En 1968, los velocistas Tommie Smith y John Carlos alzaron un puño, enfundado en un guante, mientras escuchaban el himno de su país en el podio de México.
A medida que las imágenes de los puños desafiantes se difundieron por el mundo, Smith y Carlos fueron vituperados y expulsados de los Juegos Olímpicos por la federación de su propio país. Ambos sufrieron consecuencias personales y profesionales cuando regresaron a Estados Unidos.
Por Eddie Pells
Ciudad de México, 14 de octubre (AP).– Dos hombres que estaban de pie y juntos. Ambos aprovecharon la plataforma mundial que los Juegos Olímpicos aportaban, a fin de llamar la atención sobre los problemas que compartían con otros estadounidenses durante un periodo controvertido y complejo de la historia.
En 1968, los velocistas Tommie Smith y John Carlos alzaron un puño, enfundado en un guante, mientras escuchaban el himno de su país en el podio de México.
Medio siglo después, el esquiador Gus Kenworthy y su novio Matt Wilkas realizaron su propia protesta, cuando se besaron al pie de una colina donde se había realizado una competición de esquí.
Smith y Carlos contaron con un público cautivo de cientos de millones de personas y acapararon los titulares de la prensa internacional, gracias a las opciones limitadas de información que había en un mundo dominado por la TV. En el mundo actual, incluso los deportistas que buscan propagar un poderoso mensaje de inclusión o que protestan contra la injusticia social, al estilo de Kenworthy o del jugador de la NFL Colin Kaepernick, se topan con distintos obstáculos.
Se comunican con grupos divididos por la TV por cable, las redes sociales y las variadas cámaras de resonancia que definen el discurso público en la actualidad.
Y por ende, pese a que los Juegos Olímpicos se han transformado en un gigantesco espectáculo mediático que pocos imaginaban cuando Smith y Carlos alzaron el puño el 16 de octubre de 1968, es difícil vislumbrar algo que reemplace aquella protesta como la más significativa en la historia deportiva.
“En aquel entonces, Carlos y Smith fueron ‘La Noticia’, y uno no podía eludirla”, recordó Scott Jadlicka, profesor de la Universidad Estatal de Washington, quien impartió recientemente una conferencia a un grupo de historiadores sobre las complejidades de los Juegos de México 1968. “Hoy, esto no sólo sería quizás olvidado mucho más rápidamente, sino que se dividiría de formas muy distintas en cuanto al significado y mensajes de la protesta”.
Como entonces, es verdad que hoy muy poca gente sintoniza la transmisión de una competencia deportiva con la expectativa o el interés en recibir una lección sobre civismo o desigualdad. Muchos prefieren que los deportistas se dediquen a lo suyo.
A medida que las imágenes de los puños desafiantes se difundieron por el mundo, Smith y Carlos fueron vituperados y expulsados de los Juegos Olímpicos por la federación de su propio país. Ambos sufrieron consecuencias personales y profesionales cuando regresaron a Estados Unidos.
Sin embargo, ninguno lamenta lo que hizo.
“Sí, de hecho valió la pena”, dijo Smith este mes, durante una entrevista difundida por la cadena británica BBC.
Las palabras que Carlos pronunció hace 50 años siguen resonando hoy en muchos rincones.
“Los blancos en Estados Unidos no entenderán”, pronosticó aquella noche. “Me reconocerán sólo cuando haga algo malo, y me llamarán negro”.
La reacción al gesto de los velocistas durante semanas, meses y años, fue como un tsunami en cámara lenta. En cambio, la respuesta al beso entre Kenworthy y Wilkas se asemejó a un incendio forestal que avanzó rápido pero se extinguió muy pronto.
Las cámaras de TV lo captaron, pero el beso no causó revuelo sino hasta que las imágenes se distribuyeron mediante las redes sociales. Fue un gesto intencional y poderoso de Kenworthy, quien utilizó sus cuentas de Twitter e Instagram durante los Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang, Corea del Sur, para hablar de los derechos de la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT).
Las imágenes del beso se propagaron de forma viral, pero la índole de los medios de 2018 hizo que el episodio resultara popular apenas durante un ciclo noticioso. Rápidamente fue desplazado de los titulares por la producción de carne de perro en Corea y por la polarización política en torno de la visita de Ivanka Trump a Pyeongchang.
Parte de ello reflejaría cierto progreso _la imagen de dos deportistas homosexuales que se besan no tiene hoy la misma respuesta que habría generado hace 20 o 50 años_, razona Jedlicka.
Pero otra parte “habla del hecho de que no hay los mismos guardianes de los medios que había en 1968”, considera John Koch, quien imparte en Vanderbilt un curso denominado “Retórica, Deporte y Sociedad”.
“Solía ocurrir que los medios tenían la única responsabilidad por lo que era relevante y digno de verse”, dijo Koch. “Los usuarios de Twitter tienen ahora esa misma capacidad”.
Ello es lo que ha ayudado a que Kaepernick se convierta en muchos sentidos en el Smith y el Carlos de esta generación.
Cuando el quarterback se arrodilló por primera vez durante la interpretación del himno nacional para protestar contra la injusticia racial y social, el hecho pasó desapercibido en un partido de pretemporada de la NFL. Sólo cobró fuerza con el poder de las redes sociales. De ahí en adelante, su mensaje se ha filtrado una y otra vez, y ha generado desde tuits del presidente Donald Trump hasta anuncios de Nike, patrocinador del quarterback.
En otro caso, el deporte se ha convertido en una parte central del movimiento #MeToo (#YoTambién), a raíz del escándalo de abusos sexuales cometidos por el médico Larry Nassar contra cientos de jovencitas gimnastas, incluidas integrantes de la selección olímpica de Estados Unidos.
El “hashtag” en #MeToo habla por sí mismo de los medios mediante los que surgen algunos de los exhortos más convincentes a la acción.
Refuerza las palabras de Marshall McLuhan, el renombrado intelectual que sentenció: “El medio es el mensaje”, un reconocimiento a la idea de que la forma en que se propaga la información es en cada aspecto igual de importante que la información en sí misma.
En 1968, Smith y Carlos reaccionaron ante el aguijón de la injusticia social y sabían que podían llamar la atención sobre ello en el podio de medallistas olímpicos.
Cincuenta años después, los deportistas tienen a su disposición más medios para llamar la atención sobre problemas similares de desigualdad. Pero una vez que los usan, la existencia de múltiples plataformas puede llevar a que una historia como la de Kaepernick se convierta en una marejada lenta, mientras que otras, como la de Kenworthy y Wilkas, serán noticia de un minuto.