La directora de Vaso Roto Ediciones cuenta que “El paisaje me ha enseñado a leer libros para sentir, recordar, recobrar fragmentos de mi vida, por lo que me hice lectora de aquello que quería recuperar
Ciudad de México, 14 de mayo (Sin Embargo).-Aprendí a leer en los ojos de mi madre. Allí no había vocales ni consonantes sino espejos cuyas rasgaduras falseaban lo que había a mi alrededor. Leía en los ojos de mi abuela, en las manos del tapicero, en los pies de los tarahumaras en las plazas de Chihuahua. Leía el atardecer, los chorlos, el silbo de los sicomoros, el cielo oblicuo en la cima del Coronel. Aprendí después a leer los signos del alfabeto árabe en los periódicos entreabiertos dejados sobre el sofá de la sala de la abuela. El olor. Por el olor en las manos de mi madre, sabía si había salido de su cuarto y por lo plano de la parte posterior de su cabello, si había pasado todo el día tumbada en la cama sin encender el televisor. Mis lecturas más ricas hoy día son las manos del Greco, los pies de Ingres, los ojos en las fotografías de Julia Margaret Cameron. Me gusta ver el mar y leer el faro, las gaviotas, los riscos, la espuma al tocar la orilla. El paisaje me ha enseñado a leer libros para sentir, recordar, recobrar fragmentos de mi vida, por los que me hice lectora de aquello que quería recuperar.
La familia Ramsay es como todas las familias, pero Virginia Woolf tiene el enorme talento de sin decir nada dejarnos ver todo lo que siente y piensa y no dice. Esos sentimientos, muy probablemente analizados desde la madre, es lo que yo hubiese deseado decir y nunca pude.
Me gusta la rebeldía del joven, que yo no podría ejercer hasta muchos años después, me gusta igualmente la aparición de Kukshiná, la feminista emancipada que armaba tertulias con hombres más jóvenes que ella y la manera en que ellos se relacionaban. Es algo muy común y de lo que poco se habla. Así como la aparición de Odintsova, la viuda mayor que ellos de la que igualmente se enamoran. Son ideales que pueden ser interpretados desde diversas perspectivas, pero, para su tiempo, era un punto de vista avanzado y real del que se habla poco.
Hay una frase de Benn: melancolía: también lleva al poema. Y yo entiendo que este retorno, que se relaciona, ya no al Paraíso, sino al origen que tenemos obligación de conocer, para reconocernos en él como realidad íntima personalísima y no parte de la irrealidad de un espejo desfigurada que nos plantan como sociedad. Un fragmento de este poema dice:
Cuando leemos sobre mariposas,
sobre cañaverales sobre abejas
y que un bello verano se mece sobre esto,
preguntamos si existen estas dichas,
si no existe un engaño detrás de ello,
y también si el laúd del que ellos hablan,
con trinos, con aromas, vestidos vaporosos,
en donde fingen que se encuentran,
es algo cuestionable a otros oídos,
un potpurrí engañoso, artificial
la agonía del alma no se engaña.
(traducción de Eustaquio Barjau)
Me gusta muchísimo su poesía, tan influida de Hölderlin y tan llena de locura, suicidio, drogas, muerte, vejez. A Trakl lo pueden leer grandes y jóvenes, pero a mí me llenó de una verdad revelada abiertamente (él abusó de su hermana cuando joven) y es algo que se ha manejado en el cine con naturalidad, si no llevada a la acción, sí en el deseo, que pueden causar tanta culpa, tanta como para llevar a Trakl a escribir unos de los poemas más bellos del siglo XX: La noche se avecina al lugar de nuestros besos.
Se oye un susurro: ¿quién los exime de la culpa?
Trémulos aún por la hollinienta dulce lujuria
Rezamos: ¡Santa María, allá en tu gloria, perdónanos!
De las macetas con flores brota un voraz olor
que seduce nuestras frentes pálidas de culpa.
Cansados bajo el perfume de los aires húmedos
Soñamos: ¡Santa María, allá en tu gloria, perdónanos!
Pero más fuerte aún brama el pozo de las sirenas
y surge, aún más negra, la esfinge ante nuestra culpa,
que hace a nuestros corazones más pecaminosos
Lloramos: ¡Santa María, allá en tu gloria, perdónanos!
(Traducción de Davy Noguera)
Lo leí a través de una cita de Borges hace más de 30 años. Pero, después de leer un ensayo de María Negroni, El arte del error, volví a buscarlo. Murena, seguidor de Otto, es maravilloso en su modo de enfrentar el misterio, el origen, la realidad, lo alcanzable. Qué puede y qué no puede el humano, qué calla, qué habla y qué aspira. Ve la metáfora en toda su dimensión mostrando al arte como mediador entre este mundo y el otro. Tiene esa parte de Benn, de la melancolía, ese misterio sin respuesta formulable, pero que debemos de mantener vivo porque es lo que nos da vida.
Es quizá el libro que me permitió replantearme lo diverso, la necesidad de analizar Occidente desde Oriente, ver por qué hemos ido en busca de la luz sin internarnos en el sentido de la sombra. Ahora veo la arquitectura, el paisaje, un cuenco, una ventana, una mancha en la plata de manera diversa, más ancha, menos analítica, más incorporadora. Hay que ver todo lo que hacemos por encontrar una “estética”, sin percatarnos de cuánta belleza encierra lo que estamos dejando atrás.
Un ensayo interrelacionado por otra serie de sub-ensayos en donde ella ve, analiza, recobra temas que por alguna razón me habían interesado hace años y que María trata con una gran lucidez mirando las cosas desde una perspectiva muy de ella. El arte del error, nos enseña a ver de nuevo lo que hemos visto, pero repensado desde una óptica muy sui generis: rescatando autores, cuadros, fotografías, textos muy místicos, como es ella, y desde un agnosticismo o teología negativa que nos obliga a entrar en la grieta como única posibilidad de futuro.
Me gustaría leer toda la Biblia. Pero… ahora he podido leer Job y amo una frase para parecerme el mejor poeta del mundo: “Si callo, mi dolor no cesa. Si hablo, no se aparta de mí.
Creo que fue uno de los grandes poetas del siglo XX. Rojas, su conocimiento de los clásicos, del latín, del griego, que le dieron la posibilidad de crear un lenguaje muy propio, muy adentrado en él mismo y a la vez espontáneo. Dentro del libro hay un poema que me parece de gran altura y que todos deberíamos leer:
Al silencio
Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
Es una poeta místico-erótica que supe bien cómo hablar, desde una entera desnudez y desde una honda sinceridad, con la divinidad, en una comunión pocas veces alcanzada. Ella pasó dos décadas en el manicomio y nos enseñó a atravesar la locura, la ausencia, el abandono con altura.
Conocí Jericó.
yo también tuve mi Palestina,
los muros del manicomio
eran los muros de Jericó
y una charca de agua infesta
nos bautizó a todos.
Ahí adentro éramos hebreos
y los Fariseos estaban arriba
y allí estaba también el Mesías
confundido en la muchedumbre:
un loco que gritaba al Cielo
todo su amor a Dios.
¿Quién es Jeanette Clariond? Nació en Chihuahua, en 1949. Poeta y traductora. Licenciada en filosofía y maestra en metodología de la ciencia y letras españolas. Miembro del Consejo para la Cultura de Nuevo León. Ha colaborado en diversas revistas y periódicos nacionales y extranjeros como ABC (Madrid), Armas y Letras (UANL), Deslinde, El colibrí, El País, Espacio Escrito (Badajoz), La Jornada Semanal, La Vanguardia, Letras Libres, entre otros. Obtuvo la beca Rockefeller/Conaculta 2000 y la Banff CONACULTA para traductores 2004. Mención Honorífica en el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1993 por Mujer dando la espalda. Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 1996 por Desierta memoria. Premio de Poesía Gonzalo Rojas 2001 por Todo antes de la noche.