El escritor Santiago Gamboa habla acerca de Será larga la noche, una novela que descubre la desigualdad y la violencia en Colombia, muy similar a la que se vive en México. Una de las protagonistas ejerce el periodismo, misma profesión que el autor ha desempeñado y defendido por años.
«El periodista es acosado por los poderes, amedrentado por los violentos e intentan corromperlo. En México y en Colombia los matan. Es un mártir, un personaje romántico […] Pero la ilusión tiene que seguir. No podemos darnos el lujo de ser pesimistas», aseguró el narrador colombiano.
Ciudad de México, 14 de septiembre (SinEmbargo).- Sobre una carretera perdida en una región de Colombia, un niño es testigo de un brutal enfrentamiento. Aunque los habitantes del pueblo más cercano niegan haber escuchado algo, sólo una denuncia anónima llega a manos del Fiscal Jutsiñamuy, quien emprende una investigación. Y no está solo: la periodista Julieta Lezama y su asistente Johana, exguerrillera de las FARC, lo acompañarán en una arriesgada pesquisa.
«El periodista representa algo diferente, representa a la sociedad civil; es el agente de la sociedad, que va a investigar para informarles a ellos, y que se pone en peligro. Aquí en México y en Colombia los matan. Es acosado por los poderes, amedrentado por los violentos e intentan corromperlo también con medios económicos. Es un mártir, un personaje romántico”, expresó el autor, quien ha ejercido la citada profesión.
Para Puntos y Comas, el escritor colombiano Santiago Gamboa habla acerca de Será larga la noche, una novela que descubre la desigualdad y la violencia en Colombia, muy similar a la que se vive en México.
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–¿El hecho de que un niño sea el testigo del enfrentamiento en una carretera del Cauca tiene algún simbolismo? ¿Cómo ven los niños la violencia, cómo la viven? Especialmente en contextos marginados.
–Uno de los temas de la novela es la orfandad. En Colombia, la guerra ha producido una sociedad de huérfanos. Muchas personas, que ahora son adultas, vivieron esa condición de orfandad en la infancia. Y esa ha sido la historia del país en medio siglo: infancias robadas, perdidas; niños que han sido convertidos en combatientes a los 12 años, niños asesinos, niños vendedores de droga, niños drogadictos. Una sociedad de niños desamparados porque sus padres han sido víctimas de la violencia.
A veces pienso que Colombia es, en términos generales, un país huérfano. No hay una gran nacionalidad que proteja. Hay países con nacionalidades fuertes, que representan el arquetipo paterno de la protección, y cuidan de sus cuidadanos. Es a ese nivel que Colombia no funciona: el país no representa ninguna protección para nadie.
–Elegiste como protagonistas a dos mujeres; una es periodista, otra ex guerrillera. Además, hay un Fiscal. ¿Estos personajes reflejan facetas de ti mismo?
–Los personajes son lo más importante, escribo sobre todo a partir de los personajes. Julieta, la periodista, y Johana, su colaboradora, son dos mujeres a través de las cuales investigo esos mundos: las iglesias evangélicas, el mundo de la violencia posterior a los acuerdos de paz en Colombia. Estas dos mujeres tienen cosas mías, como por ejemplo el deseo continuo de perderme en una investigación. Ellas son el reflejo de cosas que yo hago. El modo en que yo investigo es un poco el modo en que Julieta investiga cuando escribe sus artículos. Por otro lado, de manera muy intuitiva y sin cálculo, elegí mujeres. Sentí que la novela requería de una mirada diferente.
–¿Por qué elegiste contar esta historia en una suerte de thriller?
–Cosas como estas suceden permanentemente, cosas mucho peores, pero en este caso es una ficción. Me gusta que sea una periodista la que hace la investigación porque el periodista es como un detective, pero sin arma. Además no representa la ley, eso para mí es muy importante.
El periodista representa algo diferente, representa a la sociedad civil. Es el agente de la sociedad que investiga algo para informarle, y que se pone en peligro a veces. Aquí en México y en Colombia los matan. Ese periodista es una especie de mártir de la verdad. Muchas veces es acosado por los poderes, amedrentado por los violentos. Intentan corromperlo también por parte de los poderes económicos, por lo tanto para mí es un personaje romántico [… ] En mis novelas siempre utilizo periodistas.
–¿Hay similitudes del contexto social y político de Colombia con el de México?
–Se ven ahora de manera mucho más grave las grandes diferencias, la desigualdad de justicia y la falta de infraestructura educativa en Colombia. Yo estoy involucrado en esa lucha porque Colombia sea un país moderno, con igualdad de oportunidades. Mi mirada es de un socialismo democrático y progresista, un poco como el que tiene México ahora.
A mí me gustaría que Colombia siguiera el ejemplo de México e intentara hacer su propio camino dentro de una izquierda progresista y democrática. Nunca en el camino de Venezuela. Me gusta más Uruguay, México, Ecuador.
–¿Cómo fue tu escritura durante el tiempo que viviste en Europa? ¿Por qué decidiste volver a tu país natal, Colombia?
–Yo he escrito solamente dos novelas en Colombia, ésta y la anterior. Todo lo demás lo escribí en Europa porque me fui a los 19 años. Cuando viví en París, empecé a ser periodista y escritor más o menos al mismo tiempo, y comprendí que ambas eran una pasión para mí.
Mi experiencia europea me enseñó a mirar a Colombia desde un punto de vista lejano, pero a mirarla. No quería ser un escritor europeo; me interesaba el mundo pero también me interesaba mirar a mi país desde otros ángulos. Colombia no sucede sólo en Colombia: sucede donde hay comunidades de exiliados, donde hay grupos económicos, donde hay migración clandestina de migrantes. Todo eso es Colombia.
Volví por una cuestión familiar. Una vez que esa decisión tomó cuerpo, me entusiasmó muchísimo regresar en el 2015, pues era el año en que estaba muy cerca la terminación del proceso de paz con la guerrilla. Me ilusioné muchísimo creyendo que ese proceso iba a ser como una segunda independencia. Como escritor, yo quería involucrarme. Este libro es una de esas consecuencias.
El entusiasmo que sentí, después se convirtió en dolor, pues el proceso fue rechazado por una parte de la población y ahora lo está desmontando el nuevo Gobierno. Pero la ilusión tiene que seguir. No podemos darnos el lujo de ser pesimistas. Tenemos que seguir creyendo, es la única posibilidad.
–¿Cuáles son los límites entre la narrativa y el periodismo? ¿Cómo se nutren entre sí?
–El límite es la realidad. Para que algo pueda ser contado en una crónica periodística, debe haber sucedido. La crónica utiliza casi los mismos elementos que la novela: debe buscar personajes con los que la historia cobre más intensidad; debe elegir por dónde empezar, para que la historia sea más persuasiva, más intensa, y que el lector quede atrapado. Son problemas literarios, el periodista trabaja con los mismos materiales que el escritor. La gran diferencia y el límite es la verdad.
La novela comienza con un ataque a un auto blindado. Hace una semana, en Colombia, hubo un ataque a un auto blindado, en una carretera de la misma región que mi novela. Hoy podría narrar ese mismo primer capítulo como cronista, porque ya sucedió; antes de la semana pasada, sólo era ficción. Pero el modo de narrar a partir de un testigo podría ser el mismo para un cronista y un novelista.
–¿La literatura es un vehículo de cambio social o solamente contempla y describe?
–Todo lo que se produce de manera individual, se produce también a nivel colectivo. Si lográramos que el 80% de los ciudadanos de toda América Latina leyeran, seríamos un mejor continente.
Creo profundamente que la gente que lee es más tolerante, más comprensiva, solidaria, porque saben lo que son los sufrimientos humanos, no sólo los suyos. Cuando uno no lee, tiene una sola vida, la propia. Cuando uno lee, multiplica la belleza y la experiencia de estar vivo. La literatura te lleva a comprender mucho mejor a los demás, comprender la vida y apreciarla más también.