La novelista española publica La madre de Frankenstein, quinta entrega de su serie titulada Episodios de una guerra interminable, con el trasfondo de un manicomio en los años cincuenta y uno de los crímenes más famosos de la República.
Por Miguel Ángel Villena
Ciudad de México, 14 de febrero (ElDiario).- Almudena Grandes (Madrid, 1960) está a punto de culminar la inmensa tarea de escribir seis ambiciosas novelas que abarcan desde los años cuarenta hasta 1964, es decir, los llamados «25 años de paz» de la propaganda de la dictadura.
En una clara demostración de una actitud maratoniana y de una disciplina germánica, una de las escritoras más leídas y reconocidas de este país acaba de publicar La madre de Frankenstein (Tusquets), quinta entrega de esta serie titulada Episodios de una guerra interminable en homenaje a su maestro Benito Pérez Galdós.
Confía Almudena Grandes en publicar dentro de tres o cuatro años la sexta novela y reconoce ahora, entre risas, cuando ha transcurrido más de una década desde que comenzó a narrar estos episodios, que se trataba de un proyecto un tanto marciano. «Pero lo considero un privilegio», comenta la escritora en una charla con eldiario.es, «que me ha dado muchas alegrías y me ha liberado de esa angustia del novelista cuando se plantea cuál será la próxima historia a contar. Por otra parte, me gusta mucho buscar documentación para mis novelas, estudiar el contexto histórico o construir personajes».
Al estilo de las obras de su admirado Galdós, por La madre de Frankenstein desfilan 117 personajes, de los que siete son reales, incluidos, por supuesto, Aurora Rodríguez Carballeira (Ferrol, 1879 – Ciempozuelos, 1956) y su hija Hildegart.
Subtitulada como Agonía y muerte de Aurora Rodríguez Carballeira en el apogeo de la España nacionalcatólica. Manicomio de mujeres de Ciempozuelos, Madrid, 1954-1956, la última novela de Almudena Grandes gira en torno a uno de los crímenes más célebres y conmovedores de los años republicanos y al posterior encierro de la madre asesina en un psiquiátrico durante dos décadas.
«Culta, rica y muy inteligente, Aurora reunía todas las condiciones para convertirse en símbolo de una España moderna y en una pionera del feminismo. Sin embargo, una enfermedad mental arruinó esa trayectoria al matar a su hija Hildegart de cuatro tiros mientras dormía en la noche del 9 de junio de 1933».
La novelista quedó impresionada desde que conoció en su juventud la historia de Aurora que había concebido a propósito una hija, fruto de una relación planificada con un sacerdote, para proyectar en aquella niña todas sus aspiraciones de crear una mujer superdotada. Hildegart cumplió las expectativas de su madre y fue una precoz y brillante estudiante, más tarde abogada, conferenciante y dirigente de las Juventudes Socialistas. Pero su deseo de emanciparse de la tutela materna y vivir su propia vida la condenó a los 19 años.
«Aurora se entregó voluntariamente», aclara Almudena Grandes, «y nunca entendió por qué se la juzgaba ya que en definitiva ella había destruido su creación del mismo modo que un escultor tiene derecho a destrozar su obra. Hay que tener también en cuenta que Aurora fue muy partidaria de la eugenesia, una ideología transversal y muy popular en los años treinta que sirvió de base para los crímenes de la Alemania nazi o para las teorías del gen maligno de los rojos, defendidas en la España franquista por el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera. Esa práctica de la eugenesia explica asimismo el crimen de Aurora».
Diagnosticada en su época como una paranoica pura, es decir, con una peculiar enfermedad mental que no está vinculada a otros trastornos y se manifiesta solamente en forma de delirios de grandeza o de persecución, Aurora siempre mantuvo que estaba cuerda. Hasta tal punto estaba convencida de su cordura que, en el juicio por el asesinato de su hija, apoyó las tesis de la acusación de que era una persona normal frente a la posición de su defensa, que argumentó que sufría paranoia.
«Da la impresión de ser una paradoja», comenta la autora de La madre de Frankenstein, «pero tenía que negar su locura porque, de lo contrario, su vida y sus ideas no hubieran tenido sentido, hubieran quedado invalidadas».
Pero la novela parte de aquel suceso, que conmovió a España en la etapa republicana y fue adaptada ya en democracia para el cine por Fernando Fernán Gómez y para el teatro por Fernando Arrabal, para adentrarse en los últimos años que Aurora Rodríguez Carballeira pasó en el manicomio para mujeres del pueblo madrileño de Ciempozuelos hasta fallecer en 1956. Junto con otros dos personajes protagonistas, un psiquiatra y una enfermera, ambos ficticios, el papel de Aurora le sirve a la novelista como hilo conductor para reflejar la España de los cincuenta, «un puro túnel», según Grandes.
«En la posguerra», afirma, «la represión del franquismo contra los demócratas fue feroz. Ahora bien, la oposición luchaba con la esperanza de que una victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial acabara con la dictadura. Pero en los cincuenta Franco logró reconocimiento internacional y se convirtió en un baluarte anticomunista. Así las cosas, estaba claro que el dictador iba a permanecer muchos años en el poder y los antifranquistas perdieron toda esperanza».
«Por otro lado, pese a esa supuesta fama de años tranquilos, la década de los cincuenta impulsó una alianza de hierro entre el Estado y la Iglesia en un país donde todo pecado equivalía a un delito y donde el nacionalcatolicismo alcanzó su apogeo e impuso un terror moral. La Iglesia dominaba la educación, los medios de comunicación y muchas otras parcelas de poder».
En ese periodo, en el que transcurre la novela, la psiquiatría se convierte en una ayuda imprescindible para imponer los dogmas nacionalcatólicos, para otorgarles un presunto aval científico. Al mismo tiempo, psiquiatras sin escrúpulos se enriquecieron justificando el ingreso en manicomios de esposas de las que algunos maridos querían deshacerse para seguir con sus amantes o bien aprobando el internamiento de hijas díscolas que no obedecían a sus padres. «Las mujeres locas», señala Almudena Grandes, «fueron las mayores víctimas de la Iglesia y la psiquiatría durante el franquismo. De hecho, he querido contar esta historia desde los márgenes de los márgenes, desde las últimas de la cola, desde las más discriminadas».
Escritora extrovertida y sociable, con una multitud de lectores y lectoras fieles desde que publicara Las edades de Lulú en 1989, Almudena Grandes ha consolidado su prestigio con novelas como Atlas de geografía humana o El corazón helado o con premios como el reciente Nacional de Narrativa en 2018 por Los pacientes del doctor García, cuarta entrega de sus episodios.
Siempre con Galdós como modelo, la novelista ha adoptado el formato del maestro para «contar la Historia desde los personajes de abajo, de la gente corriente, y no desde la perspectiva de los poderosos». «Galdós», añade la escritora, «nos mostró una manera de mirar España de modo que la vida privada de la gente pequeña sirve para narrar la Historia con mayúsculas”.