El informe de Save the Children, que concluye que en pocos años «se han anulado décadas de progreso educativo», indica que las escuelas son objeto de continuos ataques (en cuatro años, ha habido más de 4 mil), «desde bombardeos y fuego de artillería».
Por Marina Velasco Serrano
Ciudad de México, 15 de marzo (SinEmbargo).– «Bombardeos» y «comida» son las palabras que más se repiten en el informe Infancia bajo asedio de Save The Children. La primera, por exceso y, la segunda, por defecto.
Ahora que se cumplen cinco años del inicio de la guerra en Siria, la ONG ha publicado este informe para documentar la situación en las zonas asediadas del país, donde 250 mil niños viven entre bombardeos, ataques aéreos y bombas de barril. Los menores no sólo son testigos del conflicto, sino las principales víctimas de su horror, tanto por la falta de comida, medicamentos y agua potable como por el impacto psicológico del terror.
Para la elaboración de Infancia bajo asedio, Save the Children ha entrevistado a más de 125 madres, padres y niños que viven o han vivido en primera persona la desoladora realidad del bloqueo. «Los médicos están operando a la luz de las velas, faltan medicinas y hay bebés enfermos que mueren en los puestos de control. Los niños se ven obligados a comer hojas hervidas y pienso para animales. Los docentes hablan de escuelas que se instalan en subterráneos para proteger al alumnado de las bombas y los francotiradores disparan a quienes intentan escapar», revela el documento, que incluye duros testimonios con los más pequeños como protagonistas para no olvidar las consecuencias de este conflicto que no cesa.
«Me decían: ‘¡Papá, esto es hierba!’, y yo intentaba convencerlos de que la había comprado para que se la comieran», cuenta Hassan*, que, tras varios meses de asedio en Deir ez-Zor (Siria), consiguió huir con su mujer y sus cuatro hijos al Líbano en un éxodo que les costó dos meses y muchas penurias.
«Fue un sueño llegar hasta aquí. Esto es el paraíso en comparación con lo que hemos visto. Los niños se asustaban mucho con los bombardeos y estábamos aterrorizados. Mis hijos corrían a mis brazos diciéndome que íbamos a morir», recuerda Razan —esposa de Hassan—, que reconoce haber temido por la vida de sus hijos durante la huida. La pequeña tiene sólo un año y «lloraba todo el tiempo porque no teníamos leche y yo intentaba darle el pecho, pero era incapaz de producir leche».
El mayor de sus hijos, Rami, tiene sólo 10 años, pero ha visto cosas que, en palabras de su madre, «no se deberían ver». Pese a su corta edad, el niño describe con detalle lo vivido: «En Deir ez-Zor, había bombardeos y gente muriendo. Los aviones atacaban a todo el mundo. Mis hermanos y yo no nos movíamos. Nos daba miedo morir bajo el bombardeo, pero yo les decía a mis hermanos que se calmaran. En Deir ez-Zor comíamos hierba».
Por desgracia, su historia no es única. Mariam, de 14 años, también vive en un asentamiento en el Líbano con sus hermanos, uno de 16 años y otros dos, menores que ella. Su familia huyó de una zona rural de Homs porque la situación de asedio empeoró y los bombardeos se intensificaron. Su madre huyó con ellos cuatro, pero tuvo que volver a Siria para recoger a sus otros hermanos. Cuando llegó allí, se encontró con que el estado de sitio se había acentuado y que le impedían salir del país.
Para ella, lo peor de vivir en Siria eran «los bombardeos». En cuanto sonaban, corría a refugiarse con su familia. Una vez, una de las bombas cayó a dos metros de su hermana de cuatro años. «Se pasó todo el día sin poder hablar».
En el Líbano se siente más segura, pero está lejos de su madre y eso «es duro». «Estoy convencida de que está preocupada por nosotros. Espero que esté bien y que pueda venir. Yo sólo tengo 14 años; al principio no sabía ni cocinar, no tenía ni idea de cómo hacer las cosas», explica. Pero ahora es Mariam quien se encarga de bañar a sus hermanos, cocinar y enseñarles a leer, aun sabiendo perfectamente que ella donde debería estar es «en la escuela».
Educación perdida es precisamente uno de los apartados del informe de Save the Children, que concluye que en pocos años «se han anulado décadas de progreso educativo». Las escuelas son objeto de continuos ataques (en cuatro años, ha habido más de 4 mil, «desde bombardeos y fuego de artillería […] hasta grupos armados que toman colegios para convertirlos en bases militares, centros de detención o cámaras de tortura») y los pocos niños que se atreven a ir a clase acuden desnutridos y con falta de sueño por los bombardeos, lo que les impide concentrarse. «No es sólo un asedio contra los alimentos y los medicamentos… es un asedio sobre el conocimiento», denuncia un trabajador humanitario sirio.
Son historias de miedo, de hambre, de huidas, de pérdidas, de muerte, de familias e infancias rotas. Son historias contadas por unos protagonistas que ni siquiera se atreven a dar su nombre. Y ellos son los supervivientes. Otros han corrido una suerte peor.
«Nos dijeron que el Ejército ya se había ido de nuestra zona, así que decidimos volver para coger cosas. Cuando llegamos, había un francotirador en la carretera y disparó a mi hermano mayor. Yo estaba a su lado. Me dijo ‘no te preocupes, no te preocupes’. Se murió en el camino. Mi hermana se quedó atrás. Mi padre no pudo volver para sacar a mi hermana de allí. Los que imponen el estado de sitio no le dejaron», relata Sawsan, que llegó al Líbano hace dos años huyendo de Guta, en Damasco.
Y, como siempre, los niños son quienes más pierden: «Antes del asedio los niños vivían bien. Ahora han cambiado. A veces mi hermana [que sigue en Siria] nos envía fotos de ellos. Y se les ve muy mal. Mis sobrinos llevan un año sin comer carne».
Khalid, que ahora vive en un asentamiento libanés, describe el caos que se vivía durante durante los bombardeos: «Había veces en que los padres corrían con sus hijos y entonces se daban cuenta de que uno se había quedado atrás y se volvían. Pero hay niños que se quedaron solos. No sabemos qué les pasó a sus padres. Ahora se encargan de ellos otras familias».
El hombre, de 51 años, recuerda que cuando consiguió ver a su hija y a sus nietos en la frontera siriolibanesa, no se esperaba verlos tan desmejorados. «Parecían más pequeños que cuando nos fuimos de allí. Estaban tan delgados. La situación empeora cada día, la gente pasa mucha hambre y ya no les dejan salir», se lamenta, antes de añadir: «Nos cuentan que esperan a que llegue la primavera para que al menos puedan comerse las flores o las hojas de los árboles».
*Todos los nombres han sido modificados debido a los riesgos que corren los protagonistas de estos testimonios.