Alondra Maldonado
14/10/2016 - 12:01 am
Sabores del Pacífico | La cereza del pastel en el Valle de Guadalupe
Para finalizar el recorrido por el Valle de Guadalupe quiero cerrar con la historia de uno de los ejidatarios que hoy se ha transformado en una pequeña vinícola de gran calidad. Esta historia es la historia de muchos en el valle, es la historia de la posibilidad, es la historia que me deja con sabor a esperanza, además de un gran vino en el paladar.
Para finalizar el recorrido por el Valle de Guadalupe quiero cerrar con lo que para mí es la cereza del pastel, con la historia de uno de los ejidatarios que hoy se ha transformado en una pequeña vinícola de gran calidad. Esta historia es la historia de muchos en el valle, es la historia de la posibilidad, es la historia que me deja con sabor a esperanza, además de un gran vino en el paladar.
El señor Tomás Bravo Galván, hombre como se diría coloquialmente: «echado p’alante», según nos cuenta su hijo Juan Carlos, -Era un hombre visionario, de mentalidad ganadora, trabajador- que emigró a los Estados Unidos y trabajó haciendo de todo sin parar, veinticuatro horas diarias durante un año y al volver, traía su dinerito. Los rusos, que habían llegado al Valle de Guadalupe debido a la revolución rusa trajeron consigo vides y fueron los que sembraron la simiente de la vocación vinícola del valle. Corría 1944 cuando nuestro protagonista, el ejidatario Don Tomás Bravo, al volver se dio a la tarea de junto con su esposa Juana Careaga Valdés, al lado de sus ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro hombres, de plantar en sus primeras 20 hectáreas entre aceitunas y vid de la variedad palomino y carignan. Hacia 1950, el rancho empieza a producir y la uva, al igual que el resto de los ejidatarios se vendía a Santo Tomás, L.A Cetto y Pedro Domecque principalmente.
-Al cabo de los años, Pedro Domecque, nos dijo que ya no quería nuestra uva, ahora quería nebbiolo, tempranillo, cabernet, malbec. Nosotros pensamos que estaba bien, que ellos nos ayudarían en la transición, pero no fue así. Imagínese la desesperación, ¿cómo le íbamos a hacer? Si apenas sacábamos para nuestro gasto. Muchos, arrancaron sus vides y sembraron otras cosas, otros vendieron sus predios. Cuando apareció un ángel y cambio el rumbo de nuestras vidas. Ese ángel es Hugo D’Acosta, él para empezar inició comprando nuestra uva, y la pagó de 4 a 5 veces más de cómo nos la compraban, fue cuando inició con Casa de Piedra. Pero luego abrió La escuelita, él me dijo, ponte a trabajar y te ayudo a que produzcas tu vino. Sinceramente yo no entendía su proceder, o hasta donde quería llegar con decirnos súbete a este barco que juntos vamos a navegar. Yo le decía que nos haríamos competencia, pero Hugo me dijo; «si tú ganas, si a ti te va bien, a mí me va a ir bien también». Nos abrió las puertas y nos cobijó con nuestro viñedo de más de cincuenta años. Antes llovía, ahora no, es raro el viñedo que tenga sistema de riego. Cuando empezamos con esto decidimos dejarlo así, como estaba, sin sistema de riego, elaborar un vino de manera tradicional, con las condiciones naturales de la tierra y dar a conocer que se puede elaborar un vino de manera tradicional. Ya llevamos 16 años produciendo vino y 10 años con el auge del Valle de Guadalupe. Yo estoy súper agradecido con Hugo y con Toño Badan que fue quien me presentó con Hugo.
De este proceso surge JC Bravo, de uva carignan originalmente, le siguieron con la uva palomino y en el 2012, lanzan Don Tomás, de uvas carignan-malbec y malbec-nebbiolo en honor a Don Tomás Bravo Galván, el padre visionario de don Juan Carlos. Es una delicia platicar con la familia entera, todos participan: su esposa la señora Leticia Ayundez de Bravo, sus hijos; Tomás, Juan Carlos, Carla Irene y Alejandra Bravo Ayundez. Como lo expresan, se han subido al barco de la vocación del valle, ahora prensan sus aceitunas, de donde surge el aceite Doña Juana en honor a la madre de Juan Carlos, he de decir, que es de los mejores aceites de oliva que he probado, han sembrado higos, naranjos, toronjas, granadas, entre otros árboles frutales, de donde han comenzado la elaboración de mermeladas artesanales con sus mismos frutos.
Entrar a su espacio de transfiguración, es toparse con pilas de cemento, con enfriadores (chillers) manuales, medidores de grados brick, mangueras para el remontaje de forma manual, nada de acero, pero todo de impecable limpieza, ahí con extremo cuidado de los elementos iniciando por la uva, la temperatura, el azúcar, etcétera. Cuando logran el producto deseado lo dejan reposar, añejar mínimo durante un año en barrica de roble francés y americano de segundo y tercer uso; después vuelve a entrar el ángel de la región, pues transportan el vino a las instalaciones de D’Acosta, y él les auxilia a estabilizarlo y clarificarlo, pues no cuentan con el equipo, se embotella, para volver a reposar otro año mínimo antes de salir a la venta. Aclaro que no conozco a Hugo, solo de oídas, su esposa Gloria fue quien nos dio el tour por su pequeña fábrica; no obstante, le profeso un profundo respeto por el cambio que ha logrado en la región, en la vida y el alma de ejidatarios y amantes del vino. Me recuerda al proverbio que dice: Más vale un buen nombre que las muchas riquezas. Me parece que es un ejemplo a seguir en las distintas áreas productivas del país.
El sabor del Pacífico en el Valle de Guadalupe es un magnífico maridaje entre el fruto de la vid y del mar, en JC Bravo, ahora han iniciado de manera informal un pequeño restaurante, donde encuentras ostiones, almejas, pulpo, atún a las brasas, entre otras delicias.
Nuestro vino mexicano ha dado saltos agigantados, consumamos lo propio, visitemos nuestras zonas vinícolas, en este caso, el Sabor del Pacífico en la Baja California, me ha mostrado un rostro fresco, renovado, que ha encontrado identidad propia.
[email protected] – Sabores de Nayarit
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá