Por su cercanía con Guadalajara, capital de Jalisco, Sayula es la puerta de entrada a la Ruta Cultural Realismo Mágico que autoridades estatales y federales pretenden instituir este año como un corredor turístico.
Por Mariana González
Sayula (México), 14 de mayo (EFE).- Una ruta turística por la zona sur del estado de Jalisco (oeste de México) sigue los primeros pasos en la vida del escritor Juan Rulfo (1917-1986) y permite conocer los rincones y áridos paisajes que inspiraron al autor, cuyo centenario de nacimiento se conmemora el 16 de mayo.
Esta región guarda anécdotas, lugares, personajes y detalles que ayudan a los lectores a entender el universo rulfiano, lleno de silencios, parajes desolados y fantasmas.
Muchos seguidores de Rulfo viajan hasta el sur de Jalisco para hacer esta ruta de manera informal y conocer el puñado de pueblos que aparecen una y otra vez en los cuentos del escritor y fotógrafo, dice a Efe Rodrigo Sánchez, cronista del municipio de Sayula.
«No tanto como los pueblos con fantasmas, decadentes, tristes, (Rulfo) refleja a Sayula como una ciudad más luminosa, con más gente; es como el claroscuro en su obra», afirma el especialista.
Por su cercanía con Guadalajara, capital de Jalisco, Sayula es la puerta de entrada a la Ruta Cultural Realismo Mágico que autoridades estatales y federales pretenden instituir este año como un corredor turístico.
Las raíces paternas del autor están en este poblado que guarda celosamente el acta de nacimiento de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno y atesora la casa donde la familia solía asistir por temporadas cuando el escritor era pequeño.
Los expertos reconocen que Rulfo se sentía más identificado con los pueblos del «Llano Grande», al que se llega por sinuosos y estrechos caminos.
Desde lo alto observa el llano amplio y árido, ese que Juan Preciado, protagonista de «Pedro Páramo» (1955), mira desde una colina a su llegada a Comala. El pasaje que da inicio a la célebre novela será escenificado en un mirador que formará parte de la ruta.
Abajo está San Gabriel, un apacible pueblo donde Rulfo pasó varios años de su infancia y que guarda parajes que podrían haber inspirado a Rulfo para escribir no solo la mítica novela sino al menos tres cuentos, dice José de Jesús Guzmán, cronista del lugar.
De la pluma rulfiana emergieron frases como «San Gabriel sale de la niebla, húmedo de rocío.(…) Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacito», «De Apango han bajado los indios con sus rosarios de manzanillas, su romero, sus manojos de tomillo». Quien visita el pueblo constata que la ficción salta a la realidad.
«Al leer estos cuentos suenan muy familiares con el entorno», afirma Guzmán, y añade que el escritor plasmó en sus relatos nombres, lugares y circunstancias de los que hay registro en los archivos y que son parte de la memoria local.
Las reminiscencias no se limitan a lo literario, pese a que el autor fue enviado muy pequeño a un internado de Guadalajara. En San Gabriel está también el primer colegio al que asistió el pequeño Juan, la casa de la familia materna, ahora abandonada, y el lugar donde se tomó una de las fotos más conocidas de su juventud.
A 10 minutos del pueblo están las ruinas de la Hacienda Telcampana, donde la familia recogió el cuerpo de Juan Nepomuceno, padre de Rulfo, quien fue asesinado en la Hacienda de San Pedro Toxin.
Se dice que los trabajadores transportaron el cuerpo por horas en el camino de terracería iluminados por antorchas, «y desde lejos parecía como si el llano se estuviera incendiando», un pasaje que pudo dar origen al nombre del libro «El llano en llamas» (1953), dice Guzmán.
La ruta lleva también a Apulco, pequeño asentamiento de 300 habitantes que creció alrededor de la hacienda de la familia materna de Rulfo y que el escritor señaló en alguna ocasión como el sitio donde nació.
El joven Rulfo solía vacacionar ahí y en ocasiones se quedaba días y noches escribiendo iluminado con velas, cuenta a Efe Laura Soto, delegada municipal en el pueblo.
«Juan Rulfo venía cuando era menor, venía a la hacienda con sus abuelitos maternos. Posteriormente los abuelos se van a San Gabriel y después él venía con uno de sus hermanos» que administraba la hacienda, explica Soto.
A unos 40 kilómetros está Tuxcacuesco. En la primera versión de «Pedro Páramo» Juan Rulfo tomó el nombre de este pueblo, que luego por recomendación de su editor bautizaría como Comala.
El poblado está en una especie de hoyo. El intenso calor deja sin aliento apenas bajar por la cuesta que lleva a la plaza principal, un «camino que sube o baja según se va o se viene», describió el autor.
Pareciera un pueblo fantasma, donde reina un silencio solo entrecortado por los albañiles que arreglan la plaza para los festejos del centenario de Rulfo.
Mauricio Llanos, director municipal de Cultura y conocedor de la huella que el escritor dejó en este pueblo, dice a Efe que Tuxcacuesco fue protagonista en las historias rulfianas, tanto que la realidad se convierte en ficción o viceversa.
«Las personas que nos visitan viven los cuentos en carne propia. Lo que en los libros leyeron, aquí vienen y lo experimentan directamente», afirma.
Sentada frente a la iglesia, la figura de Rulfo será inmortalizada con una estatua de bronce que permanecerá ahí en espera de aquellos curiosos que lleguen siguiendo sus pasos.