LECTURAS | Ensayos, de Italo Svevo

Los ensayos de Italo Svevo, para explorar el pensamiento de un clásico, conocido por La conciencia de Zeno y Senilidad. Lo compartimos por cortesía de Página de Espuma

Ciudad de México, 14 de enero (SinEmbargo).- Svevo, seudónimo de Ettore Schmitz y autor de títulos tan importantes para la historia literaria del siglo XX como La conciencia de Zeno y Senilidad, fue, además de novelista y dramaturgo, un excepcional cronista de su época. Estos Ensayos de Svevo reúnen su producción, publicada en vida o mantenida inédita hasta después de su muerte, que incluye profundas reflexiones sobre artistas y escritores, las crónicas como enviado a Inglaterra en tiempo de guerra, todos los textos de crítica literaria e historia de la literatura, en especial todos los ensayos dedicados a James Joyce con quien tuvo estrecha amistad, la relación de Italia con el resto de Europa, o la reflexiones sobre la escritura y su propia obra.

Un volumen que proporciona una imagen completa y global del creador que no se atiene, además, a formas ortodoxas y donde la conferencia se mezcla con el artículo de opinión o anotaciones personales que desarrolla con profundidad, moviéndose con facilidad entre el arte, la biografía y la política y que compartimos por cortesía de Páginas de Espuma.

Ensayos, de Italo Svevo. Foto: Especial

Ensayos, de Italo Svevo. Foto: Especial

SHYLOCK

Ese renegado de Heine, como no sabía combinar de otra manera su entusiasmo por Shakespeare con la veneración que le había quedado por las creencias de sus abuelos, intentó, y quizás con buen resultado, no solamente justificar, sino, incluso mejor, aprobar el contenido de El mercader de Venecia. Se podría decir que era una tarea imposible, pero a Heine no le pareció así.

Las razones de los que aprueban ese trabajo son sutiles, pero no abstrusas. Yo lo razono así: se trata de saber si Shakespeare odiaba o no a los israelitas. El genio superior de Shakespeare hace suponer que no, pero su época y El mercader de Venecia dicen que sí. Al menos para restituir a la cuestión su equilibrio y para poner en la balanza la duda de igual manera por ambas partes es necesario probar que El mercader de Venecia no exprese ninguna opinión personal. Veamos.

Para nosotros, en el presente, la opinión de un autor la encontramos en el final más o menos feliz de un personaje 1. Heinrich Heine (1797-1856), poeta romántico alemán, nació en el seno de una familia judía, aunque terminó convirtiéndose al Cristianismo, de ahí que Svevo lo llame «renegado» y hable de «las creencias de sus abuelos». Asimismo, escribió un libro sobre las figuras femeninas en Shakespeare, donde dedica un ensayo a la hija de Shylock: Shakespeares Mädchen und Frauen (1839). y en el desenlace del drama, en el que encontramos personificadas las ideas que se quieren aprobar o combatir.

Para nosotros (al menos en el teatro) el bien debe triunfar y el mal sucumbir. Pero ¿es cierto, es justo este axioma? Y, lo que era peor en aquella época, ¿qué bases podía tener? ¿Y cómo podía aceptarlo Shakespeare, profundo observador, trágico seguidor del verismo? ¿Y cómo podía aceptarlo él como espectador de continuas injusticias, después de haber visto caer la cabeza de una reina porque se mantuvo firme en su derecho o después de haber visto que una nación entera cambiaba hasta tres veces de religión, quizás después de haber tenido que cambiar él mismo de religión también?

Ahora si un espectador desapasionado asiste a la representación de El mercader de Venecia no con la única intención de divertirse sino con la de estudiar y pensar, poco a poco desaparece el velo que el efecto escénico y el espíritu de la época han puesto ahí, y sale pura y limpia en toda su verdad una figura colosal, admirable, humana. La del judío Shylock.

Mírenlo bien. Es rico, pero no por ello feliz; toda la falsedad de su propia posición está clara para él; se siente hombre y no se le trata como tal, se le insulta y el insulto le rompe el corazón, lo mata todo sentimiento, sólo le queda el de la venganza. Pero esta no es la forma de hacer parecer odioso a un personaje. Es la lógica de todos los tiempos y de todos los linajes. Antiguamente: ojo por ojo, diente por diente. Hoy día: al contraataque.

Y Shylock sacrifica intereses, sentimientos, ventajas, todo, para conseguir esta venganza. Pero no pudo disfrutarla el pobre judío. Con un miserable juego de palabras lo engañan, lo decepcionan. Las desgracias lo golpean, en la familia y fuera de ella. Encorvado, solo, abandonado por el único ser que tenía además del deber de no despreciarlo, también el de amarlo; pero ¿quién se reiría de esta figura? «¡Oh!, mi viejo William, «¿no es quizás falsa la idea de que puedas haberte querido reír de esta figura?».

Si el razonamiento es demasiado rebuscado, consideraciones bastante más cercanas pueden hacer que se le perdonen a Shakespeare sus injusticias, si es que las cometió. Nosotros, que queremos saborear todo lo que es bello (y El mercader de Venecia no deja por supuesto nada que desear en este sentido), estaremos dispuestos a sufrir para disfrutar de la belleza de ese trabajo. Si las supersticiones y el egoísmo del tiempo empujaron la mano del gran inglés, esta noche nos reiremos de las supersticiones y del egoísmo shakespeariano como nos hemos reído durante la dificilísima y complicada mezcla que hicieron las brujas de Macbeth. Y aquí acabo. Un apretón de manos al redactor si ha impreso esta parrafada mía, a mis lectores si los he tenido, a Ernesto Rossi si se deja aplaudir como de costumbre. Nos vemos en el teatro. E. S.

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