Hoy se habrían graduado los jóvenes de Ayotzinapa, pero no: se los llevaron en septiembre del 2014. Aquí una crónica de aquel viernes 26…
[Testimonios fueron recogidos en 2015 y se retoman hoy, fecha de la graduación de la generación 2014-2018 de la Isidro Burgos]
Ciudad de México, 13 de julio (SinEmbargo).- “Canela’’, como pidió ser llamado un normalista sobreviviente del ataque de Iguala, descendió del camión frente al mural de Isidro Burgos, en Ayotzinapa. Ahí abrazó a sus familiares. La noche anterior, corrió por su vida en las calles gobernadas por el perredista José Luis Abarca y pudo escapar…
Rayos de sol golpearon el Cerro de Amoxtepec, Cuatzoni y la Loma Larga, al norte de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Al oriente se iluminó Tepaxtla, Quiutepec, El Organal; Coxquiahua y Piedras Altas, en el oriente, vieron erguirse a la gran estrella. “Canela’’, quien tenía dos meses desde su ingreso a la institución educativa, se levantó para realizar sus actividades, allá, en la base del cerro El Xomijslo, donde se encuentra la Normal, muy cerca del arroyo Cuacuilpan. Era viernes 26 de septiembre [Nombres de lugares tomados de Raúl Mejía Cazapa, Escuela Normal Rural de Ayotzinapa: Notas sobre su historia].
“Canela’’, como le decían sus compañeros del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep), se bañó y colaboró en la limpieza de la Escuela. Después se acercó al comedor para desayunar. Tomó una charola y se formó para alcanzar su porción (los estudiantes reciben 3 comidas durante el día, la primera es a las 08:00 horas, luego a las 16:00 y 21:00 horas). Más tarde entró a clases y asistió al ensayo en el Club de Danza, pues es apasionado por el ritmo de los Tlacololeros.
En la tarde, el joven se enlistó a una misión organizada por el comité estudiantil: buscar y traer camiones para las observaciones de campo anuales y para asistir a la marcha en conmemoración a la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre, en la Ciudad de México. El primer destinó fue Chilpancingo, la capital guerrerense, a unos 14 kilómetros de Ayotzinapa, Tixtla. Sin embargo, la presencia de federales condujo a los normalistas hacia Iguala de la Independencia…
A pesar de vivir a una hora y 46 minutos de Iguala (tiempo estimado de Tixtla a la cuna de la bandera), “Canela’’ nunca la había visitado. Era el día. Con alrededor de 100 normalistas más de primer año, 6 de segundo, y 2 de tercero, el convoy conformado por dos camiones recorrió 107 kilómetros hasta la entrada a Iguala de la Independencia. Los estudiantes iban ‘‘echando desmadre de camaradas’’ en el camino…
Uno de los camiones se detuvo en la caseta de peaje de Iguala; el otro, en el crucero Rancho el Curita, junto al restaurante ‘‘La Palma’’, a las 20:00 horas.
En la caseta, “Canela’’ y otros compañeros (como Ernesto Guerrero), la mayoría de primer ingreso, realizaron ‘‘boteo’’ y detuvieron un autobús para apoderarse de este. El chofer se negó en primera instancia a entregarlo, sin embargo, y tras un diálogo, quedó en dejarlo si permitían que los pasajeros llegaran a su destino: la central camionera de Iguala. 10 compañeros de “Canela’’ accedieron y se marcharon a bordo del autobús Costa Line 2513.
“Canela’’ y sus camaradas terminaron el boteo y emprendieron el camino de vuelta a casa (la Normal Rural), sin embargo, recibieron una llamada de los compañeros que se enrolaron rumbo a la central camionera de Iguala: la policía no permitía que se fueran. El autobús en el que viajaba “Canela’’ reviró rumbo para ver ‘‘qué podían hacer’’.
A las 20:45 horas, los normalistas arribaron a auxiliar a sus compañeros en la terminal de autobuses. La policía se replegó luego de que los estudiantes arrojaran rocas hacia las patrullas. El convoy, el cual ya se conformaba de cuatro camiones [dos más que al salir de Ayotzinapa], avanzó sobre la calle Hermenegildo Galeana y tomó rumbo a Periférico por la avenida Juan N. Álvarez, perseguido por patrullas que intentaban cerrar el paso.
Los normalistas sabían que debían mantenerse juntos, sin embargo, el primer autobús, identificado por el número 1531, se desvió por la calle Altamirano…de los pasajeros no se supo más.
“Canela’’ dice que temblaba, estaba desesperado. Sus compañeros apuraban al chofer de la unidad, sin embargo, este decía ‘‘no conocer el camino para salir de Iguala’’:
-¡Tía! ¿¡Dónde está la salida!?- gritó un normalista que viajaba junto a “Canela’’.
-Denle pa’rriba’. Derecho encuentran la carretera-respondió la mujer.
Encontraron el boulevard que los sacaría de la pesadilla, sin embargo, policías municipales impidieron el paso.
Los estudiantes decidieron intentar dialogar con ellos, pero la conversación se rompió.
-¡Jálense! ¡Hay que moverla (la patrulla)! – dijo otro normalista. Sus compañeros lo auxiliaron, sin darse cuenta que los municipales les apuntaban.
¡ALDO CAYÓ!
Aldo Gutiérrez Solano, estudiante de Ayotzinapa, empujaba la patrulla a unos metros de Canela cuando iniciaron las detonaciones. El joven se desplomó junto al neumático de la camioneta municipal. La bala le perforó el cráneo.
-¡Aldo cayó! –gritaron. “Canela’’ aseguró que se paralizó por un momento. Los disparos no iban al aire, sino a matar.
A la fecha en que se deja de escribir este texto, Aldo, originario de Ayutla, Guerrero, continúa en coma. El 65 por ciento de su cerebro dejó de funcionar.
‘‘Disparaban sus armas largas contra nosotros. Otro compañero recibió impactos en la pierna’’, contó “Canela’’.
En ese momento, la súplica rabiosa:
‘‘Ya mataron a uno, ayuden, cabrones’’—Aldo se desangraba mientras sus compañeros intentaban ‘‘calmar las aguas’’ con los uniformados. Sin embargo, no hubo cese al fuego, y tuvieron que subir a los autobuses para protegerse del plomo.
-¡Cálmense, somos estudiantes!—dijo “Canela’’.
-¡Nos vale verga! ¡A toda la Normal se la va a cargar la verga!—respondió un municipal.
Dentro del autobús, el miedo comenzó a carcomerse la mente de los estudiantes. El sonido de vidrios quebrándose se fusionaba con el impacto de balas. Estaban acorralados. “Canela’’ recordó a su familia y amigos. Tal vez ya no los vería. Tal vez… (Sus reflexiones se interrumpieron por el sollozo de compañeros):
-Hay que entregarnos – comentó alguien.
-¡Estás pendejo! –le respondieron.
‘‘A SUS CAMARADAS NO LOS VAN A ENCONTRAR»
Los uniformados, en lugar de ayudar a los heridos, recogieron los casquillos percutidos del suelo; pedían celulares para borrar fotografías o vídeos del ataque. Intentaban eliminar las huellas de su rabia.
En ese primer ataque hubo detenidos: en entrevista para este reportaje, Ernesto Guerrero, normalista de Ayotzinapa, dijo que alcanzó a ver a municipales abrir uno de los autobuses en que se refugiaban sus compañeros para subirlos a las patrullas 017, 019, 020 y 028…
Un municipal se acercó al camión de ‘‘Canela» y, mientras algunos de sus compañeros se retiraban, expresó:
‘‘A sus camaradas no los van a encontrar’’.
EL CASO MONGRAGÓN
Julio César Mondragón Fontes se acercó y dijo: ¿“¿Canela’’, ya le hablaste a tu mamá?
-No, se puede preocupar.
-Pero se va a enterar por los medios.
“Canela’’ asentó con la cabeza, sin embargo, no pudo llamar a casa porque solamente tenía 4 pesos de saldo. Esa conversación con Julio César Mondragón no se le olvidará, pues el joven sería torturado y asesinado esa noche…
El 27 de septiembre, Marisa Mendoza Cahuantzi vio la fotografía de un hombre desollado (a través de redes sociales). Un escalofrío la recorrió, pues reconoció en la imagen la ropa de su esposo, Julio César Mondragón Fontes. La noche anterior, el normalista le llamó para decirle que a él y a sus compañeros les estaban disparando policías municipales en Iguala. Marisa le pidió que se alejara del lugar:
-¡Salte de ahí, escóndete, huye! –le dijo Marisa.
-No puedo, debo quedarme con mis compañeros-respondió Mondragón.
Marisa no volvió a saber de él hasta el otro día, al mirar la aterradora fotografía en Facebook. Para cuando llegó al Servicio Médico Forense (SEMEFO) de Iguala, ya no iba a reconocer el cuerpo, sino a que se lo entregaran. Estaba segura: Julio había muerto.
NECROPSIA
Obtenida vía transparencia, a través de la solicitud 00090815, la necropsia a Julio Mondragón Fontes decía lo siguiente:
El cadáver presentó 6 tipos de lesiones: las primeras dos fueron ‘‘signos de fractura y amputación reciente del premolar superior derecho’’, y depósitos de sangre bajo la piel en abdomen, pelvis, codo izquierdo, en las manos, y en el antebrazo izquierdo, supuestamente causadas por ‘‘agente contundente’’. De la 3 a la 6 (como las enlistó el SEMEFO de Iguala), las provocó un canino al que llamaron ‘‘fauna nociva’’.
A las ‘‘concluciones’’ con triple ‘‘c’’, a las que llegó el perito forense, fueron que las primeras lesiones se causaron ‘‘ante mortem’’ (antes de morir) y las otras 4 (las más salvajes e inhumanas) ocurrieron tras la muerte de Julio César y las causó algún animal. El tipo de muerte, a juicio de Alatorre García, fue homicidio causado por edema cerebral, múltiples fracturas del cráneo y lesiones producidas por agente contundente.
La necropsia se realizó el 27 de septiembre de 2014, entre las 15:45 horas y las 17:40 horas, en las instalaciones del SEMEFO en Iguala de la Independencia.
En texto presentado por Jorge Belarmino Fernández, en el libro Julio César Mondragón, la doctora en Ciencias Biológicas de la UNAM, Quetzalli Hernández, negó que las heridas en el rostro de Julio hubiesen sido causadas por fauna de la región.
Compañeros y familiares rechazaron la versión. En entrevista para este escrito, describieron al hecho como ‘‘un mensaje muy fuerte’’ con el que intentaron callarlos y paralizarlos por la vía del terror. Sin embargo, no lo lograron.
El rostro de Julio César Mondragón, ‘‘El Chilango’’ (como le decían sus compañeros), quedó plasmado en un mural de la Normal Rural, rodeado de colores y flores. Su sonrisa vigila los senderos de Ayotzi…
Mondragón murió junto a su tocayo Julio César Ramírez Nava y a Daniel Solís Gallardo, la misma noche en que 43 de sus compañeros desaparecieron en las escabrosas tierras gobernadas, en ese momento, por José Luis Abarca Velázquez.
EL SEGUNDO TIROTEO
Normalistas daban conferencia de prensa en la avenida Juan N. Álvarez, parecía que lo peor había terminado, sin embargo, se equivocaron. Camionetas con ‘‘civiles’’ se estacionaron cerca de los jóvenes y accionaron de nuevo armas. Según Canela, los sujetos estaban encapuchados y portaban ametralladoras. La revista Proceso, en una nota sin firma por protección del reportero, explicó que los ampones con el rostro cubierto son conocidos como ‘‘Los Bélicos’’ y son ‘‘un grupo de policías igualtecos de élite’’, los cuales ‘‘formaban una banda de choque que trabajaba para Guerreros Unidos’’.
-¡Salven su vida!— escuchó el normalista entrevistado.
Profesores, reporteros, civiles y estudiantes comenzaron a correr, sin embargo, no todos escaparon de las ráfagas. Una bala alcanzó el rostro de Edgar Andrés Vargas, y le destrozó parte de la nariz, boca y algunos dientes. Fue la última vez que se vio con vida a Julio César Mondragón Fontes.
Entre el concierto macabro de las balas, lo empujaron, se cayó y se raspó. Sin embargo, Canela se puso de pie y continuó su ruta sin mirar atrás. Corrió entre 2 y 3 cuadras. En su recorrido, vio que en la Plaza Cívica de las 3 Garantías, a un costado del Palacio Municipal de Iguala, se terminaba un evento, probablemente el segundo informe de actividades de María de los Ángeles Pineda, en ese momento presidenta municipal del DIF, y esposa del ex Alcalde de Iguala, José Luis Abarca.
EL HOSPITAL CRISTINA
Omar García, junto a varias decenas de normalistas, es sobreviviente de la ‘‘noche de Iguala’’. Contó para este escrito sus reflexiones y el tramo de la historia que le tocó presenciar en el Hospital Cristina, al que arribaron estudiantes escapando de policías municipales, el 26 de septiembre de 2014:
Omar y 26 muchachos más solicitaron ayuda en el Hospital Cristina, traían cargando a Edgar, quien se ahogaba con su propia sangre mientras el personal del nosocomio no hacía nada. El médico cirujano, Ricardo Herrera, se negó a auxiliar a Edgar porque, dijo en entrevista presentada por Marcela Turati en el semanario Proceso, no era su responsabilidad. El doctor utilizó su energía para llamar a municipales y pedirles que vinieran por los estudiantes. Y es que, según Herrera, ‘‘les dieron la espalda a ayotzinapos, porque son agresivos’’.
A pesar de que les negaron atención médica, los normalistas decidieron refugiarse en la clínica Cristina. Después de un rato, miembros del batallón 27 de infantería llegaron al lugar. Los estudiantes creyeron que soldados sí venían a ayudar, pero se equivocaron. Los uniformados los sometieron ‘‘de forma violenta’’ y agredieron verbalmente, según Omar García:
‘‘Eso les pasa por andarse metiendo en problemas’’—dijo un militar, pidió los datos de los 27 muchachos, amenazando con que ‘‘si no daban sus nombres reales, nunca los iban a encontrar’’.
Sus palabras eran dagas oxidadas. Los compañeros de Omar murmuraban, mientras intentaban detener la hemorragia de Edgar con una playera:
-Nos van a hacer lo mismo que en Tlatlaya…
El ejército, al percatarse de las heridas en el rostro de Edgar, supuestamente llamó a una ambulancia para que lo trasladaran al Hospital General de Iguala, sin embargo, el vehículo nunca llegó.
Omar García no está seguro de la participación directa del ejército en la desaparición forzada de sus 43 compañeros, sin embargo, sí cree que pudieron ayudar por medio de un operativo que facilitara maniobras de otros organismos de ‘‘seguridad’’ en el ataque.
‘‘Somos estudiantes, somos víctimas. Los padres de familia son campesinos, son gente como nosotros, como ustedes, ni peritos, ni abogados, ni procuradores, ni funcionarios públicos, ni gente de dinero, cabrón. Sabemos que no lo sabemos todo, pero sí sabemos que no nos pueden hacer bueyes. Estamos acostumbrados a un Estado que se burla de la dignidad de las gentes, de las personas. Estoy de acuerdo que se opongan a una marcha (la población), todos los días hay aquí en el Distrito Federal, pero cabrón, ¿qué harían ustedes si se les pierde un hijo? ¿Dirán que ya pasó mucho tiempo, que ya debemos dejar de lado esto? Pregúntenle a sus abuelitos, a su mamá, a su papá, qué harían ellos si les quitan un hijo y no hay certeza de que esté muerto…», contó.
SALIR DE NOCHE
“Canela’’ decidió no ir a declarar por miedo. Así que emprendió viaje hacia la Normal de Ayotzinapa, en un convoy custodiado por policías estatales. No se había comunicado con sus padres, solamente mandó un mensaje a su tío:
-‘‘Estoy bien’’.
Al arribar a la Escuela, medios de comunicación, padres de familia y compañeros esperaban. Ahí, volvió a ver y abrazar a sus familiares. Se enteró que varios compañeros fueron perseguidos hasta el amanecer en las calles de Iguala, y en cerros en la periferia.
En los normalistas sobrevivientes quedaron ‘‘cicatrices mentales’’. El propio “Canela’’ confesó que ya no le gusta salir de noche…
[…]
‘‘¡Tú! serás el siguiente porque eres de la calle,
porque eres un estudiante inconforme.
¡Tú! serás el siguiente porque las calles tienen ojos,
tienen orejas del tamaño de un elefante
y sus asesinos,
son invisibles ante el pueblo y
ante la justicia
(Martín Jacinto/ Cuarenta y tres/ en Los 43 poetas por Ayotzinapa)