Por Dani Cabezas
Ciudad de México, 17 de agosto (SinEmbargo/Vice).– El público grita de júbilo: la faena ha sido perfecta. El toro, agonizante y confuso, mana sangre a borbotones, y tras la estocada final no tarda en darse por vencido y caer desplomado en la arena. En ese momento, un espontáneo salta al ruedo, cruza la plaza a toda velocidad y abraza al moribundo animal antes de que se lo lleven a rastras, como si quisiera pedirle perdón al oído, a modo de despedida. En su torso desnudo, dos palabras: «STOP TORTURA». La acción apenas dura un suspiro, y el hombre no tarda en ser reducido y sacado del lugar bajo una lluvia de golpes e insultos.
Peter Janssen, un holandés treintañero, se ha convertido en un héroe de la causa antitaurina con sus fugaces apariciones por los ruedos de toda España: de Pamplona a Sevilla, pasando por Mérida, Burgos, Palma de Mallorca, Madrid o Marbella. Su acción en esta última ciudad, que estos días ha ocupado un considerable espacio en los medios, provocó una curiosa contraprotesta: el torero Morante de la Puebla dejó vivir a un toro para mostrar su repulsa ante lo que los aficionados a la tauromaquia consideran una intolerable oleada de ataques a su libertad.
«Es una victoria», afirma Peter. «Ese toro habrá muerto igual, pero no delante de la gente». Me atiende por teléfono desde su casa en Mérida, donde vive, a las pocas horas de su último salto. «Espera un momento», me dice, a nada de arrancar la conversación. «Van a hablar de lo de ayer en el telediario. ¿Me puedes llamar en un rato?»
El bloque apenas dura unos segundos, pero las imágenes son impactantes: Janssen se quita la camiseta y salta a la arena junto con otro activista, el español Pedro Torres. Peter es interceptado por la Policía, mientras que al español lo alcanza la cuadrilla del torero y se ensaña contra él, patada voladora incluida. Un auténtico linchamiento público ante el regocijo general.
«¿Lo viste?», me pregunta al volver al teléfono. «Pedro se llevó la peor parte. Esta ha sido la más dura de las plazas a las que hemos saltado: nunca antes se habían mostrado tan violentos». El ambiente invita a ello: en las trece veces que ha saltado al ruedo, a Peter le han lanzado de todo, «especialmente coca-colas y encendedores», apunta. «Creo que esa hostilidad, tanto por parte del torero y su cuadrilla como del público, es fruto de que están con las emociones a flor de piel, dado que se acaba de asesinar al animal. Eso no hace más que incrementar su agresividad».
Minutos antes de saltar al ruedo, Peter pasa desapercibido entre el público. Y eso que es uno de los activistas más conocidos y su foto circula por foros taurinos en donde le dicen de todo, menos guapo. «Sí, a veces tengo miedo», reconoce. «Pero aun así, me resulta fácil acceder a la plaza entre el gentío. Eso sí: el tiempo que estoy esperando en las gradas a que llegue el momento de saltar es muy tenso: temo que me reconozcan». En esta última acción, Talavante pasó a escasos metros de él. «Si llega a girar la cabeza, me ve seguro». El torero extremeño fue la víctima del primer salto de Janssen, en 2013. Y el cariño es mutuo.
Hay algo que parece escocer especialmente a los aficionados de la tauromaquia: que venga un extranjero a restregarles su crueldad en su propia casa. «La verdad es que cuando salto no estoy pendiente del público, sino de lo lejos o cerca que estén los policías y los toreros, pero lo he escuchado en infinidad de ocasiones: ‘puto holandés, vuélvete a tu país’. Y no sólo por parte del público enfurecido, sino también en boca de agentes de la Guardia Civil. Muchos de ellos también son aficionados a los toros y, tras pedirme el pasaporte, me espetan frases como: ‘¿por qué vienes aquí?’ ‘¿Por qué haces esto?’ Está claro que les cuesta mucho entenderlo».
El precio que Peter paga por su activismo es variable. Desde 200 o 300 euros de multa a una noche encerrado. Pero está convencido de que vale la pena. Una de estas acciones tiene más repercusión que diez manifestaciones en la puerta de la plaza, pues YouTube y las redes sociales sirven de amplificador: hay videos de acciones que superan las 80 mil visitas. «Cuando estás protestando en el exterior, los taurinos se ríen de ti. Pero una vez estás dentro, la cosa cambia: te has metido en el corazón de su fiesta y no están dispuestos a permitirlo».
La creciente atención mediática a su cruzada antitaurina es, para Peter, síntoma inequívoco de que las cosas están cambiando poco a poco. «Veo con mucha esperanza cómo se están dando pasos en la buena dirección. Cataluña prohibió las corridas y, aunque mantuvo los correbous, fue un punto de inflexión. En Zaragoza se han dejado de dar subvenciones a la tauromaquia, y ciudades como Palma de Mallorca se han declarado oficialmente antitaurinas. Es algo simbólico, porque a menudo se trata de eventos privados en los que el Ayuntamiento poco puede hacer, pero no me cabe duda de que estamos viendo el principio del fin. De hecho, creo que por eso se están organizando tantas corridas en los últimos tiempos: saben que se les acaba el rollo». Y Peter seguirá estando ahí para que eso ocurra lo antes posible.
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