Antonio Salgado Borge
15/03/2019 - 12:04 am
Terraplanismo
El terraplanismo, una pujante teoría de conspiración muestra, llevando lo imaginable al límite, que estamos lejos de haber tocado fondo.
Entre las manifestaciones más lastimosas de la era de la posverdad se encuentran los contenidos chatarra y el conspiracionismo. Estos fenómenos son ya tan habituales que se han convertido en parte de nuestro paisaje cotidiano; cada vez es más difícil sorprenderse de las cosas que pueden llegar a creerse. Sin embargo, el terraplanismo, una pujante teoría de conspiración muestra, llevando lo imaginable al límite, que estamos lejos de haber tocado fondo.
El terraplanismo se basa en la idea de que la Tierra en realidad no es una esfera, sino una superficie circular plana con el Ártico en el centro y con la Antártida como en la periferia como circunferencia. Vale la pena repetirlo: los terraplanistas no sólo no aceptan las incontrovertibles evidencias acumuladas a lo largo de la historia que muestran que la Tierra es un globo; los creyentes en la Tierra plana suscriben además una serie de teorías sin pies ni cabeza que, según ellos, “explican” que estamos parados sobre un disco tan plano como una hoja de papel.
Ante semejantes postulados, la reacción más frecuente al terraplanismo es su ridiculización. Pero esto, por tentador que resulte, constituye un error. En primer lugar, porque el terraplanismo es un movimiento que ha venido ganando adeptos y cada vez más organizado. El terraplanismo no sólo ocupa espacios crecientes en foros de discusión y de intercambio de “información” en internet, sino que en distintas ciudades del mundo ya existen grupos de creyentes en la Tierra plana que realizan eventos para promover su causa -desde charlas informales hasta auténtico activismo en espacios públicos o congresos-. Por ejemplo, recientemente se llevó a cabo una edición de la “Conferencia internacional de la Tierra Plana” en Denver, Colorado, que reunió a más de ochocientas personas con boleto pagado. En 2020, un grupo de terraplanistas planea emprender su “más grande, atrevida y mejor aventura hasta ahora”: recorrer parte de la Tierra a bordo de un crucero.
Considerando su creciente organización, no es descabellado considerar que este fenómeno podría buscar ser alimentado y capitalizado políticamente por las mismas personas que, por ejemplo, lucran vendiendo ideas como “el cambio climático es una farsa” o como “para acabar con la violencia en las escuelas se requiere permitir que las personas que ahí estudian asistan armadas”. La experiencia muestra que las burlas y la exhibición de sus sinrazones han servido de muy poco para detener estos sinsentidos. Esto es, por entendiblemente ridículo que el terraplanismo pueda resultar para algunas personas, dentro de unos años, si todo sale muy mal, podríamos estar viendo campañas políticas donde uno de los bandos tome como incluya entre sus ejes discursivos -tal como lo ha hecho Donald Trump con el tema de la energía o de la salud- la idea de que la Tierra es plana.
Es importante notar que detrás de las burlas o la indiferencia ante el terraplanismo se encuentra el convencimiento de que, tal como surgió aparentemente de la nada, el terraplanismo desaparecerá por sí solo. Pero esta posición implica perder de vista las causas de este fenómeno y la cadena de efectos que de ellas se derivan más allá del terraplanismo. Para ser claro, el resurgimiento de esta idea en el siglo XXI y la movilización en su nombre no surgió de la nada; su presencia es la manifestación de las consecuencias de problemas sociales contemporáneos llevadas al absurdo.
De acuerdo con una encuesta de YouGov 33% de las personas que tienen entre 18 y 24 en Estados Unidos no están seguras de la forma de la Tierra. Desenmarañar con precisión las causas de este último fenómeno rebasa el alcance de este artículo. Lo que sí es importante mencionar aquí es que los terraplanistas parecen compartir dos características principales: la primera es que obtienen su “información” a través de Youtube, la misma vía que utilizan grupos de ultraderecha para difundir toda clase de teorías conspiratorias. La segunda es que la mayoría de los terraplanistas se consideran “muy religiosos”; el antiguo testamento figura en parte de las “evidencias” de los terraplanistas y habría un vínculo psicológico entre el creacionismo y la credulidad ante teorías de conspiración.
Pero más allá de la influencia de Youtube o el fanatismo religioso, el terraplanismo exhibe con claridad la falta de capacidad para distinguir una fuente epistémicamente valiosa de una que no lo es; es decir, la incapacidad de separar testimonios confiables por su origen e historial de efectividad de testimonios chatarra. Esto implica, por ejemplo, no distinguir que es muchísimo más probable que lo publicado por la NASA sea cierto a lo que mide un sujeto aficionado desde su garaje con un instrumento improvisado. Algunos terraplanistas creen los resultados de sus pruebas caseras para medir la supuesta ausencia de curvatura de la Tierra son evidencia suficiente para descartar el caudal de registros que van desde mediciones hasta, literalmente, fotografías o testimonios ofrecidos por personas o aparatos que han rebasado la exósfera.
El terraplanismo también deja en evidencia el desastre cognitivo que puede derivarse de la falta de capacidad de reconocer o plantear inferencias válidas; por ejemplo, de tomar consciencia de conclusiones que no se siguen de premisas o de premisas que evidentemente son falsas o dudosas. Que explicaciones de terraplanistas, como “no hay bolas girando en el espacio. Las bolas en el espacio bajan. Patea un balón de futbol y eventualmente ese balón bajará”, “si la tierra fuera un globo la gente que no está en el vórtice saldría disparada” o “la gravedad está en la imaginación” resulten convincentes para un buen número muestra el tamaño del fracaso de una concepción de educación enfocada en la productividad.
Sin embargo, el desastre cognitivo exhibido por el terraplanismo alcanza otra dimensión cuando se considera la enorme desconfianza o resentimiento de las personas que creen en la Tierra plana hacia las personas expertas. La idea aquí es que los estudios u opiniones que surgen de universidades, de publicaciones académicas arbitradas, o de personal que, por sus méritos profesionales, trabaja en organizaciones especializadas en el área que se discute no es confiable porque todas las personas especialistas forman parte de una estrategia diseñada para mentir o manipular. En este caso, para los terraplanistas todos y cada uno de los testimonios o estudios apilados durante los últimos 2 mil 500 años, desde los filósofos griegos pasando por Galileo y Newton y hasta Einstein o Stephen Hawking, son mentiras intencionalmente fabricadas.
Al menos por el momento, todo parece indicar que los terraplanistas buscan revelar cómo “ellos nos han estado mintiendo” para dar sentido a sus vidas o para lograr que por fin en la Tierra haya paz y armonía. Sin embargo, que la desconfianza en las personas expertas se puede generar daños muy reales es evidente cuando se consideran movimientos como el creciente número de personas que postulan que las vacunas debe ser rechazadas por inútiles, por formar parte de una estrategia global orquestada por gobiernos o farmacéuticas, o porque causan autismo se ha traducido en el resurgimiento de enfermedades que se consideraban erradicadas, mientras que tramas secretas que involucran redes de traficantes infantiles que buscarían derrocar a Donald Trump con ayuda del aparato “profundo” de Washington – como QAnon- pueden generar violencia física.
En este sentido, regular plataformas por donde se difunde teorías conspiratorias chatarra es una tarea urgente a la que la comunidad internacional tendría que hacer frente de inmediato. Sin embargo, dada la gravedad de las deficiencias cognitivas, el resentimiento existente ante las personas expertas, y la desesperanza que caracteriza a la vida de millones de personas la regulación de una o varias plataformas sería por sí misma insuficiente.
El barco que les transportará a los terraplanistas en su osada “aventura” en 2020 navega con un sistema de GPS basado en 24 satélites localizados en la órbita de la terrestre; satélites que son usados precisamente por la curvatura de la Tierra -si estuviéramos sobre una superficie plana, bastaría con tres satélites. Esto no es todo, el sistema de GPS que usamos – por ejemplo, para guiarnos a través de Google Maps- presupone que la Tierra es esférica. Esto es, no hace falta tener conocimientos técnicos o una gran capacidad analítica para darse cuenta de que lo que el terraplanismo no tiene pies ni cabeza. Pero tampoco para notar que la existencia de personas incapaces de notarlo representa una de las amenazas contemporáneas más grandes para las democracias y las civilizaciones alrededor del mundo.
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