“El primer diario que encuentro donde se le plantea al lector el inteligentísimo juego de descubrir dónde está presente el verdadero sinsentido del instante”, ha dicho Mario Bellatin de La invención de un diario, el nuevo trabajo de la laureada autora de Muerte en la Rúa Augusta
Ciudad de México, 14 de mayo (SinEmbargo).- La amante de Wittgenstein, de David Markson, fue el punto de partida para que la poeta y ensayista Tedi López Mills se animara a escribir un diario inventado, donde el problema para la narradora “siempre es la cabeza”.
Acaso ese discurso metido dentro del cerebro y al que queremos acceder irremediablemente, como si la vida pudiera ser una escena de Las alas del deseo, aquella película de Wim Wenders que nos marcó para siempre y donde la poesía de Peter Handke se combinaba con los pensamientos de los pasajeros en un camión: el discurso del yo, de su ronroneo, atrapado en la periferia del oído del otro, del testigo.
Si hablamos de Wittgenstein (1889-1951), el notable filósofo, matemático y lingüista austríaco, también debemos hacerlo de su famoso Tractatus, un conjunto de aforismos donde el enigma y el sentido oculto de las cosas se destacaban en medio de una escritura mística que resultaba prístina para el autor, pero aún hoy es considerada críptica para muchos lectores.
López Mills (Ciudad de México, 1959), ganadora del Premio Xavier Villaurrutia por su poemario Muerte en la rúa Augusta (Almadía, 2009), retoma el Tractatus, pero en forma velada, a través del misterioso libro de Markson, quien ya desde el título plantea un equívoco, al hablar de “la amante” de un hombre homosexual.
La amante de Wittgenstein es el monólogo de una mujer convencida de ser la única persona viva en el mundo y que habla de asuntos inútiles y variados, como la música de Brahms o la Guerra de Troya. ¿Se trata del Tractatus novelado?
También la narradora de La invención de un diario (Almadía, 2016) parece extraída de un sueño vital y definitivo. Alguien como decía aquella linda canción del español Mastretta, “El último habitante del planeta”, dispuesto a resolver los asuntos de su cabeza y desconsolar al lector con una narrativa que no ocupa espacio en la realidad, pero sí.
Todo es tan real como la muerte y la locura, en un gran ensayo sobre las cosas de la existencia humana; adentro, como el licor en un bombón envenenado, también duerme el corazón delator de una novela policial.
–¿Con qué espíritu se escribe un diario?
–Es un diario inventado, entonces le da otro matiz, permite hacer cosas que un diario normal no permite.
–¿Un diario inventado da espacio a una escritura artificial?
–Sí, porque se está inventando todo. La narradora es una especie de invención, un estilo, además hay personajes; aunque es un diario también es una novela, hay una trama, un desenlace. Al mismo tiempo aparece el país, a través de los periódicos…
–Hay también una pregunta por el lenguaje, por el discurso
–Sí, una constante pregunta por la poesía, por las palabras, por las reflexiones de Wittgenstein sobre las palabras, entonces eso se va por todas partes. No es que fuera deliberado, lo que dije es que quería inventar un diario, pero nunca preví su contenido
–Ese contenido refleja cierta rebelión contra los géneros literarios
–Sí es una rebelión, aunque más una explosión; hay una parte que se hizo pedazos, porque se llegó a un extremo, a un abismo que es la parte más deliberada, donde el género de la poesía, de la prosa, del diario, se practica de una manera abusiva. Y luego está lo que le pasa a la narradora, que eso no es intencional, lo que le sucede a su propia conciencia, a su propia memoria. ¿Quién es quién en este diario? Y al final aparecen todos y más, como una multitud no necesariamente planeada.
–Y esta no planeación remite a la zona del pensamiento
–El problema es la cabeza, querer salirse de la cabeza y no poder. Por eso Wittgenstein dice “el problema es el caso, el “tractatus”. Al mismo tiempo, la narradora dice “el problema es la cabeza”, lo que se enlaza muy bien con la novela de David Markson, que vive como “una curadora” del mundo. Nunca sabes si hay realidad en la vida de la narradora, hay muchas referencias, hay personajes, vecinos, amigos, ruidos, pero está la cabeza…
–En un país que no tiene ni pies ni cabeza
–O que los pierde constantemente.
–¿Cómo ves México en el contexto de tu libro?
–Bueno, no pretendo hacer un diagnóstico ni mucho menos. No me atrevería. En este libro en especial hago una lectura de los cronistas de Indias, especialmente de Fray Bernardino de Sahagún, pero como primera mención de mi país, no como una referencia actual. Claro, aparecen los periódicos y las noticias de los cadáveres, aunque no son cadáveres oficiales.
–¿A qué llamas cadáveres oficiales?
–Hay muchas fosas, muchos desaparecidos, que no han recibido la atención que han recibido los 43 de Ayotzinapa. Para nada hay un juicio, sino un contexto. Y frente a ese contexto, ¿qué es lo que estamos escribiendo?
–¿No te parece que los 43 en todo caso son la punta de una montaña de cadáveres y desaparecidos?
–Son esas cosas que suceden. Hay un hecho que llama la atención por encima de otro. Lo puedes ver a lo largo de la historia. De algún modo eso que llama la atención desencadena una reacción enorme de efecto benéfico. Ahora bien, no necesariamente todos los problemas, sino ese en particular. Aunque ni siquiera se resolvió lo de Ayotzinapa. En mi país nos gustan los enigmas, no las soluciones. Ayer quemaron a tres personas en Tepoztlán. Quemar gente es una posibilidad constante en México, ¿por qué no lo creemos? No lo sé. La violencia ya se desparramó y hay casos que se convierten en casi motivación para los artistas, lo cual me sorprende. ¿Por qué unos casos sí y otros no?
–En un país, el tuyo, que ama los enigmas, tu libro presenta una escritura prístina, tal vez lo menos enigmático que hemos leído de ti
–Puede ser. Es un diario, es lo que es. Es prosa. Hacía falta algo en el centro que controlara la dispersión, una especie de mando racional. En ese sentido sí, diría que es deliberadamente nítido.
–¿Qué es la escritura aplicada a los fenómenos sociales sin mando racional?
–No lo sé. La poesía nunca ha cambiado la realidad. Hay poetas como Pablo Neruda que han tenido mucho efecto en la realidad, pero obedece a una función pública, no literaria. La respuesta no está en ninguna disciplina en particular, creo. Si vamos a un pueblo de Guerrero donde la realidad es horrenda, donde no sabes si vas a comer al otro día, quizás la poesía alivie por una hora o poco más el tedio de la miseria, la desesperación de la miseria, pero no resolverá nada. La educación, la salud, la alimentación, eso son las cosas obvias. La vida espiritual viene después.
–En todo caso, ¿qué es la escritura para ti?
–Lo que hago desde hace muchísimos años. Trato de que no sea igual en cada uno de los libros. Me gusta muchísimo la prosa y no he creído nunca que lo que escribo vaya a salvar a alguien. Mi pretensión es emocionar…
–¿Te salva a ti?
–No, lo que me salva es la lectura. La lectura es un bálsamo infinito. No sé por qué la gente no lee más.