El género negro le sirvió a Imanol sumergirse “en las cloacas de un sistema jurídico como el mexicano, que en una tragedia como esta no ha cumplido mínimos preceptos que tiene que cumplir un sistema de justicia”. La guardería ABC, el incendio, los niños muertos, la impunidad.
Ciudad de México, 13 de octubre (SinEmbargo).- ¿Cómo olvidar? ¿Cómo olvidar si además hay impunidad para el crimen? Los padres de la guardería ABC en Hermosillo andan por los juzgados, en las plazas, desde el 15 de junio de 2009. Muchos libros se han escrito, muchas notas, muchos reportajes radiales y televisivos, pero es la primera novela negra que recuerda el hecho.
No ha sido grato para Imanol Caneyada y dudó, como dudaba Pedro Ángel Palou, que no se piense que se sube al carro de todas estas causas sin resolución, con una tragedia que México no olvidará y que como en tantos otros casos: no debieron morir.
49 cruces blancas (Planeta) cuenta la historia en el género negro, que es el que ama Imanol Caneyada, su autor.
“¿Se trató de un accidente, de un cooler defectuoso como dice la versión oficial o el fuego fue provocado para destruir el archivo financiero del gobierno estatal que se almacenaba en la bodega aledaña a la guardería?”, pregunta el libro.
Con maestría y sin piedad, Imanol Caneyada sacude nuestras conciencias con esta ficción detectivesca anclada en nuestro pasado reciente y nos mete en la piel de las víctimas –hijos y padres– de tan inmensa tragedia, la peor en un México que desborda de ellas. 49 cruces blancas es sin duda una novela negra…tan negra como la realidad.
–Me llamó la atención el tema, es popular, pero ¿qué se te dio por escribir sobre la guardería?
–El primer objetivo era contribuir a la memoria para algo que no tenemos que olvidar. No importa la trinchera, en un país donde olvidamos muy fácil, donde las tragedias alimentan las estadísticas y la Guardería ABC forma parte de esa estadística.
–Juan Pablo Villalobos decía que los escritores mexicanos están reaccionando un poco a esta locura que vive México
–Sí, me siento un poco obligado, la literatura puede tener una urgencia para tratar de leer el momento que estamos viviendo. Me parece que en México ha estado en una Torre de Marfil y ha estado dándole la espalda a una realidad brutal. En efecto, los escritores muchos necesitamos escribir sobre lo que está pasando en este país. Además de esto, yo pienso también mucho en entender lo que hace David Grossman en Israel o lo que hace Fernando Aramburu en el País Vasco. Otros muchos autores que desde la literatura están hablando de esta realidad lacerante que hiere, lastima y duele y que se puede explorar de una manera que no pueden hacer otras disciplinas, como la periodística o la histórica.
–La novela también refleja tu apego al género negro
–Sí. Es un género que celebro, que festejo, que amo y que disfruto mucho escribir. Esta novela no la disfruté, pero sí disfruté el género. ¿Por qué elegir el género negro para narrar 49 cruces blancas? Porque quería que estuviera presente en la novela esta parte que tenía que ver con la investigación, que tiene que ver con los hallazgos. No tanto porque la novela plantee hallazgos reveladores, que puedan cambiar la idea que se tiene de lo que pasó en la guardería, en la investigación, el personaje narrador (una especie de investigador improvisado), me permitía sumergirme en las cloacas de un sistema jurídico como el mexicano, que en una tragedia como esta no ha cumplido mínimos preceptos que tiene que cumplir un sistema de justicia. Esto es una obligación ineludible del Estado. Si el Estado no cumple, no existe el Estado.
–Por otro lado hay cierta autoficción, tú mismo dijiste que te dolió mucho escribirla…
–A diferencia de las novelas de ficción pura, hay una mixtura de ficción y realidad. Duele mucho escribirla porque lo hacía desde el coraje, desde la indignación, desde la necesidad de por un lado hacer catarsis y por el otro soltar toda la rabia. Los primeros tratamientos que hice, más que literatura era una catarsis, de dolor, de coraje, de rabia, hubo un momento que me tuve que plantear que para tener que escribir la novela tenía que alejarme. Por fin encontré la voz narradora, el que llega tres años después a la tragedia y todo esto me permitió contar la historia que quería sin ahogarme y sin ahogar al lector.
–¿Qué cosas cambiaron en ti escribiendo esta novela?
–Una cosa que traté es de construir un edificio estético, desde el lenguaje, porque sino la novela se caía. La novela no iba a existir, por lo delicado del tema, por lo brutal que es y porque el tema puede enterrar todo incluso la propia novela, yo tuve la necesidad de trabajar cada una de las líneas, cada una de las frases, para que hubiera un edificio estético y un universo que se manifestara desde el lenguaje. Como nunca tuve una conciencia de cada palabra que usaba, una conciencia muy exacerbada.
–Ese edificio estético se sostiene, en el sentido de que una persona puede leer la novela sin saber cuál fue el drama
–Era una de mis obsesiones, que la novela se defendiera como novela, que no fuera una novela atractiva por el morbo que pueda despertar una tragedia o porque yo pudiera aportar algún otro dato que no se supiera. Hubo una obsesión de construir una novela que estuviera más allá del tema. Leí mucho sobre la realidad, cómo la novela se pliega a lo que es real, fue muy interesante, la cuestión del personaje, me estuve documentando mucho porque sabía que estaba haciendo algo donde la realidad tenía un peso específico.
–La importancia de la novela, que contiene y al mismo tiempo expulsa todos los géneros literarios
–Por supuesto. La novela es un género bendito, que se alimenta del ensayo, de la crónica, del teatro, de la filosofía, pero también es un fenómeno social y así lo es desde que nació. Desde El Quijote ha sido un fenómeno social. Además de un gran ejercicio estético es un fenómeno social. Un personaje de ficción viene a cimbrar, a sacudir, esos valores sociales que se daban como inamovibles y por eso en su tiempo la novela era censurada, la gente no la podía leer. Ese vigor de la novela no se ha perdido. La realidad que estamos viviendo en México ese vigor de la novela tiene que ponerse a su servicio.
–¿Hay ciertas novelas mexicanas que las podríamos unir como un fenómeno social?
–Sí, claro que sí, pero no es algo coyuntural, es la misma esencia de la novela. Siempre ha sido un fenómeno social, como lo dice Joseph Conrad: la novela siempre se ha alimentado del fenómeno social. En México estamos aceptando esa posibilidad. Creo que los autores que mencionas (Monge, Palou, Caneyada) están planteando a la novela para hacerse preguntas o para tratar de entender esta realidad que puede terminar convirtiendo a este país en un país de muertos vivientes.