Esta semana leemos El lenguaje de las ciudades, de Deyan Sudjic, reciclamos El derecho a la ciudad, de Henri Lefebvre y descubrimos La ciudad solitaria, de Olivia Laing
Por Marta Peirano, para eldiario.es
Ciudad de México, 14 de octubre (SinEmbargo).-Como explicaba José Luis de Vicente en esta interesante charla, las ciudades que habitamos son hijas de dos tecnologías: el coche y el ascensor. Antes del ascensor, los ricos vivían abajo y los pobres ocupaban los áticos y buhardillas. El ascensor invirtió ese orden de cosas y añadió una dimensión nueva a los espacios urbanos, que pudieron crecer a lo alto además de a lo ancho, aumentando exponencialmente su densidad.
El coche renegoció las distancias entre la casa, el trabajo y el ocio, convirtiendo las afueras en barrios residenciales y la ciudad misma en un entorno que ya no está diseñado para los ciudadanos sino para millones de exo–esqueletos rodantes de gasolina, vidrio y metal. La ciudad del siglo XX se expandió a lo alto y a lo ancho, como una catedral. La del siglo XXI es todavía un misterio.
Sabemos que la era de la comunicación permanente e instantánea cambia nuestra manera de relacionarnos, de coordinarnos, de pensar. No sabemos qué impacto tendrá el coche autónomo sobre la forma de las ciudades o si CRISP hará innecesarios los avances en movilidad que tanto nos costó conseguir. Se desentierran las Biblias del urbanismo, se multiplican los congresos de movilidad y se simulan soluciones de para los efectos que el cambio climático tendrá sobre las estructuras vigentes. Pero sobre todo se discute para qué sirven las ciudades, si son enclaves de producción de riqueza o espacios de creación de comunidad. Si pueden ser las dos cosas y cómo. Hoy tenemos tres libros para ayudarnos a repensar el lugar donde se concentra la mayor parte de la población mundial: las ciudades.
El lenguaje de las ciudades, de Deyan Sudjic
En un volumen anterior, El Lenguaje de las cosas, el director del mítico Museo del Diseño de Londres, Deyan Sudjic, filosofaba sobre la forma de los objetos, su lenguaje propio y su relación con los espacios que llenan. Por ejemplo, cómo una silla diseñada por Philippe Starck convirtió un café sin luz natural cubierto de falso caoba en la estrella de la noche parisina. Ahora Ariel publica su análisis sintáctico de los centros urbanos. Inteligente y jugoso, consigue que miremos las ciudades como si fuera la primera vez.
Para empezar, se pregunta cómo cómo podemos llamar de la misma forma a Ciudad de Mexico, Detroit, Oxford y Bombay. Ciudades donde la cultura, la economía, los sistemas sociales y la política se manifiestan de manera arquitectónica con topografías antagonistas. No tiene la misma forma una ciudad comercial como Amsterdam que una imperial como Tokio, con su vacío corazón palaciego. O una religiosa como Oxford, cuyas arquitecturas se han transformado en un complejo universitario. Tampoco puede ser lo mismo una ciudad de 24 millones que una de medio millón.
Sudjic reflexiona sobre la diferencia entre las ciudades planificadas por urbanistas megalomaníacos, como la Nueva York de Robert Moses o el París de Baron Haussmann y las que se han desarrollado de manera orgánica, como Beijing. Sobre la especialización de los barrios y la gentrificación como un monocultivo que simplifica lo social, con sus barrios como postales, o un skyline cortado al ras. Sobre el anonimato: la metrópolis donde iba uno a perderse, convertida ahora en un amasijo de ojos, antenas y ondas electromagnéticas que revelan en todo momento nuestra posición, nuestras actividades, nuestros deseos y nuestra identidad.
Arquitecto de formación y editor de la revista Domus antes que guardián de los más bellos objetos, Sudjic también ha publicado La arquitectura del poder y La casa del siglo XX.
El derecho a la ciudad, de Henri Lefebvre
Casi el opuesto del anterior; este es denso y difícil. Entre otras cosas porque pertenece a otra era (y es francés). Pero importa para recordar que hay conceptos que parecen universales y sin embargo no llegan ni a la mediana edad. El derecho a la ciudad aparece por primera vez en este ensayo, titulado Le Droit à la ville, en 1968. Y no habla del derecho a vivir y disfrutar la ciudad, con pleno acceso a sus instalaciones, etc. Habla del derecho de la comunidad a transformar la ciudad en la que vive, a ser dueña de su historia, parte de su futuro y capaz de imaginar su destino, su función, contra la voluntad de sus industrias, incluyendo sus negocios, fábricas, oficinas y su turismo.
Nos hace falta una nueva ciudad humanista, decía entonces Lefebvre. Y para eso hay que desaprender los mitos. «Escapando de los mitos que amenazan esta voluntad, destruyendo las ideologías que nos alejan de este proyecto y las estrategias que nos apartan del proyecto». Junto con Muerte y vida de las grandes ciudades, el clásico de Jane Jacobs, es uno de los textos más influyentes del urbanismo. Y un proyecto muy necesario en la era de las Smart cities, de las estaciones patrocinadas y de los túneles subterraneos que acaban en la puerta del Primark.
La ciudad solitaria, de Olivia Laing
La protagonista de este extraño e iluminado ensayo de la británica Olivia Laing es una paradoja frecuente. Tras una ruptura traumatica, se encuentra pasando «una temporada en Nueva York, esa isla de gneis, hormigón y cristal, con sus calles abarrotadas de gente, donde se vive la soledad a diario». La ausencia de contacto humano en un océano de carne ajena la empuja a recorrer las calles de la gran manzana víctima de un dolor tan agudo que, «a medida que fueron pasando los meses me empezó a fascinar».
Se convierte así en expatriada del mundo y en habitante de una soledad que es en si misma un lugar, un lugar creado por la ciudad misma, que se alimenta de su arquitectura, de sus sombras y de sus ausencias. Cartografiando ese espacio descubre a sus conciudadanos, escritores, artistas, cineastas y músicos que habitaron la soledad urbana antes que ella y que volvieron con relatos de sus viajes.
En esta historia sobre qué es la soledad está Edward Hopper, el retratista del vacío existencial de las grandes urbes norteamericanas, pero también Andy Warhol, eternamente solo en mitad de una fiesta eterna, convertido en animal social por un miedo patológico a la intimidad verdadera. Está David Wojnarowicz, contemporáneo de Jean-Michel Basquiat, Keith Haring y Nan Goldin, cuya vida en las calles deja un agónico legado de vergüenza insuperable.
Laing lee la ciudad a través de sus obras y sus fotografías y los lee a ellos a través de los rastros que dejan en la propia ciudad. El retrato de un lugar que es a la vez una idea sobre lo que significa estar vivo y pertenecer a un lugar, a una comunidad y a un momento en el tiempo.
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