La serie ha tenido un éxito fenomenal en todo el mundo desde su estreno en septiembre y podría ser el éxito más grande en la historia de Netflix. Igual que el protagonista, mucha gente se identifica con la problemática que expone la serie por la falta de empleos, el endeudamiento personal y las desigualdades económicas.
Por Kim Tom-Hyung
SEÚL, 13 de octubre (AP).— Lee Chang-keun se vio reflejado en El Juego del Calamar, la brutal serie de Netflix sobre gente desesperada que compite en juegos mortales para niños en la esperanza de poder pagar sus deudas.
Se identifica con el protagonista, Seong Gi-hun, quien perdió su trabajo en una fábrica de autos, tiene problemas familiares y lidia con fracasos comerciales y su afición a los juegos de azar.
Un individuo al que le debe dinero le da una paliza y lo obliga a ofrecer sus órganos como garantía. Sin embargo, recibe una misteriosa oferta para participar en seis juegos de niños tradicionales en Corea del Sur por la posibilidad de ganar 38 millones de dólares.
Seong debe batallar con cientos de personas como él, con serios problemas financieros, en una competencia extremadamente violenta, en la que el que pierde muere.
“Cuesta ver algunas escenas”, dice Lee, un empleado de Ssangyong Motors que sufre problemas financieros y de depresión desde que la casa automotriz los despidió junto con otros 2 mil 600 empleados en el 2009.
La serie ha tenido un éxito fenomenal en todo el mundo desde su estreno en septiembre y podría ser el éxito más grande en la historia de Netflix. Igual que Lee, mucha gente se identifica con la problemática que expone la serie por la falta de empleos, el endeudamiento personal y las desigualdades económicas.
La serie plantea serios interrogantes acerca del futuro de una de las economías más pujantes de Asia.
Luego de años de protestas, batallas legales y la intervención del gobierno, Lee y cientos de personas recuperaron su trabajo. Numerosos empleados o familiares de ellos, sin embargo, se suicidaron mientras estuvieron desempleados y cayeron en la miseria.
“En El Juego del Calamar ves personajes que luchan por sobrevivir tras quedarse sin trabajo. Me recuerda a muchos compañeros que fallecieron”, dijo Lee.
Agregó que él y otros compañeros no podían conseguir trabajo porque fueron colocados en listas negras por ser considerados agitadores sindicales.
Un informe de la Universidad de Corea del 2016 indicó que al menos 28 personas despedidas por Ssangyong o parientes de ellas se habían suicidado o padecían graves problemas de salud.
El Juego del Calamar es una de varias series sudcoreanas inspiradas en los padecimientos económicos de la gente. Ha sido comparado con “Parasite”, la película de Bong Joon-ho que ganó un Oscar, enfocada en la violencia subyacente detrás de la fachada exitosa de la economía sudcoreana.
Corea del Sur renació de sus cenizas tras la devastación causada por la guerra coreana de 1950-53 y cuenta con una economía floreciente. Pero no todos se benefician.
“Si bien hay problemas de clase en todos lados, pareciera que los directores y los guionistas sudcoreanos abordan el tema con más audacia”, comentó el director de cine Im Sang-soo.
En El Juego del Calamar, los problemas de Seong se remontan a la pérdida de su trabajo en la casa automotriz Dragon Motors, un nombre que alude a Ssangyong, que quiere decir “dragón doble”.
Cientos de trabajadores, incluido Lee, ocuparon la fábrica de Ssangyong durante semanas en el 2009 para protestar los despidos, hasta que fueron expulsados por la policía, haciendo uso de la fuerza. Decenas de personas resultaron heridas.
Todo esto fue incorporado a la trama de El Juego del Calamar. Seong recuerda cada tanto a un compañero que murió a manos de rompehuelgas mientras organiza a otros participantes en el juego para crear barricadas con camas del dormitorio e impedir ataques nocturnos de rivales muy violentos decididos a eliminar la competencia.
Al final de cuentas, cada uno queda librado a su suerte en una feroz batalla entre cientos de personas dispuestas a arriesgar sus vidas con tal de salir de la pesadilla que representan deudas imposibles de pagar.
La serie cuenta con otros personajes marginados o destruidos, como Ali Abdul, un obrero paquistaní sin permiso de residencia al que le faltan algunos dedos y a quien su jefe no quiere pagarle, simbolizando la forma en que el país explota a los más pobres de Asia e ignora las peligrosas condiciones de trabajo y a los patrones que no pagan a sus empleados.
También está Kang Sae-byeok, una refugiada norcoreana carterista desesperada por reunir dinero para sacar a su hermano de un orfanato y sacar a su madre de Corea del Norte.
Muchos sudcoreanos sufren tratando de progresar en una sociedad en la que los buenos trabajos escasean cada vez más y los precios de las viviendas están por las nubes, lo que hace que la gente a menudo se endeude mucho o haga inversiones riesgosas.
Kim Jeong-wook, otro empleado de Ssangyong que se pasó meses con Lee en una chimenea de la fábrica de la empresa en el 2015, exigiendo la contratación de trabajadores despedidos, dijo que no pudo seguir viendo la serie tras el primer episodio.
“Fue demasiado traumático”, expresó.