Lorena Amkie
13/08/2016 - 12:04 am
Cazafantasmas y misoginias
El caso de las cazadoras de fantasmas ha sido más sonado, y es que el director fue muy arriesgado: cuatro mujeres normales (no Barbies), que se dedican a cazar fantasmas (no pretendientes), una de ellas lesbiana (“o sea, nada para mí”), que tienen un secretario bello y tonto (como tantas secretarias que hemos visto en los medios a lo largo de las décadas) y cuyo interés principal es, bueno, cazar fantasmas.
“Mujeres: si no ocupan el espacio público para brindarnos placer de algún tipo, las echaremos de este espacio para que recuerden su lugar”. Este parece ser el mensaje que se saca de dos escándalos mediáticos de la semana: la cruel y vergonzosa manera en que numerosos compatriotas de Alexa Moreno, la gimnasta mexicana, le mostraron su “apoyo” en las redes, equiparándola en memes y fotomontajes con un cerdo, y el sabotaje que un nutrido montón de trolls intenta hacer en contra de la versión femenina de los Cazafantasmas.
No es nada nuevo: de las mujeres se espera que sean bellas, esbeltas y, si se puede, jóvenes para siempre, o no merecen que las volteemos a ver. Si además son inteligentes, exitosas, audaces, etcétera, pues ya dependerá del gusto de cada quién, mientras lo primero no se pierda. Aunque muchos columnistas y “opinionadores” han reivindicado a Moreno (vale la pena ver esta página, con ilustraciones en honor de la gimnasta: https://www.buzzfeed.com/josehernandez/alexa-a-traves-del-arte?utm_term=.gooG08OD4B#.soVBdmoKbR) las burlas hablan de un primitivo odio misógino en esencia, que en el camino se convierte en una especie de envidia mezclada con la fábula de los cangrejos mexicanos, aquellos que están en una cubeta y en vez de ayudarse a salir, jalan de vuelta al que se aventura a la orilla de la cubeta. Al final, se traduce en algo más digerible y fácil de expresar, que es: “No nos importa qué hagas; si no estás bien buena, no nos interesa verte”. Hoy todos tenemos el derecho a opinar acerca de absolutamente todo, y una mujer que se pone bajo las luces de ese modo, se arriesga no sólo a que la juzguen los expertos en gimnasia, sino todos los hombres (especialmente mexicanos, lo cual es verdaderamente lamentable), y no con relación a lo que fue a hacer a Rio de Janeiro. De nuevo: si no hallo placer en mirarte, no mereces el espacio público.
El caso de las cazadoras de fantasmas ha sido más sonado, y es que el director fue muy arriesgado: cuatro mujeres normales (no Barbies), que se dedican a cazar fantasmas (no pretendientes), una de ellas lesbiana (“o sea, nada para mí”), que tienen un secretario bello y tonto (como tantas secretarias que hemos visto en los medios a lo largo de las décadas) y cuyo interés principal es, bueno, cazar fantasmas. Uno de los comentarios más grotescos por parte de los trolls misóginos, fue: “Estas cuatro mujeres feas lo que necesitan es litros de semen en la cara”. Para que yo, como misógino, pueda obtener algún placer de tipo sexual, porque la película en sí no me lo está dando, y ¿para qué quiero a cuatro (¡cuatro!) mujeres en una pantalla si ninguna de ellas está desnuda?
Estos dos casos me llevaron a pensar en el llamado Test de Bechdel, que se usa para analizar contenidos y medir la brecha de género en películas, series y, a veces, también libros. Para pasar el test, una película tiene que cumplir con los siguientes requisitos:
- Tener al menos dos personajes femeninos con nombres propios.
- Mostrar a estas dos mujeres hablando entre sí en algún momento.
- Que dicha conversación no gire en torno a ningún hombre.
Si estos requisitos no se cumplen, el contenido no pasa la prueba y se considera que forma parte de la gran mayoría de contenidos que no reflejan la realidad de la presencia femenina en la sociedad, provocando a su vez la limitación misma de esta presencia por seguir perpetuando las mismas visiones androcentristas del mundo y, sobre todo, de los espacios públicos. El odio visceral a una película que la mayoría de los trolls ni había visto habla de un rechazo por principio a una película no centrada en protagonistas masculinos (y mira que los cazafantasmas originales estaban lejos de ser atractivos físicamente) o dirigida de modo inequívoco al placer visual de un espectador masculino incapaz de ver a las mujeres como algo más que un “taco de ojo”. Porque dudo que las reacciones hubieran sido iguales si como cazadoras hubiéramos tenido a Megan Fox, Kate Upton, Evangeline Lily y Jessica Alba en trajes de licra o bikinis súper prácticos para las cacerías de espíritus.
No he visto la película, pero quiero pensar que pasaría el Test de Bechdel, al igual que la mayoría de las películas en que hay al menos una mujer en el equipo de guionistas. Quizá simplemente con verla ahí sus colegas recuerdan que ahí afuera más del 50% de la población es femenina. Las estadísticas muestran que las mujeres son más propensas a consumir contenidos con protagonistas mujeres, sea cual sea el género de estos, lo cual sigue educando a las nuevas generaciones de chicos con respecto a cuáles papeles pueden o deben jugar las mujeres, tanto en la fantasía como en la realidad. Hay quien diría que lo importante de un contenido es, justamente, el contenido, y no el género de los personajes ni su apariencia física, pero a ese alguien lo callarían esos mismos trolls diciéndole que mejor se quite la ropa, si está buena, y si no, se regrese a su cueva…
Les invito a hacer el experimento de aplicar el test de Bechdel a sus películas favoritas y, a los que son padres, a revisar los cuentos infantiles de sus hijos y ver si tienen remotamente la misma cantidad de protagonistas hombres que mujeres. E invito a las mujeres a aplicar el test a sus conversaciones cotidianas, ¿cuántas giran en torno a un hombre? El consumo de contenidos como los que no pasan el Test, perpetúan una realidad de la que poco a poco estamos tratando de librarnos, y los modelos de mujer no sólo son importantes para las mujeres, sino también para los hombres en su reeducación con respecto a lo que pueden, deben y merecen hacer las mujeres en el espacio público que con tanto trabajo van conquistando milímetro a milímetro, luchando contra agresiones verbales, violencia física y, más a menudo, el silencio.
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