Un informe de la Inquisición de México resguardado en el Archivo General de la Nación destaca la historia de un sacerdote investigado en el siglo XVIII por confeccionar una muñeca de trapo que le recordaba a una mujer que amó. «Estaba tan desesperado que prefería la cárcel Inquisición a permanecer en el convento», detalló el historiador Alejandro de Ávila.
Por Inés Amarelo
México, 14 de abril (EFE).– El Archivo General de la Nación (AGN) de México guarda grandes historias como la de una muñeca de trapo del siglo XVIII que perteneció a Francisco Xavier Palacios, un hombre que, por amor, se adentró en la vida religiosa pero terminó vendiendo su alma al diablo.
Junto a la muñeca, se guarda también el informe que la Inquisición de México redactó cuando el propio Francisco se denunció a sí mismo por herejía.
Y la correspondencia que mantenía con su amada Josefa Sosa, quien confeccionó la muñeca para que la recordara, explicó a Efe el historiador y jefe del departamento educativo del AGN, Alejandro de Ávila.
El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de México se estableció en 1569 por mandato de Felipe II y era un organismo encargado de perseguir y castigar los actos contrarios a la fe.
En este caso, no fue necesario perseguir a Francisco porque en 1782 él mismo quiso colaborar con esta institución, que dejó por escrito el testimonio de quien fue fraile en el convento de Santo Domingo en la Ciudad de Oaxaca, además de las investigaciones llevadas a cabo por el comisario encargado del caso.
La historia comienza cuando Francisco tenía alrededor de 15 años y conoce a Josefa Sosa, quien doblaba su edad, estableciendo una relación más bien materno filial, ya que el joven había perdido a su madre y su padre lo trataba mal.
Pero poco después, se convirtieron en amantes.
Fue Josefa quien le pidió a Francisco que, aprovechando que cantaba en el coro de esta parroquia, entrara en la vida religiosa para así poder mantener una relación secreta y prohibida, puesto que, además de la diferencia de edad, ella estaba casada.
Aunque el joven aceptó, pronto se dio cuenta de que no estaba hecho para la vida religiosa, que implicaba castidad, clausura y pasar las 24 horas al servicio de Dios.
Por lo que, ante la negativa de su amante de sacarlo del convento, comenzó a tener problemas con sus compañeros y a pronunciar blasfemias a diario.
Tal era el odio que sentía Francisco por su entorno y por los límites a los que tenía que acogerse dentro de la vida religiosa, que incluso llegó a intentar quitarse la vida en dos ocasiones y, después de tratar por todos los medios de cambiar de vida, empezó a invocar al diablo.
Un día, cuando ya daba todo por perdido, la historia dice que un hombre que se presentó como el demonio apareció en su celda pidiéndole que cumpliera lo que había prometido.
Francisco le ofreció su alma a cambio de que lo sacara de la religión y que pudiera encandilar a cuantas mujeres quisiese, y así lo hizo ese diablo disfrazado de hombre.
Lo sacaría del convento en tres años y podría usar unos polvos tanto para abrir puertas como para llevarse al catre a mujeres, según contó el propio Francisco al tribunal inquisitorio.
Además, el supuesto demonio le pidió que una de sus amantes le confeccionara una muñeca de trapo mediante la cual adorarlo.
Después de algún tiempo llevando una vida alocada, los remordimientos acudieron a la mente del joven, quien decidió acudir a la Inquisición a denunciarse a sí mismo por herejía.
«Estaba tan desesperado que prefería la cárcel Inquisición a permanecer en el convento», detalló De Ávila.
Fue entonces cuando la historia del fraile empezó a desmontarse: el comisario encargado del caso descubrió que las mujeres con las que Francisco había dicho tener relaciones no existían, hasta que llegó a Josefa.
La mujer explicó que la muñeca no fue hecha para adorar al diablo, sino para que, mientras Francisco estuviera encerrado en el convento, pudiera recordar a su amada al verla, «incluso con una connotación sexual», añadió el historiador.
Ella también entregó las cartas que se enviaban, en las que mostraban el extraño fetiche de firmarlas con nombres como «tu negra», «tu chino» o «tu chata».
Y se despedían en ocasiones con LTMBS (la tierna mano beso solemnemente). «El TKM (te quiero mucho) de la época», bromeó el historiador.
«Con esto Josefa reveló el amor que se tenían y la historia que Francisco Xavier Palacios había construido empezó a desmoronarse», sentenció De Ávila.
Tras esto, el fraile fue condenado exclusivamente por haber dicho que el infierno era una mentira y que las almas cambian de cuerpo, conceptos que para la Inquisición del siglo XVIII eran totalmente inconcebibles.
Después de su condena, se desconoce cuál fue el destino de ambos amantes, si desaparecieron el uno de la vida del otro o si Francisco encauzó de alguna manera su vida.
En el AGN se encuentran los más de 1.500 volúmenes de informes de la Inquisición, que fueron escondidos cuando se consumó la independencia de México y entregados al Museo de Antropología por el historiador Silvio Zavala el siglo pasado.