“Estaba sentada junto a un chiquihuite, en el solar, cuando la tierra comenzó a sacudirse. El Popocatépetl, activo desde que Cleotilde recuerda, suele escupir fuego y cenizas y cimbrar los suelos. Los habitantes de Tetela están acostumbrados, pero el movimiento del 19 de septiembre fue muy diferente. En sus 93 años de vida, Cleotilde Velázquez jamás había sentido algo así”, escribe Marcela Salas Cassani en Volver a casa, fragmento de Rostros en la oscuridad. Sismo19S. Con el permiso de ediciones Buuk, Puntos y Comas comparte ese capítulo completo.
Ciudad de México, 14 de septiembre (SinEmbargo).– Rostros en la oscuridad lleva en el título su antítesis. Las pamboleras, los pacientes de hospitales, las víctimas de la violencia, los migrantes… todos encuentran un poco de luz en las páginas.
El proyecto editorial nació con “punch” y arrojo. Ahora es una realidad: más de una decena de libros respaldan el trabajo de Melchor López Hernández, Karla Santamaría y Adán Magaña.
Con el permiso de Ediciones Buuk, SinEmbargo comparte la introducción y un capítulo de Rostros en la oscuridad: Sismo19S, el más reciente integrante de la colección.
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CAPÍTULO:
VOLVER A CASA
Por Marcela Salas Cassani
Aprendiendo a morir, se aprende a vivir.
PLATÓN
Cuando Feliciano se puso más malo, el doctor nos dijo que ya no podía vivir aquí porque la casa es de adobe y suelta polvo y humedad; eso provocaba que no se pudiera aliviar. Entonces, nos lo llevamos a casa de uno de mis hijos; allá yo iba diario a bañarlo, vestirlo y a darle de comer.
Al tercer día, después de asearlo, Feliciano me pidió que lo trajera de vuelta para nuestra casa. Traté de convencerlo de quedarse allá, pero no quiso; así que como pude me lo traje. Mi viejito quería venir a morirse acá.
Estaba sentada junto a un chiquihuite, en el solar, cuando la tierra comenzó a sacudirse. El Popocatépetl, activo desde que Cleotilde recuerda, suele escupir fuego y cenizas y cimbrar los suelos. Los habitantes de Tetela están acostumbrados, pero el movimiento del 19 de septiembre fue muy diferente. En sus 93 años de vida, Cleotilde Velázquez jamás había sentido algo así.
Horrorizada, contempló cómo las tejas del techo, de dos aguas de la casa, comenzaron a venirse abajo, resquebrajándose al azotar con violencia contra el suelo. Los árboles se movían y el granero se zarandeaba. Sin poder caminar y abrazadas, Cleotilde y su nieta esperaron en el centro del patio a que la pesadilla terminara; sin saber que ésta apenas empezaba para un sinfín de personas que -con el paso de las horas se supo- perdieron en un instante la vida o el patrimonio que les tomó años y sacrificios construir.
En Tetela del Volcán, como en la mayoría de los municipios azotados por la tragedia, la ayuda que llegó primero fue la de la sociedad: maestros y alumnos de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos montaron casi de inmediato un albergue y el centro de acopio en la Escuela de Estudios Superiores de esta localidad y comenzaron a repartir la ayuda, principalmente en las casas localizadas colina arriba, pues la ayuda del gobierno se limitó a las zonas céntricas y accesibles.
Unos días después de la tragedia, por fin llegó personal de Protección civil a evaluar la casa de doña Cleotilde, una de las construcciones más antiguas de Tetela. Lo más dañado fue el techo, pero los cimientos de adobe resistieron y “todavía se puede estar bien aquí”, asegura la mujer.
Amigos y familiares han intentado convencerla de que deje la casa y se vaya a vivir con alguno de sus hijos, pues la vivienda presenta cuarteaduras, pero Cleotilde solo los deja hablar y sonríe. Ella no irá a ningún lado.
Una cruz vieja de madera azulada, colgada en la pared junto a otras cuatro, da fe de la fecha en la que terminó de construirse la casa: 26 de mayo de 1951. Cleotilde ha habitado estas cuatro paredes durante 66 años, 59 de los cuales estuvo casada con Feliciano.
Al entrar, a mano derecha, colocada junto a una pared llena de imágenes y figuras de santos, hay una mesa con flores, viejas fotografías y veladoras encendidas. Por la temporada, Cleotilde ha desempacado también los sahumerios y ha comprado incienso; se alista para fiesta de Día de Muertos, que en Tetela comienza desde el 28 de octubre con una celebración dedicada a quienes murieron.
La fiesta para recibir a los que ya no están, se prolonga hasta el 2 de noviembre y las casas son adornadas con caminos de cempasúchil y velas que sirven para guiar a los muertos a casa. Este año, en el pueblo hay mucha necesidad y poco para compartir.
Para otro momento tendrán que esperar el pan, el mole y los tamales; sin embargo, Cleotilde está alistando ya la mesa en donde desde hace siete años coloca una ofrenda para su esposo.
Muchos no creen, pero yo sí que creo, y claro que vienen, claro que va a venir. Y aunque este año solo me alcance para ponerle agua, voy a esperar en esta casa -la que fue nuestra casa- a mi viejito, porque si me voy, se va a perder. Si me voy a donde sea y pongo mi ofrenda en otro lado, ¿a dónde va a llegar mi viejito?
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INTRODUCCIÓN:
ROSTROS EN LA OSCURIDAD 19S LA ALTERIDAD Y LA NADA
El ahora supone que yo soy el dueño, dueño de lo posible, dueño de captar lo posible. La muerte nunca es ahora.
EMMANUEL LÉVINAS
El pensamiento es la acción de las ideas, las ideas son imágenes fijas o en movimiento; cuando están en la mente, son fijas. Solo al ponerlas en acción salen de ella y “pasan” a la realidad.
La nada es una idea. Y una idea de la filosofía, por tanto que estudia. La nada puesta en acción como idea es un pensamiento que se difumina, combina o mezcla con otras ideas o pensamiento. Y entonces como tal, como nada, desaparece.
La experiencia toma de la realidad y la realidad es el respaldo de la teoría y en ella se encuentra todo: la teoría y la realidad; y el resto: los sueños y las nostalgias. Todo.
Lévinas dice, el ahora supone ser dueño de captar lo posible. Un buen pretexto. Pre-texto: ¿qué hay antes del texto? Experiencia. Lo que se vivió fue un nudo existencial de la realidad.
En Lévinas está un concepto que se llama alteridad, que significa el otro como tú mismo: es decir, que ese otro que tú miras y que está ante ti, un amigo, familiar o desconocido, puede ser tú mismo. Lévinas explica la alteridad, pero también la nada y cómo ésta puede derrotar o hacer a un lado la preocupación, la angustia o la ansiedad.
En el sismo del 19S, desde el punto de vista de Lévinas, el logro fue el del aprendizaje: relación entre los conceptos y la experiencia, porque todo tronó.
Sorpresivamente el sismo aventó a la cotidianidad. Se derrumbaron edificios y con ello la seguridad. Nada parecía detener el movimiento telúrico. El zangoloteo fue emocional. Y destapó miedo y desesperación. Pronto, el duelo. Y el sentimiento de pérdida.
Algo se quería saber de lo sucedido. Pero la caída completa de edificios marcaba el ritmo de las reacciones de soledad y colectividad.
Fueron segundos. Los suficientes para mirar en tiempo real el desplome del hogar o el edificio en el que se labora de lunes a viernes. La sorpresa no tenía final. Al tiempo, se jugaba la vida. Otras, ya no respiraban. El llanto era la válvula de escape mientras entraba en razón la colectividad ante la lógica de la naturaleza.
Entre polvo, la gente correteaba ideas y paisajes, otros ya rascaban entre escombros; unos más, rezaban. El cosmos de la vida fue una síntesis que dio pie a la entrada de solidaridad y apoyo para el rescate de vidas.
Pero el llanto no se alejaba del alumno, del trabajador, del obrero, del taxista, del profe, de los padres, parejas e hijos, de la estrechez de la vida y la experiencia derrumbada por el impacto de las imágenes.
Nada estaba escrito para el momento. El sismo del 85 solo era un instante de la memoria o el imaginario de la gente que de voz en voz enseñaba para recordar. Muchos quisieron huir, pero la respuesta les puso un alto: ¿A dónde si en todos lados tembló?
La historia se escribe, es un relato que se hizo en el caos que marcó la pauta mientras la gente dejaría que el instinto de sobre-vivencia estuviera cerca de él y permitiera la huida.
El rostro humano solo semejaba al miedo cerca de la incertidumbre y a la posible pérdida de su seguridad. Para muchos ya no hubo tiempo para pensar y repensar la reacción ante el miedo y el nudo de la incertidumbre, porque él mismo falleció.
Topos, rescatistas, voluntarios, amas de casa, transeúntes, trabajadores de la construcción, ciclista, motociclistas, profes, vendedores ambulantes… todo aquél que vio de cerca el colapso de una edificación reaccionó y ya estaba entre el polvo y la sonrisa del sobreviviente que salió ileso de las manos de la muerte. Su testimonio sirve para decir que la vida en cada segundo vale la pena.
Todo se borró: la división social no estuvo presente. No hubo medidas sociales. Cayó. Tronó. Se quebró la ciudad y fue parejo. El caso emblemático: las escuelas privadas y las públicas fue la representación de que nada está seguro en el asfalto urbano. Doloroso ver a la gente caída. Pero el grito de la esperanza se levanta, paulatinamente; su pauta la marca la entrona energía de fortaleza de la gente que se la rifa en medio del permanente caos.
Al inicio Lévinas se pregunta: ¿qué hay antes del texto? Todo eso. Pensamiento, idea, realidad, alteridad, el todo y la nada. Hoy, al terminar este número, Rostros en la oscuridad. Sismo, la pregunta que nos debemos hacer es: ¿qué hay después del texto?
Melchor López Hernández
Septiembre de 2019