La producción muestra la vida de una diva comprometida con los derechos humanos que fue más allá del pop para hablar de sus tres identidades.
Por Mónica Zas Marcos
Madrid/Ciudad de México, 15 enero (ElDiario.es/SinEmbargo).- M.I.A mira desafiante a una cámara que cuelga de una enorme grúa mientras canta el playblack de su canción «Borders». Está sentada en el extremo de una balsa de refugiados y rodeada de un centenar de hombres hacinados a la espera de llegar a tierra.
Para el que no conozca su historia, M.I.A puede parecer otra artista más que se hace eco de un drama humanitario para vender discos. Pero la realidad es que fue bautizada como Matangi Arulpragrasam hace 43 años en Sri Lanka, y ella también es una refugiada.
«Si me callara y solo me dedicase a sacar hits, tendría que hacerme drogadicta y morir de sobredosis. La historia acabaría fatal. Porque eso es lo que pasa cuando no expresas lo que necesitas expresar», afirma la cantante al comienzo del documental Matangi/Maya/M.I.A.
Tras años protagonizando polémicas, la diva del pop se sienta al otro lado para dar su propia versión. Ya no necesita al New York Times ni a la CNN para hacerlo: ahora ella es su única narradora. Desde que se subió por primera vez a un escenario, M.I.A acostumbra a usar los micrófonos para rapear y, como le gusta decir, para meterse en problemas. Y no se refiere precisamente a un titular sacado de contexto, porque no hace mucho su nombre era sinónimo de escándalo público y trifulca política.
El título del filme hace referencia a sus tres identidades. M.I.A, la diva comprometida con los derechos humanos; Maya, la joven perdida que buscaba «occidentalizarse» en Reino Unido a través de la música y de un nombre pronunciable; y Matangi, la niña tamil que pasó toda su vida huyendo de Sri Lanka y de sus raíces, y la que abre este documental.
En 1975, el país estaba en plena guerra civil entre el gobierno y la minoría étnica de los tamiles, a la que pertenecían los Arulpragasam. Su padre fundó el movimiento de resistencia tamil y obligó a su pequeño núcleo familiar a huir a Europa sin descanso hasta que, en 1995, ella, su madre y sus dos hermanos se asentaron definitivamente en las afueras de Londres, donde empezó a reconocerse como Maya.
«Hay mucha gente que puede sentirse identificada con tener un padre banquero, juez o abogado, pero esto es lo que le pasó a una niña cuyo padre se hizo terrorista. Y así es cómo jodió a la familia», dice una adolescente mirando a cámara desafiante.
Desde que pisó por primera vez Inglaterra siendo pequeña, Maya sufrió en su propia piel el racismo de su país de acogida. No del que ponía su vida en peligro como en Sri Lanka, pero sí del que provoca cicatrices mucho más profundas. «Allí me disparaban por ser una tamil, mientras que en Londres me escupían por ser una paki», recuerda ya de adulta.
La música fue primero una vía para encajar en «lo occidental» y después su método de supervivencia. Se dormía escuchando a los grupos brit de moda en la radio, hasta que unos vecinos desmantelaron su casa un día y se llevaron la única pertenencia que le importaba: una minicadena. La joven tuvo que conformarse entonces con dormir arrullada por la música de los bloques contiguos y de esta manera descubrió el beat del hip-hop. Un beat que daría un giro a su vida de 180 grados.
RUTA SALVAJE A LAS RAÍCES
Maya comenzó sus estudios de cinematografía en el Central Saint Martins en 1996, pero su pasión por la música le empujó a meter la cabeza en la industria rodando videoclips y documentando las giras de los fenómenos del brit-pop. Su amistad con algunos de los grupos le permitió recorrer zonas de su ciudad que jamás soñó con visitar, asistir a las fiestas de lo más granado de Notting Hill y comprobar los excesos de los niños pijos de upper side de Londres.
Todo esto solo le hizo más consciente de la brecha social que separaba su realidad del extrarradio con la de ese país de las maravillas. Por eso, Maya siguió haciendo documentales sobre los chavales de su barrio y contando las historias de sus amigos de la infancia.
Sin embargo, también vivió el proceso contrario con Sri Lanka: respecto a las chicas tamiles de su edad, ella era una privilegiada. Muchas militaban desde bien jóvenes en los Tigres Tamiles, una organización separatista que luchaba contra el gobierno ceilandés, y carecían de toda posibilidad de lujo, intimidad o pubertad.
«Qué comerán, qué harán cuando tienen la regla», se preguntaba. Así, decidió hacer las maletas a los 25 años y regresar a un país del que se había intentado desvincular. Cuando volvió, ya no era la Maya insegura que se limitaba a grabar en vídeo a los demás. Llegó siendo M.I.A (acrónimo de Missing In Action) y decidió componer sus propios himnos con lo que había aprendido en Sri Lanka. Su primer álbum fue «Arular» (2005), un recordatorio con base hip-hop y electrónica de las atrocidades que se estaban cometiendo contra los civiles tamiles a casi 10 mil kilómetros de Londres.
DE DIVA A TERRORISTA
El éxito fue inmediato, primero en Reino Unido y después al otro lado del Atlántico, donde presentó su disco en el festival Coachella. Los norteamericanos coreaban las onomatopeyas de «Paper Planes» sin ser muy conscientes del significado de la letra, pero M.I.A todavía no lo sabía. «La canción va de los estereotipos que se les atribuye a los inmigrantes, que vienen a delinquir, quitarnos el trabajo y el dinero. La canción es una parodia de todo eso», le explica en el documental a un joven Spike Jonze (Her).
Con «Kala» (2006), un disco titulado en honor a su madre, llegó la fiebre por M.I.A. Los críticos lo incluían en listas de álbumes para escuchar antes de morir y fue nominada en el mismo año a los Grammy y a los Óscar. Ella aprovechaba ese tirón para defender a los tamiles en televisiones que, como mucho, dedicaban a la guerra un minuto de su parrilla. Pero eso gustó bastante menos que su música.
La CNN censuró una entrevista, en las alfombras rojas le afeaban que mostrase su apoyo a un «grupo terrorista» en lugar de hablar de sus chismes y, tras el hastío, llegaron las críticas más exacerbadas. Para los medios norteamericanos era una hipócrita que vivía a cuerpo de millonaria, estaba casada con el heredero de la casa Seagrams y solo se acordaba de la pobreza de Sri Lanka cuando tenía una cámara delante.
En 2010, harta de leer su nombre asociado al terrorismo, M.I.A contraatacó de la única manera que sabe: con la canción «Born Free» y un brutal cortometraje que fue eliminado de las plataformas por su violencia explícita.
En el documental se muestra el making of de un reportaje especialmente inclemente del New York Times, después del lanzamiento del videoclip, en el que se mofaban de su activismo señalando que daba sermones mientras se comía unas patatas bañadas en trufa (que en realidad había pedido la periodista). Fue en ese preciso momento cuando la cantante decidió romper con el país de las oportunidades…al menos hasta la Super Bowl de 2014.
LA PEINETA DEL SUPER BOWL
Animada por Madonna, M.I.A regresó a las televisiones de Estados Unidos quizá en el evento más yankee del año: el partido final de la liga de fútbol americano. El filme no esconde el debate interno que la martirizaba por acceder a vestirse de animadora en un espectáculo patrocinado por Coca Cola y que ven millones de personas en todo el mundo. Un debate que se saldó con un gesto espontáneo y que, curiosamente, fue el más polémico de toda su carrera.
La artista hizo una peineta viral cuando la cámara oscilaba a su alrededor. Se la hizo a América, a la NFL, al Gobierno de Sri Lanka, a los periodistas del New York Times y a todo el que le acusó de hipocresía y terrorismo. La federación de fútbol reclamó 16 millones en compensación -«más que si matas a alguien»-, pero fue el único momento en el que M.I.A se convirtió en Matangi encima del escenario.
Años después, aún no sabe explicar con palabras por qué lo hizo o qué pretendía conseguir con ello. Ni siquiera es capaz de reconocerlo como un acto de rebeldía y mucho menos de activismo. Fue el impulso definitivo que la decidió a convertirse en embajadora de la causa tamil en Occidente a través de vías más útiles que los Óscar y la Super Bowl. Fue la cuerda que, por primera vez, unió a sus tres personalidades dentro del mismo cuerpo y que la presentó al mundo como quien realmente es: Matangi/Maya/M.I.A.