José Nuncio fue migrante, huérfano de madre criado en orfanato. Ahora se dedica a ayudar a quienes huyen de la violencia y desempleo de sus países, y tienen por objetivo llegar a Estados Unidos para tener una vida mejor junto a sus familias.
Por Jesús Peña
Ciudad de México, 15 de marzo (Vanguardia).- El pastor José Nuncio zambulle la cuchara en una alta olla de metal, donde hasta hace unos segundos hervía, al fuego de una estufa de cuatro pilotos, una sopa de fideos.
«Joe», como le dicen todos, sirve los macarrones en unos cuencos hondos de plástico, corta unos limones en mitades, unas cebollas en rodajas y adorna con ellos los platillos que de pronto cobran una elegante sencillez.
“Mi padre siempre decía ‘cuando hagas algo, esfuérzate para que sea lo mejor’, que algo simple, aún en lo simple sea lo mejor”.
Sopa de fideos con limón y cebolla.
“Aunque nos gustaría ponerle aguacatito y otras cosas, hacemos lo que podemos con lo que tenemos”.
Eso es lo único que el pastor tendrá hoy para dar de comer a los más de 50 migrantes, la mayoría hondureños, 92 por ciento hombres, que diariamente llegan de Centroamérica y Sudamérica a esta casa que el pastor ha bautizado como “Casa Alegre Hogar de Migrantes”.
Unos llegan, otros se van, pero al día viven acá siempre unos 50 o más migrantes provenientes de Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Colombia, Cuba, que vienen huyendo de la violencia y la pobreza en sus pueblos.
Construirle una casa a su madre es el sueño por el que Alejandro salió de Honduras rumbo al «gabacho» y espera, en el nombre Dios, cruzar la raya.
“Que mi madre tenga dónde vivir y no andar rodando porque es muy difícil…”.
P: ¿Tu papá?
R: Me abandonó, nos quedamos solos con mi mamá, ella ha sido padre y madre para mí…
La madre de Alejandro se había quedado, el corazón roto, esperando en la estación hasta que el bus arrancó con Alejandro.
Habla José Nuncio:
“La mayoría ha sido asaltado, la mayoría se ha arriesgado a viajar, a peligros, hambres, porque en sus países no hay trabajo, si aquí los trabajos son escasos, allá el doble. Hay mucha pobreza, han sido forzados por la violencia a dejar sus países, muchos vienen heridos, los asaltan en el camino, vienen con llagas en los pies, no se han bañado por 10, 15 días y están cansados y abatidos. La verdad es muy fuerte y verlos con niños es mucho más fuerte”, dice «Joe».
Gustavo viajó en tren desde El Salvador, pasó por Guatemala, Chiapas, Oaxaca, Veracruz, hasta Saltillo, con Nicole, su niña de cinco años.
La esposa de Gustavo murió en 2019 y él quedó solo con la nena.
Su ilusión es establecer con su hija Nicole en Virginia y progresar.
“Salimos, primero, por lo de la pandemia, después las empresas empezaron a cerrar y nos quedamos sin trabajo, la mayoría”.
P: ¿No tuviste miedo de subir al tren con la niña?
R: No, el tren estaba un poco despacio y ya después los migrantes nos ayudaron a subir. En San Luis Potosí nos dijeron los garroteros “Entrar adentro con la niña”, nos hicieron el paro.
A Haroldo en Honduras le asesinaron a un hermano, a él lo amenazaron de muerte y por eso salió con su hijo Joao de 15 años huyendo de la delincuencia.
Hace unos meses solicitó asilo en Estados Unidos, pero se lo negaron.
Ahora permanece en “Casa Alegre”, mientras consigue un trabajo, saca algún dinero y sigue «pa’rriba».
HA SIDO TESTIGO DE LOS GOLPES QUE DA LA VIDA
El pastor «Joe» dice que ya ha visto de todo: ha visto a familias de migrantes viajar con bebés y niños; ha visto migrantes ancianos 60-70 años, luchando por sobresalir.
La migración tenía rodeados a don Bernardo, 66 años, hondureño, y a sus compañeros de viaje. Los bajaron del tren y los corretearon, ya no los dejaron llegar a Monterrey.
Bernardo se dedicaba a sembrar café en Honduras, pero la cosa se puso fea allá, no hay apoyo del Gobierno y lo mejor era tirarse «pa'» Estados Unidos.
“Lo hacemos obligadamente porque ya en nuestro país no podemos vivir”.
P: ¿Ha pasado hambre?
R: Mucha, a veces un vaso de agua para todo el día.
La pandemia y los huracanes acabaron por devastar al país.
La crecida arrasó con bananeras y negocios.
LA CASA A TOPE
Aquí los migrantes comen, se bañan, descansan, están uno o dos días en el refugio y siguen su travesía.
Ahora está lleno.
“Hemos llegado a un punto donde no hemos tenido dónde albergarlos, todos los albergues se han llenado”.
Está lleno.
Cada vez es más duro conseguir alimento y eso tiene al pastor en vilo.
«Joe» para de hacer lo que está haciendo y abre la nevera.
“Nuestra refri está vacía, pero de una manera u otra el Señor nos sostiene, dices ‘¿qué le voy a dar a las personas en la noche?’, Dios va a suplir, no sé cómo Dios va a suplir, él va a suplir”.
En la pieza rectangular de paredes azul claro, acribilladas con frases bíblicas, pieza que hace las veces de iglesia, comedor y sala, un grupo de migrantes está sentado a las dos mesas con sus sillas que hay en el recinto.
Al frente, delante del ambón, el pastor «Joe» bendice la comida.
En el salón, medio en penumbras, el ejército de cabezas bajas agradece que al menos hoy, ya engañaron al hambre.
De vuelta en la cocina, el pastor «Joe» está llena platos con los fideos sobre una mesita cuadrada.
En eso se pone a dar voces.
Llama a sus hijos pequeños, el pastor tiene tres hijos pequeños, Daniel (16 años), Fernando (9) y Josué (12), y ordena que le ayuden a servir la comida.
El pastor, que desde hace más de 20 años ha montado varios proyectos de casas hogar para niños de la calle en Saltillo y algunas otras ciudades de Coahuila, dice que aquí enseña a sus hijos, desde críos, que deben servir al prójimo en desgracia.
“Es bendición apoyar a otra gente, es un privilegio, no debe ser una carga… Y la manera en que lo hacemos es con ejemplo. No le puedes decir a los niños que hagan algo si tú no lo haces… Mis hijos Daniel y Josué están siendo enseñados a apoyar. Esta sopa la hizo uno de mis hijos, el que me ayuda a cocinar”, dice «Joe».
En un santiamén se ve a los chicos deambular por el comedor, las manos ocupadas con los platos de sopa.
Otra vez en la cocina el pastor llama a sus niños y les alcanza varios atados de tortillas en papel estraza, para que las repartan, de a tres tortillas por migrante, de a tres, no más.
La escena que sigue es la de los hijos de «Joe» yendo de migrante en migrante, con las tortillas.
Y la escena del migrante enrollando una tortilla y tomando el fideo a grandes sorbos con una cuchara, se repite en las mesas.
APOYA
¿Deseas apoyar la labor de “Casa Alegre Hogar del Migrantes”, llama al 844 3490442 o acude a Antonio Hernández número 2321, en la colonia Landín.
ENFRENTA LA ESCASEZ CON LA FE COMO ARMA, TODO CON UN TRANSFONDO RELIGIOSO
El Pastor recuerda en cada migrante que llega, su pasado viviendo en Estados Unidos, a donde migró con su madre y se esfuerza para darles un mejor día
José Nuncio dice que aparte de la escasez de comida, camas, cobijas, la casa enfrenta otro escollo: la imagen negativa que la gente de la ciudad tiene de los migrantes y que ha motivado razias por parte de la Policía Municipal y Migración.
“Hay rechazo, discriminación en la frontera y no es humano. Han llegado a los albergues y han sacado a los muchachos sin hacer nada. Son maltratados, robados, golpeados, no les dan trabajo, pero ‘pos’… estamos orando por las autoridades, las respetamos y no queremos romper ninguna regla…”.
Y dice que el barrio, el de Landín, los ha recibido bien.
“Ha sido hermoso, no ha habido queja, la presidenta de la colonia ha sido de gran ayuda, nos ha brindado mucho apoyo. Siempre muy atenta la gente de aquí, donando…”.
Antes de la comida, en la oficina de «Joe», un cuarto mínimo con escritorio, ordenador de escritorio, dos sillas, oficina que oficia también de zaguán y recepción, el pastor cuenta que hace dos décadas comenzó su ministerio con la fundación de una casa hogar para niños sin hogar, pero que ante el creciente fenómeno migratorio, del tránsito de caravanas y caravanas de centroamericanos y sudamericanos que iban en busca del sueño gringo, tuvo que cambiar de giro, y poner albergues de acogida para indocumentados.
A la fecha hay seis en total: uno en Piedras Negras, otro en Acuña, dos en Monterrey, dos en Saltillo, atendidos por matrimonios de migrantes que han decidido parar en México, consagrar su vida a Dios y servir a sus semejantes.
“Se levantan líderes de aquí, los mismos migrantes empiezan ellos con un deseo de querer dar de gracia lo que se les dio de gracia, tratan de apoyar a otra gente porque se les apoyó a ellos”.
P: ¿Aquí mismo tienen su iglesia?
R: Si no vemos lo espiritual primero… La visión de ‘Casa Alegre’ es llevarlos a los pies de su creador, que tengan una relación con Dios… No se pueden amar las parejas uno al otro si no aman a Dios primero y si no se aman a sí mismos…
En cada albergue se reparten unas 500 comidas por semana, gratis, dice José.
“¿De dónde, de dónde sale todo?, de la gracia de Jesús, de la gracia de la Cruz”.
José dice que su meta es abrir refugios para migrantes por toda la República, Centroamérica y en cada estado de la Unión Americana, pero quién sabe si le alcance la vida…
“No lo alcanzaré a ver, pero mis hijos, mis hijos al rato… a lo mejor van a estar en Estados Unidos viviendo en uno de los albergues, solamente Dios sabe”.
DE ENORME FUERZA ESPIRITUAL
José es así: Chaparrito, delgado, piel tostada por el sol, crespos cabellos y habla con un hablar suave y pocho, justo como los latinos que migran a Norteamérica, aprenden inglés y después de años regresan a sus países hablando con un acento agringado.
«Joe», 55 años y nacido en Saltillo, dice que su historia se parece mucho a la de los hombres y mujeres que llegan a esta casa de dos niveles, con varios cuartos para los migrantes en el segundo piso, y que resalta entre las demás de la calle Antonio Hernández, en la colonia Landín.
El Pastor José, como ellos, también fue migrante.
Cuando Eduard se bajó de “La Bestia” se dobló el pie y sus compañeros migrantes tuvieron que llevarlo, a rastras, por esos caminos de Dios.
“Yo ni caminar podía, nunca me dejaron de su mano…”, narra.
La madre de «Joe», luego de un divorcio, había migrado a Norteamérica con «Joe» y sus seis hermanos, cuando «Joe» no había cumplido los dos años de edad.
“Conozco lo que es ser un migrante, yo era un migrante allá, fui criado en un país que no era el mío. Creo que Dios me fue preparando para saber lo que se siente estar fuera de tu país”.
La familia se había establecido en McAllen.
Al poco tiempo la mamá de «Joe» murió y él y sus seis hermanos fueron internados en un orfanato.
No hubo una infancia tremebunda, al contrario, «Joe» dice que era feliz.
En el hospicio había escuela, juegos, comida, sobre todo comida, lo trataban bien.
“Vivimos sin ninguna escasez, en un ambiente protegido y es lo que estamos tratando de crear para la gente que esté aquí en ‘Casa Alegre Hogar del Migrante’, un lugar donde puedan estar protegidos”, dice «Joe».
DICE QUE DIOS LO TRAJO AQUÍ
Carlos, también nativo de Honduras, dice que ha encontrado en “Casa Alegre” un refugio.
“Por la voluntad de Dios aquí estamos y gracias a lo que el pastor nos ha podido apoyar estamos conociendo un poco más de la palabra de Dios y gracias a las buenas personas como él es que estamos aquí, porque así como hay buenas personas hay malas… El camino ha sido duro”.
P: ¿Cómo es ir arriba de “La Bestia”?
R: Es algo que da miedo…
Fredy, un muchacho hondureño, estuvo a punto de morir de hipotermia una gélida noche que pasaba por Puebla, trepado en “La Bestia”.
A su mayoría de edad José salió del orfanato convertido en administrador y contador, y buscó un trabajo como agente de bienes raíces y contratista de obra.
Un día sintió el llamado de Dios que le mandaba regresar a Saltillo, su tierra natal, y servir.
“Ahora dependo de un Dios poderoso que suple todas mis necesidades, siempre me suple, no van a ver la nevera llena, tenemos mucha escasez aquí, pero el Señor suple cada una de ellas, nos manda muchas cosas ¿Quién se ha ido sin comer un día?, nadie, nadie, nunca nos han faltado los alimentos… Él jamás nos va a defraudar… Hemos tenido muchos tiempos difíciles, ha habido momentos en que me he peleado con él, donde yo le he dicho ‘ya, no quiero nada contigo’, pero él nunca nos va a defraudar”.
«Joe» regresó a México, a Saltillo y la primera idea que tuvo fue abrir una casa hogar para niños que vivían en las calles.
El pastor José rondaba entonces los 26 años.
Joe quería que los chicos estuvieran en un lugar como en el que él había pasado su niñez.
Sin la ayuda de nadie logró levantar cuatro orfanatos, mismos que sostenía alquilándose como albañil, plomero, carpintero, un mil usos al servicio de Dios.
Pasados algunos años el pastor José empezó a ver cómo las calles de la ciudad se iban llenando de centroamericanos que “charoleaban”, charolear en el argot migrante es pedir dinero, en los semáforos y dormían en las líneas del ferrocarril.
El que sabe bien lo que es dormir en el monte, en la calle y en las meras vías del tren, aguantando fríos, hambres, cansancio, es David, otro hondureño cuyo sueño es alcanzar el sueño americano.
Entonces «Joe» pensó que sería bueno inaugurar un albergue para los hombres y mujeres que pasaban por Saltillo camino del gabacho.
Inauguró un albergue y vio que era bueno.
“Había familias que dormían en la calle y no eran de este país, venían de otro país, la gente los miraba diferente”.
MIGRAR EN GRUPO Y CON NIÑOS
Wilfredo vino de Honduras con una amiga, su hija y sus cuatro nietos menores de edad, un varón, tres hembritas, en tren, en autobús, a pie y ya nomás le faltó montarse en “El Filemón”, (el burro de las películas de la India María), cuenta y se ríe.
El pastor abrió las puertas de su casa a una familia y luego a otra y a otra, cuando acordó el ministerio había cambiado de “Casa Alegre Hogar de Niños” a “Casa Alegre Hogar de Migrantes”.
“No nos hemos alejado de la visión, hemos atendido a bastantes niños que vienen con su familia y otros que vienen solamente con su papá o su mamá”.
De eso hace ya 15 años, 15 años en los que ha transitado por los seis albergues de «Joe», un número incalculable de extranjeros
“En 2000 se empezaba a ver en las fronteras a mucho inmigrante que se estancaba y batallaba bastante para trabajo, para vivienda y es ahí donde nos nació apoyar”.
Dice «Joe», sentado detrás de su escritorio a la hora de la prédica, antes de la comida.
«Joe» se levanta y se escurre por una puerta angosta que da al comedor.
Allí lo aguarda un corro de migrantes, el comedor, sala, iglesia, atestada de migrantes.
Y DA UN MENSAJE DE DIOS
El Pastor va hasta el fondo de la pieza y hace sonar por el altavoz una melodía cristiana.
«Joe» está delante de su rebaño, hablando a voz en cuello sobre el enamoramiento entre un hombre y una mujer, que es, dice, como el enamoramiento que él ha experimentado, experimenta, por Cristo.
“Cuando te enamoras no lo puedes controlar y la verdad es que yo me enamoré completamente de mi Señor, estoy super enamorado de mi Salvador que se llama Jesús. Enamórate de Cristo, enamórate. De tal manera amó Dios al mundo que dio a su único hijo para que todo aquel que crea no se pierda, más tenga vida eterna. Él te dio amor, por qué no le regresas poquito de ese amor que te dio, regrésaselo.
Y luego una súplica:
“Clamo en el nombre de Cristo Jesús que algunos se van a enamorar de Él y van a abrir albergues en Houston, en Fort Worth, en Miami, New York, Washington, Michigan, proclamo en el nombre de Cristo Jesús que así va a ser, que cada uno de ustedes van a ser punta de lanza para que el ministerio se vaya alrededor del mundo, siempre que tú lo creas. Si tú lo crees… es posible”, dice «Joe» y el cuarto retumba a una sola voz AMÉN…