les rendía pleitesía; los tiempos en que llegaban los secretarios de Estado a los restaurantes en medio de un despliegue de personal, de una caravana de acompañantes que atajaba a la gente que los quería saludar. Esa era la vida que quería Lozoya, y la que estaba dispuesto a llevar incluso a mayores niveles.
»Lozoya siempre había vivido como un priista, él se veía a sí mismo como un priista de élite; en su juventud experimentó la transición de un país priista a uno panista, justo en la época en la que ya había amenazas de fragmentación del poder. Por ello, cuando este joven llegó al gobierno, pensó en recuperar y fortalecer la tradición, reconstruir ese impenetrable castillo político del que nunca debieron haber salido».
Según el empresario que recogió entonces la impresión de Lozoya sobre Enrique Peña Nieto, el primero vio en el mexiquense a «un personaje que unificó de alguna manera al priismo, que ganó con cierta holgura la presidencia de la República, que tenía el respaldo de grupos poderosos. Lo vio como un proyecto de 18 años en el que él mismo podría llegar a relevarlo como presidente».
Para algunos políticos como Ricardo Monreal, «los hábitos autoritarios y formas heterodoxas del poder que implementó el Grupo Atlacomulco, y con las cuales afianzó su poderío durante décadas, fueron las mismas que Enrique Peña Nieto implementó en su gobierno, y las mismas que Lozoya aplicó desde la dirigencia de Petróleos Mexicanos, una vez que el mexiquense le encomendó los destinos de la empresa».
En un artículo publicado en el periódico Milenio, Monreal escribió:
El caso Lozoya ilustra a la perfección la forma de hacer política de la escuela Atlacomulco […] Esta visión de la política es lo único que explica la impunidad y la venalidad con la que el exdirector de Pemex habría operado desde su oficina para sacar adelante las llamadas reformas estructurales del gobierno anterior. Antes, la escuela de Atlacomulco daba prestigio, poder y reconocimiento. Hoy es fuente de rechazo, desprestigio y cárcel.
Cuando se integró al equipo de campaña de Peña Nieto para la elección presidencial, Emilio Lozoya se rodeó de una nueva generación de políticos mexiquenses, un nuevo grupo denominado «Los Golden Boys», descendientes del Grupo Atlacomulco.
Este grupo, de acuerdo con Francisco Cruz Jiménez, autor del libro Los Golden Boys, se encumbró durante el mandato de Arturo Montiel y lo integraron, además de Peña Nieto, Miguel Sámano Peralta, Rafael Osornio Sánchez, Carlos Iriarte Mercado, Isidro Pastor Medrano, Adolfo Solís, Luis Miranda, Eduardo Segobia y Juan Mondragón, entre otros.
El grupo fue sumando nuevos integrantes provenientes, algunos, de otras latitudes, como Luis Videgaray, Alfonso Navarrete, Aurelio Nuño, Miguel Ángel Osorio Chong y César Duarte. Todos se colocaron pronto como piezas clave del nuevo gobierno.
A decir de Cruz Jiménez, se trataba «de jóvenes sin convicciones, solo intereses. No tienen principios ni ideales políticos, sino costo-beneficio. No tienen proyecto de país, solo la opción por enriquecerse».
Lozoya Austin, por otra parte, era de «otra especie»: contaba con trayectoria y formación propias, sobre todo en la parte académica y profesional; sin embargo, no solo terminó señalado por diversos delitos y abuso de poder, al igual que otros integrantes del gobierno peñista, sino que se convirtió en el ícono de un gobierno cuya principal tarjeta de presentación fue precisamente la corrupción.
Lozoya Austin estudió Economía en el ITAM, Derecho en la UNAM y obtuvo una maestría en Desarrollo Económico y Administración Pública por la Universidad de Harvard.
De acuerdo con versiones periodísticas, ya desde entonces les decía a sus compañeros universitarios, tanto en la UNAM como en el ITAM, que quería ser como su padre, quien para ese entonces —finales de los años ochenta y principios de los noventa— se desempeñaba como secretario de Energía y mantenía una muy cercana relación con el presidente Carlos Salinas de Gortari, a quien, por cierto, Lozoya acusó de participar también en todo el entramado de corrupción que se gestó desde la dirección de Petróleos Mexicanos (Pemex), particularmente en el tráfico de influencias.
En la declaración de Lozoya ante la Fiscalía General de la República (FGR) se lee:
Para ejemplificar todo este aparato de complicidades y corrupción, relato que al día de la entrega/recepción en Pemex, José Antonio González Anaya recibió por lo menos cuatro llamadas de Carlos Salinas de Gortari para asesorarlo con los medios de comunicación. En el marco de estas llamadas yo pude escuchar cómo abordaba temas relativos a proyectos que pronto encausarían.
José Antonio González Anaya niega dicha versión. Según una fuente que estuvo presente aquel día, cuando Lozoya le entregó la empresa enlistó una serie de compañías a las que había que «cuidar» y otras que «se podía chingar». Días después lo volvió a ver para pedirle que no hiciera públicas las bitácoras de los vuelos en las aeronaves de Pemex durante su gestión. «Tú me quieres chingar o qué», le reclamó.
En su declaración ante la FGR, Lozoya prosigue:
Al respecto, recuerdo que Carlos Salinas de Gortari cabildeaba a favor de los proyectos de su hijo, entre los cuales se encontraba pagarle a la empresa TRESE [Tecnologías Relacionadas con Energía y Servicios Especializados] más de 15 millones de dólares, porque Pemex le había cancelado el contrato de una plataforma marítima.
Al enterarme de los detalles, resultó que en dicha plataforma habrían fallecido trabajadores por una explosión motivada por la falta de mantenimiento que debió dar dicha empresa. Recuerdo, incluso, haber visto fotos que mostraban «hoyos por corrosión» en varias partes del equipo.
Meses más tarde, en el marco de un evento presidencial, José Antonio González Anaya me dijo que «tuviera cuidado con su cuñado Carlos Salinas de Gortari, ya que quien no ayudaba a sus hijos y socios los consideraba traidores». Me sugirió irnos a cenar con él porque, de lo contrario, me seguirían golpeando en medios de comunicación. Yo dije que lo buscaría, pero ignoré estas componendas, pues tenía que enfocarme en un asunto de trascendencia nacional que —ya desde entonces— era un problema brutal y vinculado al crimen organizado, como el relativo al robo de hidrocarburos .
Dicho relato retrata el rompimiento del exfuncionario con todos los grupos políticos que, algunos desde su niñez o juventud, les dieron forma a sus elevadas aspiraciones; las mismas que se alimentaron con la soberbia que, según sus colaboradores, lo acompañó también a lo largo de su vida, y que se sustentó en una prometedora carrera financiera, aunque truncada luego de su paso por la política.
Desde sus años como estudiante, Lozoya sentó las bases de lo que podría haber sido un futuro exitoso no solo en el servicio público, sino como prominente hombre de negocios a escala internacional. Creó varios fondos globales de inversión de capital privado en diversas industrias; participó en numerosas reestructuraciones y transacciones internacionales, y se convirtió en el director en jefe para América Latina en el Foro Económico Mundial, donde fue responsable de investigaciones e iniciativas del organismo, así como enlace con los principales líderes políticos y empresariales de la región.
Más tarde, de 2003 a 2006, trabajó como oficial de inversiones en la Corporación Interamericana de Inversiones, perteneciente al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), donde destacó su función en las reestructuraciones de créditos e inversiones en diversas industrias y países de América Latina .
También trabajó en el Banco de México, en el área de inversión de reservas internacionales y cambios, y fue miembro del Consejo de Administración de Altos Hornos de México (AHMSA) —hoy bajo escrutinio de las autoridades por la venta de la planta Agro Nitrogenados a Pemex— y de la constructora OHL México.
Cuando fue nombrado director general de Pemex, en diciembre de 2012, Emilio Lozoya ya administraba varios millones de dólares por medio de su fondo JFH Lozoya Investments, participaba en la constructora OHL México y en una empresa de pagos móviles con sede en Texas.
Asimismo, pasaba largas temporadas en Nueva York y procuraba satisfacer plenamente sus aficiones, como coleccionar cuadros de Picasso, Dalí y relojes de la marca Patek Philippe.
El 10 de enero de 2013, poco después de asumir el cargo, Lozoya Austin expuso en su declaración patrimonial que contaba con seis lienzos de artistas famosos, los cuales en su conjunto sumaban casi un millón de dólares, además de un acervo de «obras diversas», con un valor estimado de 300 mil dólares.
Manifestó ser propietario de cuatro piezas del pintor Luis Zárate, que ascendían entonces a 400 mil dólares, adquiridas de contado en mayo de 2009; un cuadro de Salvador Dalí, comprado también con efectivo en 2011, y una pintura de Pablo Picasso heredada, cuyo costo es de 500 mil dólares.
También reportó sus cuatro relojes finos de las marcas Patek Philippe y Franck Muller: entre todos sumaban un monto de 160 mil dólares, e indicó que compró de contado una casa con valor de 38.1 millones de pesos, apenas dos semanas antes de que comenzara la administración de Peña Nieto. Luego se sabría que la vivienda es medular en la investigación del caso Odebrecht.
La conexión Videgaray
El punto clave de su llegada al equipo de Peña Nieto, y en consecuencia de sus vínculos con el llamado Grupo Atlacomulco, se dio cuando conoció a Luis Videgaray, exsecretario de Hacienda, quien lo presentó con el mexiquense.
En su denuncia de agosto de 2020 ante la FGR, Lozoya señaló que fue el mismo Videgaray quien, en 2011, lo presentó con el entonces candidato Enrique Peña Nieto, en el marco de una visita al Foro del Consejo de las Américas en Nueva York.
La impresión que Emilio dejó en Peña fue tan buena —estaba ante un descendiente natural del grupo salinista— que enseguida lo nombró coordinador de Asuntos Internacionales, debido principalmente a su extraordinaria capacidad para hacer negocios. Su misión era, de acuerdo con sus propias declaraciones, gestionar recursos de empresas extranjeras interesadas en financiar la campaña electoral. «Esto fue así porque había que cubrir muchos gastos en asesores extranjeros y nacionales, así como en otros rubros», afirmó Lozoya.
Luego se revelaría, por declaraciones de altos directivos de Odebrecht ante la justicia brasileña, que en esa época Emilio Lozoya Austin había recibido en sobornos 10.5 millones de dólares por parte de la constructora, que se utilizaron, entre otras cosas, para financiar la candidatura de Enrique Peña Nieto.
La relación con Videgaray ya era de por sí estrecha, pues mientras Lozoya trabajaba en el Foro Económico Mundial, este encabezaba la Secretaría de Finanzas del Estado de México y, junto con Peña Nieto, tenía en mente llevar inversiones extranjeras a la entidad. Fue así como los tres iniciaron una relación profesional, de confianza y de «lealtad», como la describiría años más tarde Javier Coello, exabogado de Lozoya.
En 2012, el entonces candidato a la presidencia presumió en un video los rostros de su equipo, a los que denominó el «nuevo PRI», y en el que sobresalían en primer plano Videgaray y Lozoya. A su llegada al poder, Peña Nieto nombró al segundo en la dirección general de Pemex, se dice reiteradamente que por recomendación del primero.
La relación de Lozoya Austin con el presidente era para entonces muy cercana; varias fuentes han confirmado que el director de Pemex podía acceder al jefe del Ejecutivo sin tener que pedir cita ni cumplir con los estrictos protocolos de seguridad, como lo hacía el resto de los miembros del gabinete, con excepción de Luis Videgaray.
Durante los casi seis años que trabajaron juntos, Enrique Peña Nieto siempre reconoció la capacidad de Emilio Lozoya para gestionar operaciones financieras y para entablar relaciones públicas en todos los países y en múltiples idiomas. Algo más que impresionante para un presidente que durante su mandato recurrió siempre a traductores para comunicarse incluso en inglés.
Tras el estallido del primer escándalo de corrupción en 2016, que involucró varios audios en los que se escuchaba a Lozoya hablando sobre favorecer con concesiones a la empresa española de construcción Obrascón Huarte Lain (OHL), acusada de triangular dinero de México a Suiza y a España para pago de sobornos, la relación con Peña Nieto se fue debilitando. Finalmente se fracturó, pues el desfalco en Pemex se volvió insostenible —la deuda creció de 60 mil a 100 mil millones de dólares durante la gestión de Lozoya— y la petrolera sufrió la crisis financiera más grave de su historia.
Emilio Lozoya fue destituido de su cargo por orden presidencial e, irónicamente, por consejo del mismo personaje que lo recomendó: Luis Videgaray Caso, quien llevaba meses tras la cabeza de su excompañero y aliado.
Lozoya dejó el cargo en febrero de 2016, llevando a cuestas severas acusaciones de corrupción, lo que no solo terminó con la amistad que había forjado con Peña Nieto, Videgaray y demás miembros del gabinete, sino con la brillante carrera empresarial que lo catapultó como líder mundial y «Ejecutivo petrolero de 2014», como lo nombró la revista británica Energy Intelligence dos años atrás.
Aquel funcionario que el gobierno de Peña Nieto encumbró hasta la dirección de Pemex nunca recibió apoyo de sus compañeros cuando aparecieron las acusaciones y demandas por Odebrecht, Agro Nitrogenados y Fertinal, o cuando salieron a la luz sus excesos, sus fiestas privadas y sus lujos.
Nadie salió a decir —como señaló Javier Coello, su exabogado— «eso no es cierto», prácticamente lo dejaron solo. Ni siquiera Peña Nieto salió en su defensa, a pesar de que este pasará a la historia como «el presidente que ponía el pecho a las balas que iban dirigidas contra sus colaboradores».