Juan Pedro y yo tuvimos que romper la sana distancia ese sábado. No fue a propósito, pero para cuando nos dimos cuenta, ambos habíamos tocado la misma llave petrificada una y otra, y otra, y otra vez.
Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).– “Cerrajero 24 horas”, decía el anuncio. No especificaba si también aplicaba durante la Fase 2 de la contingencia por el COVID-19, pero aun así marcamos. “300 pesos por abrirnos la puerta”, señaló el receptor. Pues va, ni modo. Para ese momento Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México, ya hablaba frente a periodistas. Era sábado y, ante todo pronóstico, había mañanera. Para colmo, Porfirio Muñoz Ledo había amenazado con publicar una carta en El Universal y la teníamos que checar. Dos posibles notas principales en sábado por la mañana, y Juan Pedro y yo estábamos en la calle. La llave nos falló. Pinche llave.
Juan y yo dejamos de respetar la sana distancia. Y es que ambos tratamos de destrabar la chapa, pero no hubo respuesta. La llave de metal se quedó petrificada en la cerradura. Y ahí estábamos, picándonos los ojos con la duda de que el cerrajero fuera a llegar. Había dicho que 20 minutos, pero ya iban 21. Desde sus casas, Mariana y Salvador tomaron las notas mientras nosotros esperábamos. Muñoz Ledo a AMLO: “Estamos obligados a reconstruir un mundo cuyo destino es incierto”, titulamos una. De la otra no me acuerdo. Al final ninguna fue principal.
Ya tenía varios días planeando un texto que incluyera un chingo de voces, y esa mañana, mientras aguardábamos en la puerta de la redacción, decidí que lo iba a intentar. Al final, incluyendo la que cuenta la triste anécdota de la llave, se reunieron 39 voces. ¡39! A cada una se le preguntó lo mismo: ¿qué es lo más complicado para ti durante la pandemia? Para no tener un texto kilométrico, van primero 13, y luego otras 13, y luego otras 13. Aquí comienzan.
Por cierto, llegó el cerrajero y sí nos abrió.
JUAN PEDRO:
Las ausencias son dolorosas. Y aunque las derivadas de este aislamiento son momentáneas, taladran cada uno de mis ánimos. La incertidumbre de no saber en qué momento podremos, nuevamente, saludarnos, platicar, abrazarnos y disfrutar de la compañía de las personas que queremos y que nos hacen felices, es mucha. Quizá por ello, cada noche sus voces y rostros llegan a mi memoria: en sueños veo a mis papás, a mis abuelos, a mis hermanos, a mis amigas y amigos, a mi perro. Los extraño y cada día me queda más claro que las ausencias duelen.
MONTSE:
Lo más complicado en estos días de pandemia ha sido cumplir el trato que tengo con familia para no vernos hasta que esto termine, así, si alguna o alguno de nosotros se enferma al menos alguien va a estar sano para cuidar de los demás. No nos hemos visto. Ya pasaron tres semanas y cada día me preocupan más. Mi mamá y mi papá tienen 60 años y acompañan a mi tío al hospital para que tome sus quimioterapias, hace poco le detectaron cáncer en el estómago. Él tiene que viajar de Guerrero a la Ciudad de México en autobús y esperar en un hospital del IMSS lleno de pacientes que, como él, no pueden interrumpir su tratamiento porque eso les costaría la vida. Hablamos mucho, pero es difícil controlar las ganas de llorar si los pienso.
PERLA:
En las tres semanas que llevo de confinamiento en casa, lo más complicado es convivir con mi familia las 24 horas del día, luego de que por muchos años, debido al trabajo y a la escuela, solo los veía en mis días de descanso. Y sí, es complicado porque tienen un carácter fuerte, sumado a la desesperación que tenemos por no poder hacer prácticamente nada, únicamente los quehaceres del hogar, trabajo, ver películas y hacer la comida. Algo preocupante para mí y para millones de personas que se encuentran en la misma situación, es que mi padre tiene que salir a trabajar, porque no les autorizaron dejar de laborar, ni en vacaciones, como todos los años “un apoyo a la dependencia, a cambio de un dinerito extra”. No sabemos si puede traer el virus a casa, y es que mi mamá y yo somos vulnerables porque padecemos de asma. Algo que me pone triste (y es que como dicen: “no extrañamos cosas materiales, sino a personas o momentos”), es no pasar tiempo con mi demás familia, pero especialmente con mi abuela; solo le dejo su despensa y dinero en la puerta de su casa y me voy, extraño estar con ella y abrazarle.
ALFONSO:
Sin duda, lo más complicado de estar encerrado estos días es el no poder estar en mi casa. ¿A qué me refiero? En 2017 el departamento donde vivía resultó afectado por el sismo del 19-S y hace unos meses regresé a vivir con mis papás pero a la casa de mis abuelos, lugar donde reside mi familia desde hace más de dos años. Entonces es difícil no poder tener un espacio sólo para mí, pues ellos tuvieron que adecuarse para darme cabida, por ende no cuento con un lugar que sea exclusivo para mí o en donde pueda quedarme “sin hacer nada”.
NADIA:
Violeta, mi roomie, dice que este encierro es como vivir en domingo perpetuamente. No sé qué tiene ese día en particular, pero siempre me ha parecido triste. Después de una larga semana, el séptimo día te pone reflexiva, melancólica. Y esto pasa cuando tienes tiempo, ¿cierto? Cuando el ruido del ajetreo cotidiano se detiene un momento entonces escuchas, de repente, tu propia voz. Llevo en casa poco más de tres semanas y eso, para empezar, es un privilegio (cuando me desespero, recuerdo que es un privilegio). No he leído todos mis libros comenzados ni he tachado esa lista de películas pendientes ni estoy aprendiendo una nueva receta o un idioma. Estoy, finalmente, volteando hacia adentro: ¿Qué buscas realmente? ¿Cuáles son tus necesidades? ¿Quién eres ahora mismo? Antes, si se ponía muy densa esa espiral de preguntas, salía (a una fiesta, al cine, al mall, a ver a mis amigos) y al hacerlo, postergaba también las elucubraciones. Ahora, en casa, debo arreglar el desastre de mis pensamientos. Ahora todos los días son domingo.
ERÉNDIRA:
Considero que al ser una persona hiperactiva, acostumbrada a estar de “aquí para allá”, lo más difícil durante la cuarentena es quedarse quieto y en casa. Además, la lucha constante por no entrar en pánico con las noticias que salen día a día sobre el coronavirus resulta agobiante. Y, por supuesto, creo que mi familia, al igual que muchas otras, trabaja en tratar de no pelear por pequeñeces y mejorar la convivencia, puesto que no estamos acostumbrados a estar juntos 24/7.
ALEJANDRO:
La humanidad suele derrotarse a sí misma. Las guerras son eso: la derrota contra uno mismo, como lo son la desigualdad o la pobreza. El hombre siendo lobo con el hombre; los fuertes sobre los débiles. Y no hay novedad. Sólo la certeza de que todos perdemos.
Pero el último virus invisible nos recuerda que, como el pasado, estamos a merced de fantasmas. Para no estar vivo (es un debate que sigue en la academia), el coronavirus es bastante astuto. Es el virus cobarde que ataca a los débiles: a los viejos, a los que comen de más, a los que tienen enfermedades crónicas, a los que fuman. Virus cobarde e inasible. Al menos la pobreza –que tiene su grado de cobardía e infamia– es medible: sabemos cuántos morirán este mes y el año entrante. Pero de este virus no sabemos nada; los modelos matemáticos no sirven de nada si un grupo de adolescentes decide organizar una fiesta clandestina en el Estado de México o en Venezuela. Frente a este virus no hay armas. Nos vemos las manos y están vacías. Y quizás la impotencia –el no saber contra qué estamos– es lo que genera más angustia.
NATALIA:
Se nos ha complicado a mi familia y a mí de manera económica, ya que una de mis perritas enfermó y tuvo una cirugía de emergencia hace unos días, ahora tenemos que comprarle sus medicinas para que termine de sanar y, además, ver las compras de la despensa, siempre compramos lo esencial. Por otro lado es muy difícil y cansado, mentalmente hablando, estar encerrada en casa, sobre todo porque me la pasaba afuera casi todo el tiempo con mi hermana, con mis primos, con mis amigos o con mi novio.Fue un cambio de un día para el otro del cual aún no me acostumbro.
VALERIA:
Lo más difícil ha sido alejarme de mis abuelos y mis tíos. “Somos una familia muégano”, siempre lo dice mi mamá. Extraño poder salir a ver a mi abuelita o que mis tíos y mi abuelito vengan a la casa. Casi nunca salgo. No soy de fiestas ni nada, pero ver a mi familia me reconforta muchísimo.
También, por sencillo que parezca, extraño salir a comprar la despensa con mis papás. Siento que es algo muy nuestro ir al mercado de los lunes. Hay una señora de la tercera edad que vende verdura y tortillas ahí. Siempre le compramos aunque sea una cosa. Ya es muy viejita y va sola. Me preocupa cómo lo estará pasando ella.
JORGE:
Lo peor de la cuarentena es estar encerrado entre cuatro paredes prácticamente todo el tiempo, pero, por mencionar un ejemplo, es básicamente lo mismo que ir a tu centro de trabajo, pues, más allá del transporte público, (que también es estar encerrado, pero más incómodo por las decenas de personas con las que viajas) también es encerrarte entre cuarto paredes por hasta 10 o más horas laborales.
Pero estar en cuarentena hace que se extrañe poder caminar por las calles de la ciudad aunque casi siempre sean un caos, disfrutar del aire libre aunque esté contaminado, valorar la compañía y los saludos, besos y abrazos de tus compañeros y amigos.
Es tener dudas sobre si las cifras oficiales que ofrece el gobierno todos los días a las 19:00 horas son las reales, o si en cualquier momento el precario sistema de salud en México va a colapsar. Es convivir con la incertidumbre de no saber si ya te contagiaste de coronavirus, o si es que tú o alguno de tus familiares van a poder resistir si es que llega el desafortunado momento en que te confirmen que eres positivo de COVID-19.
Pero lo peor, es no poder tener la certeza de cuándo va a terminar la cuarentena…
AMANDA:
Lo más complicado de la pandemia es saber que algunos en mi familia continúan trabajando, sin embargo, sabemos que es importante que lo sigan haciendo. Sé que están tomando las medidas de higiene y prevención y eso me hace sentir hasta cierto punto tranquila, de hecho hemos platicado sobre qué hacer en caso de que alguna de nosotras se llegará a contagiar.
Respecto a la diversión, por así llamarlo, sé que será pasajero y podré regresar al cine, a la plaza, reunirme con mis hermanas y hasta comer en la calle, pero no me ocasiona problema estar aquí, al contrario: me siento afortunada porque tengo amigos que no han tenido la misma suerte, ya que si deciden no ir sus trabajos, corren peligro de ser despedidos.
YAEL:
Lo más complicado de esta cuarentena para mí es el encierro y no poder interactuar con mis amigos, algunas personas estamos acostumbradas a salir mucho y ser muy afectivos, pero en estos momentos eso no se puede, pues debemos mantener distancia. El confinamiento es un acto de solidaridad entre todos, tomemos conciencia y esperemos que termine pronto.
CONTINUARÁ…