Adela Navarro Bello
14/11/2018 - 12:00 am
AMLO, el provocado provocador
Andrés Manuel López Obrador, ahora el presidente electo de México, siempre ha sido un provocador. Sabe utilizar la palabra para mover a partir de instigar. No ha sido gratuita esta actitud, durante muchos años no tuvo más medios que su palabra para hacerse notar, para hacer sentir su presencia y predicar su ideología.
Andrés Manuel López Obrador, ahora el presidente electo de México, siempre ha sido un provocador. Sabe utilizar la palabra para mover a partir de instigar. No ha sido gratuita esta actitud, durante muchos años no tuvo más medios que su palabra para hacerse notar, para hacer sentir su presencia y predicar su ideología.
Perseguido lo mismo por gobiernos priístas que panistas, no lograron limitarlo mucho menos presionarlo con investigaciones que no han llevado a nada más allá del desprestigio de la clase política mexicana que utiliza el poder y a las instituciones para presionar y castigar a sus adversarios, pero a él le llevó a la cúspide de su carrera política el 1 de julio de 2018.
Cuando tenía menos recursos y más presiones enfrentaba, una frase suya movía gente. Provocaba la empatía sobre su persona, provocaba el escarnio sobre sus detractores políticos. En esa conducta provocadora acuñó términos célebres para referirse a quienes desde el poder en la Presidencia de la República intentaron detenerle en su lucha por la silla del águila. “El dedillo” de Ernesto Zedillo Ponce de León, “el innombrable” de Carlos Salinas de Gortari, “el espurio” de Felipe Calderón Hinojosa, y Enrique Peña Nieto, “el títere y pelele”.
Mientras a él lo catalogaron de “mesías”, él lanzó el provocativo mote de “la mafia del poder”, y recientemente no se quita de la boca la expresión de “prensa fifí”, para referirse a los periodistas y medios que le critican sus ideas, proyectos, propuestas y ahora consultas. Ha acuñado frases tan célebres como aquella de “(cualquier cosa) no lo tiene ni Obama”, que aun cuando fue dicha a propósito de la adquisición del carísimo avión presidencial que fraguaron entre Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, se quedó como la frase emblema para ejemplificar el abuso de cualquier cosa, acto, actitud.
Durante la campaña a la presidencia de la República que finalmente ganó, su capacidad para estimular a través de la palabra no se contuvo. Cuando parecía que perdería un debate político, conociendo de hecho sus limitaciones para debatir frente a sus avezados adversarios -en el campo de la oratoria-, el panista pero además candidato del PRD y el MC, Ricardo Anaya Cortez, fue el más perjudicado por el aguijoneo verbal de López Obrador, cuando este lo identificó y lo llamó como, “Ricky, riquín, canallín”. Poco pudo hacer Anaya frente al entusiasmo que despertó el calificativo en el electorado. Se hicieron camisetas con la frase, se parafrasearon canciones especiales, se imprimió en calcomanías, bandas y por supuesto, dio la vuelta en redes sociales, en medios alternativos y tradicionales, y se convirtió en el mote del panista, quien terminó con la cara descompuesta por la provocación a la cual no fue capaz de responder, como en aquel momento cuando se acercó demasiado a López Obrador y éste sacó la cartera y se la guardó entre los brazos, al tiempo que soltaba la frase, “voy a cuidar mi cartera… no te acerques demasiado”, ante lo que Anaya trastabilló en el discurso que ya llevaba armado.
Provocó López Obrador al propio electorado cuando ofreció amnistía a quienes laboran para el narcotráfico y la criminalidad organizada. Con sus frases ha marcado la agenda política del país durante el último año, y lo ha hecho de manera sistemática desde hace casi 30 años, desde cuando dirigía el PRD en Tabasco, cuando fue candidato a gobernador en aquel estado, cuando contendió por la Jefatura del Gobierno del Distrito Federal y cuando fungió como tal. Y lo seguirá haciendo…
Hace unos días en la Ciudad de México un sector de la población de aquella entidad que se sintió agredida o afectada por la decisión del presidente electo de cancelar la obra de construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco, realizaron una manifestación. Se autoproclamaron, muchos de ellos incluso en cartulinas, con camisetas, en redes sociales, como “fifís”, o “soy fifí”, el término que acuñó Andrés Manuel López Obrador, pero que ya hicieron suyo.
Antes de la marcha y posterior a la consulta sobre si continuaba la obra del aeropuerto en Texcoco o se iniciaba otra en Santa Lucía, que se desarrolló del 26 al 28 de octubre, la andanada de críticas a López Obrador inició –culminaría pues con la marcha-. Lo que más despertó inconformidad fue el hecho que la consulta del Peje se hiciera al margen de la reglamentación existente para ello, sin la participación del Instituto Nacional Electoral en la organización de la consulta utilizando las herramientas, la metodología y la tecnología con la que ya cuentan, para dar validez legal a los resultados de la consulta, además de haberse realizado fuera de tiempo de acuerdo a la misma reglamentación.
Por otro lado, la consulta que fue pagada “voluntariamente” por los diputados federales de Morena (costó según millón y medio de pesos), fue tomada por muchos como una simulación. Es decir, López Obrador ya había decidido, incluso lo dijo en campaña, que cancelaría Texcoco y activaría Santa Lucía. Y así sucedió.
Después de las críticas por una consulta hechiza, después de la promesa de diputados federales como Mario Delgado de Morena de no volver a hacer una consulta fuera de la Ley, Andrés Manuel López Obrador provocó de nuevo. Arremetió un día después de la marcha que originó su última consulta: en los mismos términos, en las mismas condiciones, pero ahora con dinero de los senadores de Morena, hará una nueva consulta.
Ahora consultará no un proyecto, sino diez. Entre ellos, adelantó el presidente electo en Mérida, Yucatán, su proyecto de política social, el apoyo que su gobierno proveerá a los jóvenes, el que dará a los de la tercera edad, la construcción de una refinería en Tabasco, el proyecto del Itsmo de Tehuantepec, y por supuesto, la construcción o no del Tren Maya que propone y que iniciará construcción 21 días después de la conclusión de la consulta para hacerlo (24 y 25 de noviembre), y 16 días después que asuma la Presidencia de la República.
Y ahí va López Obrador, a azuzar de nueva cuenta la crítica hacia sus consultas, hacia su actitud de consultar lo que ya tiene decidido, hacia el hecho de gastar el dinero de los legisladores en consultas que prevé tendrán los resultados que desea, “tengo mucha confianza que la gente va a votar porque se construya el tren maya porque no perjudica a nadie… ¿quién se opone a esto?”, declaró a los periodistas en la península de Yucatán.
Todos esos proyectos, incluido lo del aeropuerto de Santa Lucía (al costo que signifique cancelar el de Texcoco), Andrés Manuel López Obrador podría incluirlos en el Plan Nacional de Desarrollo que su gobierno ha de elaborar para trabajar en su sexenio, y el Poder Legislativo ha de calificar, aprobar y destinar recursos para llevarlo a cabo. No tendría pues, que consultar a nadie, para eso fue electo Presidente de la República.
Pero eso es muy fácil, es muy de transición pacífica en la medianía de las transiciones, es muy de los gobiernos del pasado, y con López Obrador, lo suyo es provocar. Las decisiones, es evidente, ya las tomó, pero puede, quiere, y le aprueban popularmente, hacer sus consultas fuera de la Ley, casi parece, por el placer de hacerlas e instigar a una parte de la sociedad a sentirse partícipe de las decisiones de su gobierno, y a otra a criticarle lo que ya le han criticado con razón hasta irritarse.
Andrés Manuel López Obrador, el provocador, apenas empieza…
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