“Mi literatura no está regida por esa máxima de “contar una historia”. Lo que me interesa en el lenguaje es otra cosa”, dice la escritora mexicana radicada en Nueva York, una de las figuras literarias más importantes de las nuevas generaciones en nuestro país, candidata a recibir el The National Book Critics Circle con su libro La historia de mis dientes.
Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo).- Su incursión en la nueva literatura mexicana con una voz propia, fuerte y clara, se ve coronada con la postulación al importantísimo The National Book Critics Circle, que se entrega anualmente en los Estados Unidos desde 1974.
Este galardón se define en marzo y se divide en seis categorías: autobiografía, biografía, crítica, ficción, no ficción y poesía y son los únicos premios elegidos por los mismos críticos en los Estados Unidos..
Entre los treinta finalistas del 2015 se encuentra Luiselli, con La historia de mis dientes (Sexto Piso 2013), que en 2015 publicó en inglés la editorial Coffe House Press con el título de The Story of My Teeth y traducción de Christina MacSweeney.
Los únicos autores de habla no inglesa que han sido galardonados con este premio en la categoría de ficción son Roberto Bolaño y W. G. Sebald. Valeria es la primera autora mexicana en obtener una postulación.
Luiselli, nacida en 1983 y cuya novela anterior, Los ingrávidos, sorprendió gratamente tanto en el medio literario nacional como extranjero –además de convertirse en una obra de teatro muy exitosa-, es también autora del libro de ensayos Papeles falsos en 2010 y colabora regularmente con galerías de arte como la Serpentine Gallery en Londres y la Colección Jumex en México.
Precisamente, de un trabajo con los obreros de la Jumex nació el hoy aclamado La historia de mis dientes, un texto a-genérico que la autora escribió con la firme voluntad de alejarse de la autobiografía.
“En esta novela, los personajes y las historias son muy literarios. Hay una subasta de dientes, por ejemplo. Lo que traté de hacer es entender de una manera distinta el ensayo literario, un género que me interesa mucho, donde suele haber humor pero que al mismo tiempo se piensa despojado del humor. Quería que mi historia tuviera la frescura de los ensayistas de los que hablo en La historia de mis dientes”, dijo en una entrevista que le hiciéramos en 2013.
En los preparativos de una nueva novela y los festejos de fin de año en su tierra natal, encontramos a Valeria Luiselli. La cita fue en una librería de La Roma, a la que llegó una mañana portando sus enseres para armar cigarrillos y una predisposición para la charla propia de un ser inteligente y sensible como es la joven escritora mexicana.
–¿Qué pasó después de La historia de mis dientes en tu vida literaria?
–Pasaron muchas cosas. Después de que el libro saliera en español, estuve trabajando intensamente en la traducción al inglés. Ya existía una traducción al inglés, casi simultánea y lo que me propuso mi agente es que trabajáramos ese texto como si fuera un manuscrito. Lo cual fue muy importante para mí, porque creo que un autor en hispano que vive en los Estados Unidos, como en mi caso, la relación editorial acaba siendo muy poco creativa. El libro está hecho y los editores son simplemente las personas que canalizan una obra terminada. Yo ya llevo seis años en los Estados Unidos y lo que no quería era mantener una relación así con mi editorial allá.
–¿Entonces el texto cambió?
–Sí. Trabajamos durante un año de una manera muy intensa entre el editor y yo, a veces se unía Christina MacSweeney, la traductora, con la que acordé que le agregaría capas en inglés que quisiera a su traducción. Ella, de hecho, le agregó un capítulo. Es una persona muy meticulosa y se dio cuenta de que era un texto que tira nombres en forma constante, en donde el ejercicio consiste precisamente en eso, en tirar nombres y ver cómo esos nombres modifican el tejido narrativo. Cuando se dio cuenta de que eso era parte del juego, ella comenzó a hacer una especie de mapa muy interesante. Comenzó a relacionar los nombres y acabó haciendo una cosa rara, especie de glosario, que me encantó tanto que lo incorporé al libro. Es un texto tan poroso que me ha permitido ir sumándole capas.
–No está nada mal para un texto que se hizo a pedido de la Fundación Jumex, que partió de esa iniciativa
–No es una novela, por más que las editoriales quisieron envolverlo con esa pátina de la narrativa. Efectivamente, que un proyecto en colaboración con los obreros de la Jumex.
–¿Cómo es México en los Estados Unidos?
–Bueno, hay muchos México y muchos Estados Unidos. La representación de México en los Estados Unidos varía según el entorno. En Nueva York, México es un país sumamente sofisticado y hay una visión más profunda y más amplia de nuestro país. No tengo que pelearme allí con estereotipos. Lo que ha cambiado en los últimos cinco años es que México y la ciudad de México en particular empezaron a circular en boca de todos, como un lugar en el que todo el mundo quiere poner el pie.
–¿Por qué crees que la política antidrogas de los Estados Unidos es para afuera y no para adentro?
–Lo que creo que es claro es que hay pequeñísimos pasos para legalizar la marihuana allí. Con sólo la legalización de la marihuana, una gran parte del problema del narcotráfico estaría solucionado, leí alguna vez. Resulta cada vez más difícil defender la ilegalidad de las drogas.
–¿Cómo es tu relación con las drogas?
–Bueno, cuando era muy muy joven probé de todo. Vivía en Sudáfrica, un lugar donde se consumía muchas drogas a edad temprana. Probé la marihuana a los 12 años. Pero con las drogas tiendo a la paranoia y a lugares donde no me gusta estar. A los 15 dejé todo y me volví muy puritana al respecto. Ya no soy la puritana que era antes.
–Lo que pasa es que a las drogas hay que dedicarles mucho tiempo…
–Sí, puede ser. Imagínate si Octavio Paz hubiera probado más peyote, tal vez hubiera sido mejor persona. (risas).
–Fue un año en el que te afianzaste como una figura intelectual, entrevistando a salman Rusdhie en el Hay Festival
–Fíjate que no fui a ese Hay Festival porque estaba con broncas de visa, pero sí entrevisté a Rushdie hace poco en Nueva York, junto con un escritor que empecé a leer hace poco, László Krasznahorkai y creo que es el mejor escritor vivo, si lo lees te va a enloquecer. Realmente es algo distinto, yo no había sentido algo así en el cerebro desde que leí a cierta edad a Dostoievski o a Kafka.
–¿Te gusta esa figura pública que permanentemente es convocada?
–Bueno, es algo raro. Lo que me gusta es mantener diálogos con las mentes que admiro. Eso por supuesto que me interesa. Tengo largos periodos en que prefiero esconderme un poco, sobre todo cuando estoy escribiendo. Ahora, justo, desde noviembre, pude volver entrar a la novela que estoy haciendo desde hace tiempo. Aun así viajo más de lo que quiero viajar. Digo sí y luego el calendario me produce palpitaciones y termino cancelando muchas cosas. Además, tengo una hija, una vida demandante en los Estados Unidos. Me he tenido que volver más celosa con mi tiempo.
–¿Hay algo que construyas a tu alrededor como ambiente literario?
–Fíjate que esta vez en México me he sentido extranjera, muy ajena a cualquier definición de mundo constituido. Tengo amigos con los que mantengo una conversación viva, pero no diría que me encuentro en un mundo aquí, si es que hay tal cosa. Luego hay un mundo más flotante de amigos escritores, algunos latinoamericanos, con los que me encuentro en Nueva York. Allí llega mucha gente, se queda un rato y se va…
–¿La literatura es tu vida?
–Sí, absolutamente. No hay un momento en que no esté trabajando. Eso es bueno y malo. Sé que todo lo que vivo y observo lo hago con dos cerebros, uno de los cuales registra todo lo que pasa para luego reflejarlo sobre la página. Creo que eso le puede restar mucho a la experiencia, pues toda la experiencia así se vuelve material de trabajo y he tenido que cortar con ese impulso de vez en cuando.
–¿Hubo una epifanía que te hizo sentir escritora?
–Hubo un momento. Yo tenía seis años, más o menos, y llegamos a vivir a Corea del Sur. Estaba aprendiendo a escribir al mismo tiempo que aprendía a hablar en inglés. Fue un periodo de mucho aislamiento, pues no tenía un lenguaje para comunicarme con los demás en la escuela. En clase lo que hacía eran unos libritos que llenaba de palabras. Me daba eso una sensación de paz y refugio. Supongo que ahí encontré mi casa, mi espacio donde estar.
–¿Qué cosas te preocupan?
–Me preocupa mucho encontrar una pinche frase. Llevo toda la vida escribiendo en inglés y en español. Hasta ahora no he escrito nunca un libro totalmente en inglés. Pero el libro que hago ahora me exige el inglés y es raro pensar qué hacer con eso en términos identitarios. No concibo el cambio de idioma para siempre, pero eso agrega dificultades al proceso de escritura.
–Hay ansiedad por esa próxima novela…
–Hay una ansiedad enorme. Tuve una hermosa charla con mis adorados Rabasa (editores de Sexto Piso), quienes me acorralaron amorosamente y me hicieron firmar en una servilleta que reescribiría la novela en inglés en español. Me jodieron los cabrones. Tienen razón, pues. Sería absurdo que alguien me tradujera.
–Pero existe el peligro de que se convierta en otra novela
–Si es peligro está bien y creo que eso es lo que va a pasar: van a ser dos libros distintos. Ni modo. Así será. Como lo fue La historia de mis dientes. Como Los ingrávidos. No cambiaron tanto, pero en este caso si voy a reescribir de cero, serán dos novelas.
–Me gusta mucho esa literatura que consiste en lo que puedo hacer con las palabras, más allá de los géneros. Traigo, llevo, traduzco, agrego, quito…una lógica que no es de las editoriales ni del mercado de libros
–Soy de clase media y nadie vive de escribir libros. Cuando entendí eso decidí hacer un doctorado, me gusta dar clases y estar involucrada en proyectos que me obliguen a explorar cosas en otras disciplinas. Nunca haré una novela por año y no me interesa, además. Mi literatura no está regida por esa máxima de “contar una historia”. Lo que me interesa en el lenguaje es otra cosa. Concibo cada proyecto radicalmente distinto al anterior, que exige entonces otro procedimiento de trabajo al que me lleva tiempo encontrar. Mis procedimientos y mis resultados están estrechamente relacionados. Le pongo mucha atención al proceso. Por eso hay muchos años entre libro y libro.
–¿Hay algo de artista contemporáneo aplicado a la literatura en esos procesos?
–No me considero una artista contemporánea, pero si te refieres a un espíritu juguetón con mis materiales, sí. Hay mucho que aprender de Marcel Duchamp y de tantos otros.
–Quizás sea la edad, pero desde un inicio te paraste con mucha desconfianza frente a los géneros
–Gente como Mario Bellatin, como Sergio Pitol, como César Aira, por supuesto como Enrique Vila-Matas, aunque no son los únicos le dieron otra visión al proceso creativo, a la literatura, frente al auge de la novela realista y los párrafos pesados. Nuestros contemporáneos, como los que acabo de mencionar, le dieron a mi generación mucha libertad para no tener que estar hablando de los géneros. Escribimos textos, libros para leer. Es una libertad que existe mucho más en el mundo hispanoparlante que en el anglosajón. Mis libros son vistos como ultraexperimentales allí, cuando no lo son. La historia de mis dientes es como un folletín decimonónico.
–Dijiste “ultra-experimental y te reíste”. ¿Qué otras palabras te dan risa?
–Meta. Metaliteratura. Metanfetamina. La palabra “meta” me da risa.
–Es que eso de la metaliteratura y los intertextos…
–(risas) Creo que es una manera muy floja, de pereza intelectual, decir que un texto es metaliterario porque no es clásico. Le da al crítico un label, un sello, en vez de incitarlo a generar un discurso interesante sobre un libro.
–¿Pasaste las fiestas navideñas en México?
–Después de mucho tiempo. Fueron fiestas familiares y de ver a muchas amistades, de viajar un poco por México. De beber tequila…
–No estás adscrita a la moda del mezcal
–Me gusta mucho, pero más me gusta el tequila. He comido mucho. Me gusta todo de la comida mexicana, me sabe a gloria. En los Estados Unidos no se bebe, vivimos muy puritanamente, cenamos a las 6 de la tarde, arroz y verduras. Pero ayuda mucho a concentrarse, a escribir, a terminar la tesis.
–¿Sobre qué fue la tesis?
–Un mapa de la Ciudad de México en los ‘30 y ‘40, un mapa de las terrazas donde empezaron las revistas literarias y de traducción. Hay un capítulo dedicado a las azoteas donde nació la vanguardia mexicana. Hay otros capítulos sobre los cines sonoros, sobre la casa-estudio que O’Gorman construyó sobre Frida Kahlo y Diego Rivera.
–Sólo con el afán de hacerte quedar mal con tus colegas, ¿qué has leído de nueva literatura mexicana?
–Todavía no he leído Tierras arrasadas, de Emiliano Monge, que es un grande. Sigo de cerca a varios, a Julián Herbert, siempre leo todo lo que escribe Luis Felipe Fabre, leo a Daniel Saldaña París, ahora sale su libro en inglés. A Laia Jufresa, a Guadalupe Nettel, no estoy desconectada de mis compatriotas.