Ciudad de México, 19 de septiembre (SinEmbargo).– Vigilaban la zona de hospitales. El Juárez (hoy Instituto Nacional de Pediatría), había sufrido graves estragos por el terremoto en su torre de hospitalización de doce pisos, que se vino abajo y aplastó todo a su paso. José León era uno de los elementos desplegados por la Marina para vigilar la zona. José y su pastor alemán.
«En aquel entonces yo hacía mi servicio militar –platica– y adiestraba a mi perro. A mi grupo le tocó estar vigilando la zona de hospitales. En la Marina había un grupo especializado de perros de rastreo, pero de un rastreo encaminado a cuestiones de criminalidad y vigilancia, no de rescate. Así que me tocó estar vigilando, pero porque era lo único que podíamos hacer: permanecer vigilando para evitar los actos de rapiña.
Sabíamos que había gente atrapada y herida, pero no podíamos hacer nada más. En esos momentos te sientes impotente porque te surge una gran necesidad interna de ayudar y de hacer algo más. La labor que hacíamos era importante, pero era limitada».
Si en aquel momento hubiesen tenido perros de rescate habría sido diferente. «Yo sabía que mi perro era bueno, pero no podía llevarlo a intentar hacer algo que no sabía».
Hasta antes de 1985, ninguna instancia gubernamental o grupo independiente mexicano se había preocupado por adiestrar perros de búsqueda y rescate para apoyar labores en situaciones de emergencia. En aquel entonces el adiestramiento era más bien deportivo, y se enfocaba a labores de guardia y protección. En las Fuerzas Armadas se tenían perros de rastreo, pero sólo como un recurso para combatir la criminalidad.
Así que León y su perro estaban frente o sobre o entre los escombros, pero «únicamente» de guardia. Su perro, aun adiestrado, no sabía hacer algo más. «De repente, vi a un grupo de gente que, como yo, trabajaba con perros. Aquellas personas tuvieron que venir de otros países para localizar a gente con vida. Fue impactante. A mí me tocó ver trabajar a los americanos, italianos y franceses con sus perros de rescate».
También había suizos, canadienses y alemanes. Aquellos eran grupos especializados en rescate que desde años atrás habían entrenado a sus perros para esas labores. «Verlos hizo que me naciera la idea, el gusto y el deseo de entrenar perros para ese fin; y de tener, un día, aquel nivel extra para poder ayudar a la gente en desgracia», recuerda José, que poco después se convertiría en fundador y director de la Escuadra Mexicana de Perros de Búsqueda y Rescate, A.C.
El binomio humano-animal, que en aquel 85 ayudó a salvar vidas, era una combinación novedosa en México, no así para otras partes del mundo:
«En Inglaterra, después de algunos bombardeos en la Segunda Guerra Mundial, un oficial del ejército se dio cuenta de que su perro ladraba o se comportaba diferente cuando encontraba a alguien entre los escombros. Y cuando comenzaron a observar su capacidad de localizar gente comenzaron a entrenarlos. Después la acción se replicó en otros países, principalmente de Europa», explica Fernando Álvarez, integrante de la Brigada Topos de Tlaltelolco, A.C. (que incluye «Perros Topo»), y participante de las labores de rescate en el terremoto de 1985.
Aquel terremoto fue para México un parteaguas. Desde entonces, quedaba desnuda la necesidad de contar con canes adiestrados para salvar vidas. «Y esta es una cuestión recurrente», explica Julio Velázquez, coordinador del Programa de Manejadores de Perros de Búsqueda y Rescate (PMPBR) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). «Posterior a un evento catastrófico, en cualquier país hay una necesidad e inquietud imperiosas de un equipo especializado en la materia».
Algunos de aquellos grupos de voluntarios europeos que arribaron a México en el 85 fueron los que tendieron la mano a los mexicanos interesados en adiestrar perros de búsqueda y rescate. Italianos a un grupo al que pertenecía José León; franceses al grupo de los Topos, de Fernando Álvarez; y franceses, suizos e italianos a los integrantes de la primera etapa del PMPBR, de la UNAM, que convertiría a la máxima casa de estudios en «la primera institución oficial mexicana en contar con una Unidad Canina de Salvamento», según la revista Animales de Compañía.
Americanos también capacitaron a algunos mexicanos del norte del país. Los cursos, pláticas y capacitación de extranjeros a mexicanos ocurrieron en el 86. «1986 fue el boom de los perros de rescate en nuestro país», asegura León. Desde entonces, estos grupos han prestado servicios operativos a la sociedad en territorio mexicano y en diferentes países del mundo.
La lista es larga, pero algunas labores incluyen al Huracán «Gilberto», en Monterrey; al «Paulina», en Guerrero; un tsunami, en Japón; un terremoto, en Haití… En este último país, «Sofi», una Schnauzer de talla mediana, tuvo un desenvolvimiento tan destacado que la Camara de Diputados la galardonaría, junto con su manejador, por su labor humanitaria.
El binomio humano – animal
Tenían que galardonarlos a los dos. En el rescate, el trabajo de un perro y un manejador (también llamado «conductor») es una labor conjunta. Previamente, ambos elementos han sido evaluados y capacitados entre uno y dos años para el desarrollo de algunas cualidades óptimas para participar en emergencias.
Los perros, en principio, deben tener estabilidad emocional, ser sociables, adaptables a diferentes medios y ambientes, dóciles, y tener un temperamento que les permita superar por sí solos circunstancias negativas en el momento del rescate. La raza y la edad también son importantes.
En el caso de la raza, se prefiere a animales de talla mediana, como labrador, pastor alemán, schnauzer o boxer; aunque no tienen que ser perros con pedigree: un criollo de talla media también podría ser óptimo para el fin. En lo que a la edad se refiere, es preferible que sean jóvenes y que su edad oscile entre los seis meses y un año de edad. Asociaciones como la Escuadra Mexicana de perros de Búsqueda y Catástrofe ofrecen preparación previa a los futuros conductores de perros para una selección efectiva del ejemplar.
Los voluntarios, por su parte, deben ser conscientes del trabajo a realizar, ser responsables en el cuidado de su animal, tener disponibilidad de tiempo para la preparación y entrenamientos y, como el perro, contar con estabilidad emocional. «No es óptimo recibir a personas que tienen aversión por meterse a un espacio confinado o impresionarse con escenas fuertes», explica Julio Velázquez, de la UNAM.
José León, de la Escuadra Mexicana, explica que además es importante que el dueño establezca una correcta relación de liderazgo con su perro. Para él, la relación humano-animal es una determinante para una labor efectiva. «De esta relación depende mucho la efectividad en el entrenamiento y a la hora de un rescate. Si tú no tienes bien establecida una relación con tu perro, aunque éste sea de una raza excelente y tenga una herencia genética plausible, el trabajo no funcionará», advierte.
«El hecho de que tengas este lazo implica que, por ejemplo, durante un rescate, aún cuando el animal esté a 50 metros, el dueño tenga control para poder pararlo o recuperarlo y que regrese en una situación de emergencia, o para poder motivarlo y decirle que está haciendo bien su trabajo y que lo siga haciendo».
Así que, en estos casos, salvar una vida depende, invariablemente, de otras dos.
Rastrear a los perros de búsqueda y rescate, un trabajo difícil
A pesar de la importancia que tienen las tareas de los perros adiestrados para situaciones de emergencia, en México no existe un registro claro del número de animales dedicados a la causa y, de hecho, los expertos consultados por SinEmbargo aseguran que el rezago en la materia es bastante preocupante.
«Lamentablemente, en el país no hay registros de cuántos perros hay, no hay una normativa, no hay interés de los equipos involucrados para lograr una especie de certificación nacional, no hay un criterio unificado con el que se diga ‘éste perro funciona o éste no’.
«Muchos de los perros que algunos grupos usan ahora no tienen ni siquiera el 30 por ciento de la capacidad para un trabajo efectivo. Yo me atrevería a decir que hay unos que no saben absolutamente nada y sólo les ponen un chaleco para entrar a la escena del desastre. Eso es peligroso y dramático para nosotros como sociedad», explica Julio Velázquez, de la UNAM.
Para José León, la razón de esto último es que en México hay varios grupos que no tienen una capacitación que pueda certificarlos. «De pronto pareciera que todo el mundo cree que tomar un cursito los hace capaces de participar en una situación de catástrofe real. Pero no es así», advierte.
Por su parte, Fernando Álvarez, recuerda que no existe apoyo del gobierno para los voluntarios o asociaciones: «No hay nada de apoyo. No se recibe ni subsidio ni beneficio alguno».
«Nosotros esperamos –continúa José León– que diferentes gobiernos en la república y la gente de protección civil y los encargados de actividades de rescate y emergencias le den más valor a los voluntarios. Muchas de las veces no somos tomados en cuenta o lo somos, pero tiempo después de que se les pudo apoyar con una atención prioritaria. Ojalá se nos considerara más en ese sentido…»
«Los perros de rescate son más que valiosos», concluye.