Por Matthew Cassel
Ciudad de México, 12 de septiembre (SinEmbargo/VICE Media).– Miles de migrantes y de refugiados se han quedado atrapados esta semana en una estación de trenes de Budapest. Estaban desesperados por encontrar una salida de Hungría y salir rumbo a Austria, Alemania y otros destinos de la Europa Occidental. El gobierno húngaro disolvió la concentración el sábado a primera hora de la mañana. Entonces envió decenas de autobuses para transportar a la gente más allá de la frontera. Sin embargo, miles se quedaron atrapados — mientras otros muchos siguen llegando.
Poco después de llegar a la estación de Keleti a primera hora de la mañana del sábado, VICE News se encuentra con un grupo de jóvenes sirios que se apresuran a encontrar la salida gratuita del país. Han estado durmiendo en un hotel cercano y no han sabido hasta el último momento que se ha destinado una flota de buses para sacarlos. «Ahora nos da miedo perder nuestra oportunidad. No queremos que nos detengan en Hungría. Solo queremos largarnos de aquí», explica uno de los hombres que pide quedarse en el anonimato.
El sábado por la tarde, las autoridades austriacas informan que más de cuatro mil refugiados de Siria, Irak, Afganistán y de otros lugares, han cruzado la frontera. Sin embargo, de vuelta en la estación de trenes, una gran cantidad de refugiados esperan ansiosamente sentados a que termine la interrupción de su periplo. A las once de la mañana, los ánimos están controlados. Sin embargo, no durará mucho. A la que se empieza a correr la voz de que va a salir un tren rumbo a Austria, cada uno de los presentes se precipita rumbo al ferrocarril para embarcar.
El llanto de los bebés resuena por toda la estación. Muchos padres de familia aguantan en las puertas de los trenes e intentan alcanzar a los suyos con los brazos entre un océano de personas. Todos quieren irse cuanto antes de un país en el que nadie quiere que se queden. Alrededor de 20 agentes de policía húngaros flanquean el ferrocarril y procuran mantener el orden inútilmente. La mayoría, sin embargo, contempla la caótica escena con pasotismo.
Unos metros más allá de la muchedumbre Muhamed Hamadawy espera de pie pacientemente. No quiere que su mujer ni su pequeño hijo se sumerjan en el mar de codos y de brazos de todos los que procuran subirse al tren. «Comparte este mensaje con el mundo», relata a VICE News. «Hemos salido de nuestro país en busca de la libertad. Hemos llegado a Europa para que se respeten nuestros derechos humanos. Pero… ¿Quién lo hace?»
«Hemos llegado a Europa para que se respeten nuestros derechos humanos. Pero… ¿Quién lo hace?», dice Muhamed.
Hamadawy explica cómo su familia y sus familiares han sido retenidos en un insalubre centro de detención durante 4 días. Sucedió después de que entraran a Hungría vía Serbia.
«Le contamos a la policía que no queríamos que nos tomaran las huellas dactilares. Nos dijeron que cada persona que se resistiera a hacerlo pasaría un mes en prisión y luego sería devuelta a Serbia, así que no nos dejaron alternativa», explica.
Según la ley, el primer país, excepto Grecia, al que llega un refugiado tiene que responsabilizarse de la tramitación de su solicitud de asilo. Sin embargo, son muy pocos los refugiados que se quieren quedar en Hungría. Temen ser fichados y registrados, una situación que podría poner en peligro su solicitud de asilo en Alemania, Suecia y Holanda, entre otros destinos populares.
Los refugiados empezarán a bajarse del tren enseguida del tren que acaba de llegar a la estación. Un activista húngaro explica a un grupo de sirios que el tren se dirige a Pecs, una ciudad antigua del sur de Hungría y un popular destino turístico. Sin embargo, apenas es un reclamo para los refugiados que intentan avanzar por el oeste rumbo a Austria.
Es fácil olvidar que los refugiados no pueden permitirse el lujo de seguir las noticias a diario. Así que siguen sin saber los detalles del día a día. Sus fuentes de información principales son los perfiles de Facebook de otros viajeros que han conseguido algo de cobertura durante su recorrido por carretera. Los rumores son imparables.
El sábado pasado, la mayoría ha escuchado lo que sucedió el viernes, cuando dos mil personas deciden largarse a pie de la estación de trenes y enfilar el camino hacia Austria. Sin embargo, los detalles del relato siguen siendo muy vagos.
Poco antes de comprobar que el tren no partirá rumbo a Austria, varios centenares de refugiados, en su mayoría sirios, deciden ir a pie. «Todo lo que tenemos que hacer es alejarnos de la ciudad a pie y esperar a que los autobuses nos recojan en algún punto», le cuenta un joven viajero a otro mayor. Los agentes de policía surcan la multitud en motocicleta. Por delante de ellos, un vehículo de policía provisto de una cámara en la capota, filma a la procesión que tiene detrás
Entre los integrantes de la marcha está Mohamed Abdel Khader, un sirio de 25 años que viaja flanqueado por sus tres hermanas, sus dos hermanos y su madre. Huyeron todos de Aleppo hace solo unos meses.
«Si te quieres quedar en Siria necesitas llevar una pistola. Ya sea por el régimen o por su oposición. Yo no quiero llevar pistola», refiere.
Mohamed cuenta detalladamente el maltrato que él y los suyos padecieron durante los seis días que han pasado detenidos. Al igual que otros muchos, relata la brutalidad policial a la hora de exigirles que presten sus huellas dactilares. Sin embargo eso no fue lo que más le ha perturbado.
«Nos hacían beber agua del lavabo y solo nos dieron bocadillos de jamón dulce para comer», cuenta a VICE News. «Somos musulmanes: no podemos comer jamón». Cuenta que se quejaron pero que la policía les ignoró, así que él y los suyos se deshicieron del jamón y solo se comieron el pan.
De vuelta en la estación de Keleti, los activistas húngaros conducen a los refugiados hacia un nuevo tren rumbo al oeste. La marcha a pie del resto provoca que ahora las prisas sean muchas menos.
Una vez en el tren un grupo de cuatro amigos — dos sirios y dos palestinos sirios — cuentan que se han conocido durante el trayecto y que habían decidido buscar asilo en Holanda. Sin embargo, después de que se les tomen las huellas dactilares en Hungría, se resignan a buscar asilo en Alemania.
Para Ahmad Abbas, uno de los sirios, el cambio no importa demasiado. Abbas tiene 26 años y no está casado. Cuenta a VICE News que lo único que quiere es trabajar y dejar la guerra atrás. «Si te quieres quedar en Siria necesitas llevar una pistola. Ya sea por el régimen o por su oposición. Yo no quiero llevar pistola».
Sin embargo, para los dos palestinos, que están casados y que quieren aprovechar el programa de la Unión Europea destinado a la reunión de familias, el cambio de destino traerá consecuencias. Comoquiera que Alemania ha absorbido a más refugiados, tanto el asilo como el plan de reunificación familiar puede postergarse mucho más que en Holanda y otros países. Y los refugiados lo saben.
«Significa que quizá me lleve un año volver a ver a mi mujer y a mi hijo de nuevo», cuenta uno los palestinos, que pide permanecer en el anonimato. «Me preocupa que les pueda pasar algo hasta entonces».