Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo y en matemáticas se emplea para representar distintos tipos de infinitos. Es también el nombre de uno de los cuentos más célebres de Jorge Luis Borges. Publicado en 1949, forma parte de un conjunto de 17 relatos deslumbrantes que integran el libro del mismo nombre.
Por Oswaldo Ríos Medrano
Ciudad de México, 13 de agosto (SinEmbargo).- Al develar un monumento al inmenso Jorge Luis Borges (1899-1986), el Nobel portugués José Saramago (1922-2010) dijo que el argentino es “el último gigante literario del que se pueda hablar”.
Cuando el peruano Mario Vargas Llosa recibió en 2010 el Premio Nobel de Literatura, en su primera entrevista confesó: “me avergüenza recibir el Nobel que no recibió Borges, la Academia también se equivoca”. La proverbial omisión no ha hecho sino acrecentar, cada vez más, el consenso de que Borges es uno de los más grandes escritores que ha dado la lengua española.
Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo y en matemáticas se emplea para representar distintos tipos de infinitos. Es también el nombre de uno de los cuentos más célebres de Borges. Publicado en 1949, forma parte de un conjunto de 17 relatos deslumbrantes que integran el libro del mismo nombre.
Las narraciones que componen la obra están llenas de referencias históricas, filosóficas y literarias y desmenuzan sorprendentes ficciones sobre la inmortalidad, la imaginación, el origen de la escritura, los sueños, la libertad o el tiempo.
El Aleph comienza narrando la melancolía de un amor no consumado, pero evocado en las visitas periódicas de Borges a la casa de su amada Beatriz Viterbo después de fallecida. Lo hace para reencontrarse con la evanescencia que la replica en su memoria. Su devoción indomable de amante metafísico lo lleva a exclamar: cambiará el universo, pero no yo.
En el rejuego de esas intrusiones, cobra relevancia la interlocución de Borges con Carlos Argentino Daneri, primo hermano de Beatriz, representación del escritor petulante y farragoso por el que Borges siente desprecio, pero que es el único acceso hacia ese aposento en que Beatriz lo ocupaba todo. En el espejo, Daneri es la jactancia insolente de que todo puede explicarlo el lenguaje y la idea. Borges en cambio, es la asombrada reverencia ante la vastedad del saber y la irremediable finitud e insuficiencia del hombre por comprenderlo todo.
Más allá de las ironías, los desplantes intelectuales y los recuerdos entrañables de Borges que perfilan los sucesos, está el deslumbrante remate de la historia, por el que a partir de un descubrimiento inaudito, asistimos al milagro de la Palabra, del Amor o de la Literatura. El generoso erudito que era Borges, no era invencible por su conocimiento, sino por su ternura.
La alegoría de El Aleph con La Divina Comedia es evidente. El descenso de Borges al sótano de la casa Viterbo en la calle Garay de Buenos Aires es una analogía a la bajada del Dante a los Infiernos, ambos en búsqueda incesante de Beatriz; ambos abandonados al desamparo de un amor interrumpido por la muerte; ambos, escritores hieráticos y heréticos sin remedio, porque “enamorarse, es crear una religión cuyo Dios es falible”.
Pero quizá sea más simple y el Aleph no sea otra cosa que una visión estremecida del futuro. Una ficción intencional que nos permite escapar del miedo del presente y que le da porvenir a nuestras desesperanzas. Un azar en medio de lo previsible y un refulgente dislate a un destino racional de tinieblas. Un mañana probable en el que es posible encontrar un Aleph en que se haga visible lo que más anhelamos: un Universo en el que quepan otros Universos. “Como un punto que contiene en sí, todos los puntos”.
EL PARAÍSO COMO UNA BIBLIOTECA
Decía Borges: “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Durante toda su vida fue siempre un lector insaciable a pesar de una pérdida paulatina de la vista que lo acompañó del nacimiento a la muerte. Paradójicamente, al mismo tiempo que fue nombrado en su natal Argentina director de la Biblioteca Nacional en 1955 (seis años después de haberlo visto todo), le llegó la ceguera total.
Contradicciones de la vida, el hombre que cumplió su sueño de vivir por los libros, perdía al mismo tiempo el privilegio de su mirada. Magnánimo en el quiebre, con admirable genio escribiría en el Poema de los Dones:
“Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnifica ironía
me dio a la vez los libros y la noche”.