El filme contaba además con el guión de Paul Schrader, que ya había trabajado con Scorsese en Taxi Driver (1976), pero que aquí tuvo que ver cómo su libreto era prácticamente reescrito, conservándose, eso sí, su esencia gracias a esos personajes alienados de masculinidad y sexualidad problemáticas.
Por Laura Tabuyo
Madrid, 13 nov (EFE).- Hoy se cumplen 40 años del estreno de Raging Bull, el ejemplo más brutal del cine de Scorsese, que cuenta en este filme el ascenso, caída y redención del famoso boxeador Jake LaMotta, interpretado por un Robert De Niro que se unía por cuarta vez al realizador neoyorquino y que se llevó su segundo Óscar por este trabajo.
La cinta, que se presentó el 13 de noviembre de 1980 en el Ziegfeld Theatre de Nueva York, basada en Raging bull: mi historia, la autobiografía de LaMotta, destaca por su arriesgado blanco y negro, que Martin Scorsese vio fundamental para diferenciarse de Rocky (Sylvester Stallone, 1976), ganadora del Óscar a la mejor película tan solo tres años antes.
El filme contaba además con el guión de Paul Schrader, que ya había trabajado con Scorsese en Taxi Driver (1976), pero que aquí tuvo que ver cómo su libreto era prácticamente reescrito, conservándose, eso sí, su esencia gracias a esos personajes alienados de masculinidad y sexualidad problemáticas.
De hecho Jake LaMotta comparte muchas similitudes con el Travis Bickle de Taxi Driver -más allá de estar los dos interpretados por De Niro-, en su incapacidad para entender el mundo que le rodea y en sus reacciones llenas de rencor y furia.
No obstante, el Martin Scorsese de Taxi Driver poco tenía que ver con el que se puso detrás de las cámaras en Raging Bull. Su última película New York, New York (1977) había resultado un fracaso y además su adicción a la cocaína le tenía en una situación límite.
Por eso, tras haber rechazado el proyecto años antes, por fin en 1978 Scorsese vio que LaMotta era el personaje perfecto: «Había encontrado el anzuelo; la autodestrucción, la destrucción de la gente a tu alrededor, solo porque sí. Yo era Jake LaMotta».
Scorsese había dado con el proyecto que le sacaría de su depresión y junto a él Robert De Niro, en una de sus interpretaciones más recordadas, que preparó a conciencia, entrenando durante más de 1000 asaltos junto a LaMotta y alcanzando los 72 kilos de masa muscular, para posteriormente engordar casi 30 kilos y retratar el declive del Toro del Bronx.
Todo ello durante un rodaje que duró veinte semanas y que se localizó, mayoritariamente, en Nueva York, en los barrios del Bronx y Hell´s Kitchen, con la aparición del mítico Gleason´s Gym, en el que entrenaba LaMotta con su hermano, y en algunas zonas de la ciudad de Los Ángeles.
Localizaciones fundamentales para hacer fluidas la multitud de saltos temporales y elipsis de una cinta que se articula a partir de la relación que LaMotta mantiene con su hermano, al que interpreta Joe Pesci; con su mujer, a la que da vida Cathy Moriarty, y la tormentosa relación que el boxeador mantiene consigo mismo.
Una relación autodestructiva a la que Scorsese pone fin, dando a su vez cabida a la redención, con el Evangelio según San Juan, XI 24-26, en el que los Fariseos llaman al que había sido ciego y éste les contesta: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo».
Y que viene precedida de unos vibrantes combates en el cuadrilátero, con un LaMotta que parece dejarse castigar físicamente hasta que tiene una oportunidad para lanzarse a atacar.
Unas secuencias de boxeo, que apenas alcanzan los 15 minutos, pero que han pasado a la historia del cine gracias a la colocación de las cámaras dentro del ring, que propician una profunda identificación en los espectadores con los púgiles, y al trabajo de la montadora Thelma Schoonmaker, con la que Scorsese no ha dejado de trabajar desde entonces.
En un estilo de montaje vertiginoso, que según palabras de Scorsese, está inspirado en la escena de la ducha de Psycho (Alfred Hitchcock, 1960), y que, como curiosidad, mezcla una velocidad de 24 fotogramas por segundo (la estándar) en las escenas de pelea, con una sobrecarga de 48 fotogramas por segundo en las escenas en las que LaMotta está en su rincón del ring.
Este clásico no convenció originalmente a la crítica, que veía a LaMotta como «uno de los personajes más repugnantes de la historia del cine», como escribió Kathleen Carroll, del New York Daily News, pero sí logró el reconocimiento de la industria, recibiendo dos Óscar al mejor montaje y a la mejor interpretación masculina para De Niro.