The Associated Press entrevistó a más de dos decenas de habitantes que huyeron de Mosul desde que los soldados iraquíes comenzaron a recuperar distritos remotos el mes pasado. Estas entrevistas ofrecen un vistazo a la vida que prácticamente quedó aislada bajo el régimen del Estado Islámico.
Por Lori Hinmant
Mosul, Irak (AP) — La primera y segunda piedra no la mataron. Pero la mujer acusada de adulterio por extremistas del grupo Estado Islámico no sobrevivió a la tercera pedrada.
El asesinato de la mujer en una plaza pública fue, para aquellos que la atestiguaron, el momento más cruel en el descenso de esta ciudad que alguna vez fue orgullosa al miedo, hambre y aislamiento durante dos años y medio bajo el régimen de los milicianos.
Mosul, la segunda ciudad de Irak, fue sin duda el lugar más multicultural del país, con una mayoría de musulmanes sunitas, pero también de prósperas comunidades de curdos, chitas, cristianos y yazidis. Juntos habían creado la distintiva identidad de Mosul, con cocina, vida intelectual y economía propias.
Pero el Estado Islámico convirtió Mosul en una ciudad de oscuridad literal y espiritual. Comenzó con promesas de orden y una utopía religiosa que atrajo a algunos, pero con el paso del tiempo, los milicianos se volvieron más crueles, la economía se desmoronó bajo el peso de la guerra y se instaló la escasez. Aquellos que resistieron vieron a vecinos que se unieron a los extremistas convertirse en prósperos y vengativos. Los padres temían que les metieran ideas a sus hijos. Al final, cuando los soldados iraquíes situaron Mosul, los extremistas colgaron a supuestos espías de los postes de luz.
Para muchos sunitas en la ciudad, el régimen del Estado Islámico comenzó como un respiro de lo que consideraban la pesada mano del gobierno central encabezado por chiíes en Bagdad.
Los soldados iraquíes se fueron y en esas primeras semanas la gente estaba feliz de ver que los odiados controles de seguridad eran retirados y el tránsito avanzaba sin problemas.
Pero en cuestión de un mes, las casas de cristianos y otras minorías que vivían en Mosul fueron marcadas con etiquetas oficiales para «propósitos estadísticos», según dijeron representantes de los islamistas, de acuerdo con la organización Mosul Eye. Pronto, cristianos y chiíes huyeron.
«Si te encontrabas a una familia de curdos, ellos te daban su carro», dijo Hassan Ali Mustapha, un guardia de prisión ya jubilado. Recuerda que se fue a vivir a una casa dejada por una familia curda después que la familia, a través de un conocido mutuo, le pidió que la ocupara para evitar que los extremistas se la quedaran.
El grupo impuso las severas restricciones a la visión de la ley islámica que también introdujo en otras zonas bajo su control. La vestimenta fue duramente regulada y a los fabricantes de ropa se les informó de las medidas aceptadas por las autoridades del grupo radical. A las mujeres les pidieron ocultar su rostro y vestir de negro de pies a cabeza. La multa por violar las restricciones —incluso algo tan menor como usar calcetas de otro tipo— eran de 25.000 dinares (unos 20 dólares). Aquellos que reincidían recibían azotes.
Había otro tipo de castigo también temido por muchos: un grupo especial de mujeres usaba un dispositivo dentado de metal para «morder» y causar heridas que podrían infectarse a mujeres que ellas consideraban impropiamente vestidas, de acuerdo con dos testigas.
La propaganda del grupo insistía en que todo estaba bien. John Cantlie, un periodista británico retenido por el Estado Islámico durante cuatro años, había realizado varias apariciones en videos filmados en Mosul que muestran un mercado, una eficiente fuerza policíaca y a una ciudad funcionando.
Sin embargo, lejos de las cámaras, la economía se desmoronaba. El gobierno en Bagdad dejó de dar los salarios a los empleados del gobierno, mientras que bombardeos cortaron los ingresos petroleros y reservas de dinero al grupo extremista. Los servicios e infraestructura provistos por el Estado Islámico se vinieron abajo. Los cortes en la electricidad obligaron a las personas a depender de las lámparas de aceite. Cortaron las comunicaciones, aunque las personas lograban realizar llamadas fugaces a Alghan FM, una estación de radio fundada por un exiliado de Mosul que se convirtió en una voz para aquellos atrapados en la ciudad.
«Hace cuatro meses, la televisión satelital se vino abajo. Hace seis meses, fue internet», dijo el fundador de la estación, quien pidió ser identificado solo por su primer nombre, Mohammed, por su seguridad. Ellos «quieren que la gente quede completamente aislada».
Para obligarlos a obedecer aún más, el Estado Islámico obligó a las personas a ver cuando cortaban manos, decapitaban o lapidaban en público en plazas o mercados a personas que desobedecían sus normas.
El asesinato de la mujer en el distrito Samah caló en lo más profundo entre la multitud que fue obligada a observar porque su vecina era arrastrada frente a ellos. Fue en agosto, después de que los milicianos perdieron bastiones en otras partes de Irak y Siria, lo que los orilló a endurecer su represión.
Varios testigos describieron a The Associated Press cómo la mujer y su supuesto amante fueron obligados a caminar con los ojos vendados por las calles. Los extremistas convocaban a todos los que veían.
«Todavía no se muere», dijo el miliciano que le revisó el pulso a la mujer, recordó Samira Hamid. Luego, la acusada recibió un golpe fatal en la cabeza. El hombre acusado de ser su amante fue azotado 150 veces y obligado a irse a Siria a las filas del Estado Islámico.
Sarmad Raad, otra testiga, no podía soportar relatar el asesinato. «Me perdí, simplemente me perdí», recuerda la mujer de 26 años.
Mientras los milicianos perdían territorio en todas partes, los habitantes de Mosul comenzaron a quedarse sin alimentos hasta que solo quedaron cebollas y pan. Los precios comenzaron una espiral y, ahora sin comida ni trabajo, la gente comenzó a vender sus cosas de valor.
Khodr Ahmed vendió su carro por 400 dólares. Pero a medida que se acababa el dinero, envió a sus jóvenes hijos Bashir y Mushal a buscar piezas de metal para vender.
Cuando buscaban, Bashir, de 9 años, recogió lo que resultó ser un explosivo abandonado por el Estado Islámico. La bomba le voló la mano y dejó un hoyo en la pierna de su hermano, de 10 años.
Ahmed dice que las heridas fueron causadas por la pobreza y hambre generadas por el Estado Islámico.
«Ellos (los extremistas) tenían una buena vida. Tenían comida, pero como nosotros no nos unimos a ellos, no había nada para nosotros», relató Ahmed.