Con 40 kilos de peso apenas, a pesar de las amenazas y torturas, recién ingresado al Reclusorio Norte, «El Guaymas» declaró ante la prensa que en el Campo Militar número 1 se encontraban militantes vivos y desaparecidos, pues había visto a mi madre. Desde entonces no hubo lugar donde no lo denunciara.
Ciudad de México, 13 de julio (A dónde van los desaparecidos).–Tenía yo seis años cuando sonó el teléfono en la casa de mis abuelos maternos en Chihuahua. “¿Quién habla?” me dijeron apenas contesté. “Alicia”, respondí. “¿Qué pasó, vieja? Fíjate que yo fui muy amigo de tus papás”, me dijo una voz alegre y muy fuerte. Era «El Guaymas», que acababa de ser excarcelado por una amnistía. Mi mamá llevaba cinco años detenida-desaparecida, mi papá había sido asesinado siete años atrás. Desde ese 1983 escuché esa alegría que desbordó como si no hubiera mañana. Hoy 13 de julio de 2021 murió por una afectación arterial.
A Mario Álvaro Cartagena López se le quedó el apodo del lugar en donde nació, en el estado de Sonora. La familia de don Manuel Cartagena y doña Graciela López se mudó a Guadalajara junto con sus hijos e hijas. «El Guaymas» creció en la ciudad tapatía y de chamaco inició un camino sin retorno: la insurgencia estudiantil. De manera natural, desde el barrio, ingresó al inicio de la década de los 1970 al Frente Estudiantil Revolucionario, el FER, organización juvenil opositora a la oficialista Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG). «El Guaymas», estudiante de agricultura, se integró a la recién constituida Liga Comunista 23 de Septiembre, organización que aglutinó diferentes insurgencias regionales, entre ellas a una parte del FER.
Como insurgente, «El Guaymas» experimentó dos detenciones: la primera fue en febrero de 1974. Por casi dos años vivió preso en El Rastro, sección para presos políticos del penal de Oblatos, en Jalisco. Siempre me gustó escuchar a Mario durante horas sobre sus cientos de anécdotas sobre la vida en prisión política: eran militantes, músicos, cocineros y, entre esa cotidianidad, planearon una fuga para reincorporarse a su organización clandestina y político militar. Recién hace dos años se estrenó el documental Oblatos: El vuelo que surcó la noche, en donde Mario Álvaro, junto con Antonio Orozco, Natividad Villela y Bertha Lilia Gutiérrez, narran de la juventud insurgente tapatía y la gran fuga del 22 de enero de 1976.
La vida nos relacionó siempre, entretejiendo destinos. Mario compartió la militancia radical y la cárcel con mi padre, Enrique Guillermo Pérez Mora. En el invierno de 1976, un grupo de seis presos se fugó apoyado por un comando exterior. La única mujer que participó en esa acción fue mi madre, Alicia de los Ríos Merino. En la tracachinga, una de las palabras preferidas del «Guaymas» que significaba plena acción, se conocieron. Así llegaron a la Ciudad de México en febrero de 1976. Para entonces, esos jovencitos que empezaron tres años antes repartiendo volantes, eran la generación dirigente de la LC23S.
La última vez que vi al «Guaymas», recién hace un mes en el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro en la Ciudad de México, nos contó que antes de conocer a mi mamá la veía de lejos. Alguna vez ella impartió un seminario de algo y Mario era el estudiante. Luego mi papá le confió que lo mandarían lejos, “no te puedo decir a dónde”, y que le encargaba que cuidara a mi madre, quien ya estaba embarazada de mí.
La vida da muchas vueltas: mi padre murió en combate en junio de 1976 y después de un poco más de un año, mi madre —integrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre— y Mario compartirían casa de seguridad en la colonia Gertrudis Sánchez del norte de la Ciudad de México. Ambos eran viudos, mi mamá de mi papá (ya me había enviado con su familia materna a Chihuahua, con mis abuelos, quienes me criaron) y Mario de Lorena, una joven militante que fue masacrada por agentes de la Brigada Especial. Lorena y «El Guaymas» iban a ser papás. Esa tarde de relato lloramos juntos, mientras él recordaba cómo había gritado enloquecido después de haber recorrido la escena mortal.
Por unos meses del año 2002, «Guaymas» y yo compartimos la casa que solidariamente nos abrió el eterno amigo Ernesto Araiza en Tlatelolco. Yo limpiaba y él cocinaba. En algún momento evocó que cuando vivía junto con mi mamá se repartían los mismos quehaceres del hogar en la colonia Gertrudis Sánchez. Me contó cómo su trabajo político en fábricas del valle de México, el correr todas las mañanas en el parque de la colonia y los desayunos diarios se interrumpieron el 5 de enero de 1978, cuando mamá fue capturada por elementos de la Dirección de Investigación y Prevención de la Delincuencia (DIPD) y el grupo Jaguar, de la Brigada Especial. Al «Guaymas» lo detendrían tres meses después, el 5 de abril de 1978. Herido con armas de fuego en brazos y piernas, uno de los agentes se acercó y le disparó en un glúteo. La bala, debido al ángulo al momento de ser disparada, atravesó el estómago de Mario. En esas condiciones fue llevado a la Cruz Roja, en donde a punto de ser intervenido, llegó la brigada especial por él para llevarlo al Campo Militar número 1.
En 2018, Mario Álvaro denunció frente a la Fiscalía General de la República (FGR) que fue víctima de tortura y de desaparición forzada temporal por motivos políticos. El costo de ser retenido y torturado sin ser sometido a atención médica y a la cirugía que requería ocasionó que le amputaran la pierna izquierda. En medio del infierno, un día llevaron a la celda a mi mamá a quien obligaron a que confirmara que el detenido que tenía enfrente era su compañero el «Guaymas».
“Has de cuenta que ella me dijo con la mirada: ‘Aguante, cabrón, no tire a nadie’. Yo la conocía perfectamente, era mi comanche”, recordó el 10 de junio de 2021 frente al Presidente López Obrador, en una reunión con familiares de personas desaparecidas por la contrainsurgencia estatal.
Mario Álvaro fue un testimoniante desde que doña Rosario Ibarra de Piedra y su mamá doña Chela López de Cartagena lograron su presentación con vida aquel verano de 1978. Con cuarenta kilos de peso apenas, pese a las amenazas de la Brigada Especial y a las torturas, recién ingresado al Reclusorio Norte declaró ante la prensa que en el Campo Militar número 1 se encontraban militantes vivos y desaparecidos, pues había visto a mi madre.
Desde entonces no hubo lugar donde no lo denunciara.
Salió amnistiado en 1982 y desde entonces se integró al Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México ¡Eureka! En el expediente que elaboró la Dirección Federal de Seguridad (DFS) sobre el «Guaymas», en diferentes imágenes se le ve flaco y en muletas, boteando, repartiendo volantes y pintando mantas durante las huelgas en la Ciudad de México. Optó por la búsqueda de sus compañeras y compañeros desaparecidos y por integrar una amorosa y militante familia con su compañera Martha Rivero y ocho hijos. Mientras participaban como activistas, Mario trabajó como taxista, plomero, pintor, cocinero, cooperativista, comerciante, carpintero, entre otros, hasta que llegó al Sistema de Transporte del Metro como ingeniero de mantenimiento.
Ese cuerpo del «Guaymas», fuerte pese a las heridas y a la cárcel, sobreviviente y víctima de torturas, se cansó. A escasas horas de su muerte escribo esto y sé que nos costará mucho tiempo acostumbrarnos a no escuchar sus risas, sus anécdotas, sus sueños. Nuestro corazón está roto, pero sabemos que el legado para sus nietos y nietas, sobrinos (mis hijos entre ellos), los y las jóvenes que conquistaba con sólo abrir la boca, resignificarán lo hecho por Mario Álvaro y esa generación que no se resignó a nada y se indignó por todo.
Querido Guaymas, que tus compañerxs te reciban como mereces, como aquel que en la acción de la búsqueda y la memoria nunca les olvidó. Ya te extrañamos, ya nos haces falta. Mi abrazo, amor y agradecimiento a cada integrante de la familia Cartagena Rivero y Cartagena López.