Artes de México publicó en el año 2001 Planos en el tiempo. Memorias de Roberto Montenegro como parte de su colección Libros de la Espiral. En este libro, asistimos a un breve recorrido por los años que el artista vivió en Europa después de haber ganado una beca de San Carlos por realizar una de las obras más sobresalientes de la Academia (premio que compartió con Diego Rivera, quien embarcó medio año después).
Por Valeria Guzmán
Ciudad de México, 6 de mayo (SinEmbargo).- Roberto Montenegro hizo su carrera pictórica en la época de la Revolución mexicana. Fue compañero de Diego Rivera en San Carlos y fue alumno, como todos los muralistas, de Dr. Atl. Sin embargo, la búsqueda artística de Montenegro no estuvo apocada a la política.
Artes de México publicó en el año 2001 Planos en el tiempo. Memorias de Roberto Montenegro como parte de su colección Libros de la Espiral. En este libro, asistimos a un breve recorrido por los años que el artista vivió en Europa después de haber ganado una beca de San Carlos por realizar una de las obras más sobresalientes de la Academia (premio que compartió con Diego Rivera, quien embarcó medio año después).
La beca duraría medio año en la Ciudad de la Luz; sin embargo, Montenegro halló asilo por largo tiempo en Madrid, donde Amado Nervo le presentó a varios escritores de la Generación del 98: Juan Ramón Jiménez, Ramón del Valle Inclán, los hermanos Baroja, etcétera. Además, se fascinó con las obras de pintores como El Greco, Sorolla, Murillo y Francisco de Zurbarán.
Luego de un largo tiempo en España, Montenegro volvió a París, donde encontró una revolución pictórica que llamó su atención aún más que las obras que había encontrado en España. Pintores como Picasso, Paco Durió, Utrillo y Juan Gris le mostraron posibilidades de expresión que por un tiempo lo hicieron dudar sobre el camino estético que debía tomar.
A propósito de (la otra) Revolución, Roberto Montenegro cuenta cómo una tarde en Madrid, el Dr. Atl tocó a su puerta para pedirle que lo invitara a desayunar a cambio de ponerlo al corriente sobre la situación política en México. Montenegro asegura que se sintió compungido por saber que Huerta se había adjudicado la presidencia de manera autoritaria. Ofreció su casa como guarida para que Dr. Atl llevara a cabo sus conspiraciones políticas. Él se mantenía al margen. Incluso, asegura que la militancia política alejaba a Gerardo Murillo de su verdadera vocación, el arte.
El libro está acompañado de dibujos, pinturas y grabados del autor que conviven con distintos pasajes de su autobiografía. Podemos ver que las personas que aparecen en sus obras no son los indígenas que protagonizan los cuadros y murales de Rivera, Orozco y Siqueiros, sino que abundan, por ejemplo, las mujeres de rasgos occidentales: narices respingadas, ojos grandes, pómulos marcados, ataviadas con mantillas y peinetas. El estilo de Montenegro está más cercano al decadentismo de Julio Ruelas que a la escuela indigenista y, al igual que Ruelas, sus obras ilustraron poemas en la Revista moderna. En un pasaje de sus memorias, Montenegro menciona que sus charlas con José Juan Tablada le despertaron una gran admiración por la cultura japonesa y por pintores como Hokusai. Esta curiosidad orientalista quizá podría verse reflejada en la fineza de sus trazos y la especial atención por los detalles que integran obras como Vulnerat omnes ultima necat o Salomé (mírense además los títulos y temas a partir de los cuales Montenegro decide crear una obra).
Montenegro no fue un pintor comprendido ni tan trascendental como sus contemporáneos debido a que sus obsesiones estéticas estaban abocadas a intereses que no correspondían con el fervor revolucionario de su época. El prologuista, Miguel Ángel Echegaray, menciona que el pintor pudo haber seguido con sus temáticas burguesas y haberles dado un giro hacia la crítica de este grupo (como en su momento lo hizo Posada), pero que “Ni Montenegro ni su época se permitieron caracterizar abiertamente a ese grupo que, más que sus caudalosas fortunas, pretendía ostentar su cosmopolitismo reciente en cocteles y open house”.
Queda en Planos en el tiempo el testimonio de un artista de principios del siglo xx que tuvo intereses alternos a los que se han vuelto la gran escuela del arte mexicano hasta nuestra época. Resulta curioso que Montenegro se haya abierto paso hacia la periferia artística por medio de sus relaciones con personas privilegiadas de la sociedad y que la corriente canónica que ha prevalecido sea aquella que defendía las ideas populares: la lucha agraria, el derecho del obrero, el arte para el pueblo. Este hecho no debe de significar, sin embargo, que una crítica artística reconozca únicamente al muralismo como estética valiosa del México revolucionario. Mientras exista una variante artística alterna, habrá también una realidad diferente que es retratada.
En la literatura este proceso ocurrió al revés: los textos que habían prevalecido por lo menos hasta hace diez años en el país, los que habían sido estudiados y reconocidos como valiosos, eran los que estaban más cercanos al movimiento Contemporáneo que a otras búsquedas políticas como los del movimiento estridentista.
La manera en la que el reconocimiento histórico del arte se haya desarrollado, las obras que resulten predominantes para críticos y museógrafos, no deberán incitar a un amante del arte a alejarse de todos los artistas y movimientos de los que pueda aprender. En este caso, el conocimiento es contextual y se ofrece en el testimonio en primera persona de un artista sin duda importante para la historia de la pintura en México.
Planos en el tiempo. Memorias de Roberto Montenegro está disponible en librerías y en la tienda La Canasta, de Artes de México. Córdoba 69, colonia Roma, Ciudad de México. Una sección curada por Artes de México para SinEmbargo.