Nunca como ahora (y esto se debe, en gran medida, a las redes sociales y a los poquísimos medios de comunicación independientes que perseveran en el país) nos habíamos dado cuenta de las rapacidades que ejecutan a diario los gobiernos mexicanos y su clase política.
Casi al momento de surgir los escándalos, los usuarios de la red global se encargan de compartirlos, difundirlos y diseminarlos entre una millonada de usuarios que no encuentran mejor manera de desahogarse que estallar de indignación.
La muestra paradigmática de esta indignación, que llegó a tener alcances internacionales y que pusieron en jaque incluso la permanencia del presidente de nuestro país, fue el crimen contra los 43 estudiantes de Ayotzinapa, aún sin paradero cierto.
Fue este terrible acontecimiento el que puso un parteaguas entre una sociedad que se manifestaba duramente en las redes sociales y otra que se organizó para salir a las calles e, incluso, para casi incendiar y tumbar la puerta de Palacio Nacional.
Si bien el escándalo de la Casa Blanca del Ejecutivo federal desestabilizó la presidencia de la República, nadie duda que fue la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa lo que marcó y marcará (por sus aberraciones judiciales) para siempre este sexenio.
La salida a las calles de los usuarios de las redes sociales (este periplo que conectó, por fin, lo virtual con lo real) fue un gran paso para una sociedad que se estaba acostumbrando a la apatía derivada de un sistema de justicia hecho a modo de los poderosos.
Sin embargo, estos grandes pasos que ha dado la sociedad parecen no ser suficientes para que nuestro estado de Derecho se dignifique y se ponga a la altura (sin populismos) del republicanismo con que nos presentamos ante el resto del mundo.
De nada nos sirve ya desvelar las corruptelas de los gobiernos en turno (de todos los niveles), las bajezas de la clase política (de cualquier partido) y la falta de transparencia de nuestras instituciones (de cualquier ramo) si todo acto denunciatorio será inmediatamente pulverizado por el cinismo y la impunidad.
Hemos llegado en México al colmo de que ya ni nuestras instituciones que se encargan de vigilar la transparencia son transparentes.
Si la clave de nuestro cambio (este salto tan anhelado) no está en el fortalecimiento real de nuestro Estado de Derecho y en la renovación palpable de nuestro sistema educativo, entonces no está en ninguna parte.
@rogelioguedea