Fue acusado de violación y absuelto por falta de pruebas, después se le señaló por cerca de 800 cargos de corrupción, pero eso no evitó que ganara las elecciones del 2009. Sin embargo, en su segundo mandato las acusaciones por malos manejos continuaron y los tribunales le restauraron los cargos anteriores.
A esto se sumó que su partido le exigió la renuncia a la Presidencia. Zuma se retiró del cargo argumentando que era el pueblo el que debería encargarse de definir la salida de sus líderes.
Por Nerea González
Johannesburgo, 14 feb (EFE).- Acorralado por los escándalos de corrupción y convertido en un peso muerto para su propio partido, que acabó dándole un ultimátum para dimitir, Jacob Zuma renunció hoy a la Presidencia de Sudáfrica, más de un año antes del fin programado para el que era su segundo y último mandato.
Poco quedaba ya de la imagen de héroe del pueblo y político cercano que le había aupado hacia la Jefatura de Estado en 2009, convirtiéndose en el cuarto Presidente de la Sudáfrica democrática y renovando el liderazgo del Congreso Nacional Africano (CNA), que no ha perdido unas generales desde la caída del Apartheid.
«He llegado a la decisión de dimitir como Presidente de la república con efectos inmediatos», comunicó, en el discurso que puso fin a su Presidencia (2009-2018).
Lo hizo, sin embargo, dejando claro hasta el final su «desacuerdo» con la decisión del partido y alegando que en ningún momento se le dieron razones concretas para justificar la maniobra.
Pese a todo, manifestó que seguirá sirviendo a la organización durante el resto de su vida.
Nacido en la región de KwaZulu Natal (este) en 1942 y de etnia zulú, Zuma comenzó su militancia en el CNA con 17 años, solo uno antes de que la organización fuera declarada ilegal por el gobierno segregacionista (1960).
A nivel personal, es polígamo, ha tenido seis esposas -solo de dos de ellas está divorciado- en total y se le atribuyen hasta 22 hijos, según la prensa local.
Huérfano de padre, fue criado por su madre y una empleada del hogar y nunca pudo acudir a la escuela.
En 1962, Zuma ingresó en el brazo armado del CNA Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación), formado por Nelson Mandela ante los nulos resultados de la resistencia pacífica.
Con el Nobel de la Paz coincidió como preso en la isla de Robben, donde estuvo encarcelado durante una década, antes de pasar al exilio en 1975, desde donde ascendió hasta convertirse en responsable de los servicios secretos del CNA.
No volvería a Sudáfrica hasta 1990, con el comienzo de las negociaciones para desmantelar el Apartheid.
Durante esa década prosiguió su ascensión en el partido aunque tuvo que conformarse con mantenerse a la sombra de Thabo Mbeki (1999-2008), como su Vicepresidente, hasta que este le destituyó en 2005, en medio de un escándalo de corrupción.
Un año después fue acusado de violación y absuelto por falta de pruebas y no serían las únicas imputaciones apiladas en su contra y derrotadas: una acusación por cerca de 800 cargos de corrupción tampoco consiguió evitar que, en 2007, con el apoyo del ala izquierda del partido, Zuma se convirtiera en presidente del CNA.
Bajo su liderazgo, el partido sacó a Mbeki de la Presidencia y situó transitoriamente a Kgalema Montlanthe.
En las elecciones de 2009, el CNA se alzó con casi el 66 por ciento de los sufragios y dio a Zuma la Jefatura de Estado, que renovaría en 2014 gracias a un nivel de votos similar (62 por ciento) pese a su creciente impopularidad.
Durante su segundo mandato la polémica en torno a su figura no dejó de crecer gracias a batacazos judiciales como el que en 2016 le obligó a devolver medio millón de euros de dinero público que se gastó de forma irregular en la reforma de su residencia privada.
Los tribunales, además, le restauraron recientemente aquellos casi 800 cargos de corrupción interpuestos antes de acceder a la Presidencia y luego retirados.
Pero si hay un escándalo que acaparó la atención mediática y social en esta recta final en el poder es el relacionado con sus vínculos con los Gupta, una familia de empresarios de origen indio que en los últimos años consiguió lucrativos contratos públicos con en sectores como la minería, el transporte o la comunicación.
La mala imagen del Presidente y del Gobierno era también una mancha cada vez más grave para el CNA.
Aunque muy dividido, el antiguo movimiento de liberación optó en diciembre pasado por asignar el nuevo liderazgo del partido al Vicepresidente Cyril Ramaphosa, descartando la opción «continuista» que representaba su rival, la ex Presidenta de la Unión Africana Nkosazana Dlamini-Zuma, ex esposa del Presidente.
Desde aquel momento, los rumores de una posible salida de Zuma forzada por la cúpula del CNA no dejaron de crecer pese a las continuas llamadas a la unidad expresadas en público por los nuevos líderes.
En febrero, todas las señales apuntaban ya a una dimisión forzada aunque Zuma, reticente hasta el final, solo cedió a la presión a poco más de una hora de cumplirse el ultimátum que le habían impuesto.
La cúpula del CNA le había dado hasta hoy para abandonar su cargo bajo la amenaza de, en caso contrario, someterle a moción de censura este jueves en el Parlamento (de mayoría oficialista).
«El CNA nunca deberá estar dividido en mi nombre», recalcó, en una llamada a que no haya incidentes violentos debido a su marcha forzada.
Pese al acatamiento, Zuma dedicó la mayor parte de su intervención a argumentar que considera que la formación no siguió los cauces apropiados ya que es el pueblo, a través de sus representantes (los miembros del Parlamento), el que debería encargarse de definir la salida de sus líderes.
«No acepté servir para salir con pactos o beneficios de la oficina del presidente. Es mi partido el que me pone a mí por encima de los representantes del pueblo», subrayó, en referencia a las negociaciones desarrolladas a puerta cerrada en las últimas semanas.
«Lo veo muy injusto, muy injusto para mí», había asegurado el mandatario horas antes, en una entrevista con la televisión pública sudafricana, SABC, emitida justo después de que el CNA anunciase que no iban a esperar más para cerrar la crisis política que atravesaba el país de una forma «amigable».
Asimismo, Zuma criticó que el partido en ningún momento le haya dado motivos concretos para dimitir, así como lo apresurado de los trámites, que se precipitaron después del que el vicepresidente del Gobierno, Cyiril Ramaphosa, asumiera la presidencia de la formación el pasado diciembre.
En ausencia de Zuma, Ramaphosa es ahora el líder llamado a ejercer la Presidencia, según había confirmado en esta jornada el tesorero general del partido, Paul Mashatile.
Tras el anuncio de dimisión, la Vicesecretaria general del CNA, Jessie Duarte, valoró el anuncio y dijo que este es un momento «doloroso» y que la decisión de revocar al presidente fue «difícil».
«No estamos celebrando la dimisión de Zuma, de alguien que ha servido al país durante nueve años», manifestó Duarte.
Respecto a las quejas emitidas por el ya ex Presidente, Duarte consideró que Zuma «tiene derecho a preguntarse por qué» se le ha pedido que dimita y aseguró fue en interés del país y que «se le contestará en privado».
La Vicesecretaria agradeció a Zuma por su servicio al país y recordó su legado en materia de educación, desarrollo rural, infraestructura, salud y apoyo a los más vulnerables.
También desde la oposición hubo reacciones inmediatamente, como la de Mmusi Maimane, el líder de la Alianza Democrática.
«Nos alegramos con todos los sudafricanos de que hoy la larga, dolorosa década de la Presidencia de Zuma haya llegado a su fin», transmitió Maimane en un comunicado.
«Jacob Zuma hizo un incalculable daño a nuestro país», recalcó, e hizo referencia al desempleo, la pobreza y la corrupción, que serán para siempre «su vergonzoso legado», según él.
El debate sobre la salida prematura de Zuma, que tenía mandato hasta 2019, venía detonado por su mala imagen y por los graves escándalos de corrupción que lo rodean.
El ex mandatario está implicado en numerosas acusaciones, incluidos casi 800 cargos por corrupción relativos a contratos de armas de finales de los noventa o las investigaciones por haber usado el Estado para favorecer a una familia de empresarios afines con concesiones públicas millonarias.
Otro caso sonado es el que en 2016 le obligó a devolver medio millón de euros de fondos públicos que se gastó de forma ilegal en la reforma de su residencia privada.
La mala imagen de Zuma, sumada a la ineficacia de la Administración y a una maltrecha economía, no solo manchaba la reputación del Gobierno sino también la del CNA, que veía caer su popularidad aunque no ha perdido ningunas elecciones desde la llegada de la democracia a Sudáfrica.