La columnista y escritora relata para Puntos y Comas sus vicios literarios. Hay de todo y hasta William Shakespeare. Imperdible
Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo).- Con Las noches habitadas, editada por Planeta en 2015, la columnista Alma Delia Murillo se reveló como una escritora hecha y derecha, aunque siendo asertivos, ya había publicado un volumen de cuentos con Plaza & Janés unos años antes.
Mientras prepara su segunda novela, esta morena radiante, de sonrisa generosa y ojos siempre encendidos, se da tiempo para hacer de su cuenta en Twitter (@AlmaDeliaMC) una fiesta de la provocación y la inteligencia.
Los lectores de SinEmbargo, además, disfrutan de su pluma cada semana y ahora los visitantes de este suplemento conocerán sus gustos literarios, que es un poco como conocer el alma de Alma.
Siempre he incubado el deseo de ser una fuera de la ley porque estoy tan domesticada como el que más. Y leyendo El Barón Rampante –era una adolescente- se incendió en mi pecho el recuerdo de cuando amenazaba con irme de casa a los cinco años, hacía un hatillo con un suéter y una golosina y me largaba. Mi aventura nunca duraba más de dos horas y nunca llegaba más lejos que la acera de enfrente. Por eso el Barón Cosimo Piovasco di Rondò que sí se atrevió a dejarlo todo para vivir entre los árboles, tuvo mi admiración de principio a fin y se me volvió entrañable.
Lo leía en el metro, durante el trayecto de la casa a la escuela y de regreso. No podía creer que alguien, Julio Cortázar, jugara así con el tiempo, con el ritmo, con las emociones. Y no podía creer que alguien, Charlie Parker, tuviera realmente el insano talento del personaje Johnny Carter. Con ese relato empezó mi romance con el jazz, siempre voy a agradecérselo.
Tenía un tufo a prohibido que me sedujo en el acto. El novio de una de mis hermanas lo dejó por ahí y me advirtió que no era para una niña de mi edad. Cómo me impresionó leer ese lenguaje vulgar, jodido, tan jodido y auténtico que algo de belleza incómoda remitía y no había modo de resistirse a ello.
Para mí –aquí suena el jingle del lugar común- Shakespeare es fundante. Pero qué le voy a hacer. Estudié Literatura Dramática y Teatro precisamente por este maldito prodigio de las letras. Qué delicia y qué curiosidad inagotable fue leer en voz de las brujas: “Lo feo es hermoso y lo hermoso es feo”. Todavía me devano los sesos interpretando y reinterpretando esa línea.
Fermina Daza y Florentino Ariza, nunca olvidé los nombres. Devoré la novela también en los trayectos del metro, me perturbaba cómo la voz de García Márquez podía hacerme sentir en mi piel púber el proceso de envejecimiento de los amantes de esta historia magistral. Se me quedó en la memoria. Y en el tacto.
No era sólo leerlo, sino andar con él pegado al pecho o bajo el brazo, entender qué era un samovar, pronunciar en voz alta Fiódorovich, Pávlovich y Aleksándrovna. Tenía dieciséis años y había dado un saltito, se sentía como cuando se está listo para el chocolate 80% cacao o para la cerveza oscura y algo en el velo del paladar se estrena y se deleita como nunca.
Siempre viene a mi mente cuando me preguntan por mis libros favoritos. Seda es fuera de serie. Lo leí mientras convalecía luego de un accidente; engullía cada línea, me llenaba de la historia sorprendentemente limpia y elegante y se me olvidaba el malestar.
“Quizá lo mejor sea aclarar que se trata de una historia decimonónica: lo justo para que nadie se espere aviones, lavadoras o psicoanalistas. No los hay. Quizá en otra ocasión” –A. Baricco
Butes es mi idea del amor, lo supe cuando lo leí. Porque yo siempre me las arreglo para enamorarme de un Butes. Me fascinan los amantes que saltan, que se arrojan al canto de las sirenas, que se lo juegan todo. Butes es un himno, la antítesis de Ulises y de Orfeo, es el argonauta insensato que se atreve al ahogamiento. La escritura de Quignard es de tal talento narrativo y musical que sólo él podía contar esta historia aterradora y provocarnos el anhelo de esa elección kamikaze.
Me obsesionan los sueños, los símbolos, los regímenes totalitarios. Esta novela de Kadaré me retaba, me hacía creer que anticipaba lo que pasaría para luego darme cuenta de que la sorpresa no cesaba. El planteamiento es brutal y fascinante: una mañana, por decreto, cada ciudadano debe depositar el relato de sus sueños en un buzón del gobierno para ser analizados y detener posibles conspiraciones contra el régimen.
He encontrado muy poco eco cuando hablo de ella, es una pena porque vale cada línea.
Lo compré hace cuatro años y desde entonces hasta ahora es mi vehículo emocional, mi rosario místico. Si algo me duele o algo se seca, voy a sus páginas, leo un poema en voz alta o dos y se me reinicia el alma. Cursi, ustedes dirán, pero es así. Un exorcismo silábico, rítmico y herético. Como siempre digo: Gonzalo Rojas, mi amor.
@AlmaDeliaMC
Quién es Alma Delia Murillo. Estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM así como Actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA. Ganó una neurosis vitalicia por veinte años de Godinismo ininterrumpido y actualmente escribe y corre. Publica la columna sabatina “Posmodernos y Jodidos” en el diario digital SinEmbargoMx. Ha colaborado en diversos medios como la revista Suburbia del Siglo de Torreón, el proyecto Acción 2015 invitada por Save the Children México, la revista SoHo México y Univision Trends de Univisión. Autora del libro de cuentos Damas de Caza (Plaza y Valdés, 2010) y de la novela Las Noches Habitadas (Planeta, 2015)