Exactamente 32 años después de que el terremoto de 1985 le arrebatara su hogar, otra sacudida de la tierra destruyó el lugar de trabajo de Paulina Gómez y la dejó atrapada entre los escombros.
La joven vivió alrededor de 30 horas en la ruinas de Álvaro Obregón 286. Pasó frío, hambre, soledad. Pensó que moriría, no lo niega…
Hoy ha dejado la silla de ruedas, camina. Es una sobreviviente del edificio en el que 49 personas murieron. Ésta es su historia.
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Ciudad de México, 13 de enero (SinEmbargo).- Un casco y una lámpara aparecieron en la penumbra. “¡Yo sí te veo!», dijo Paulina Gómez Huerta. “Mueve las manos y no dejes de hablarme», respondió un rescatista delgado que acababa de colarse entre la devastación. Era miércoles 20 de septiembre cuando entablaron el diálogo en medio de los restos de Álvaro Obregón 286, en la colonia Roma.
Paulina estudió psicología en el Claustro de Sor Juana. A sus 36 años de edad, se dedica al reclutamiento de personal especializado en tecnologías de la información. Eso hizo, desde marzo del 2017 y hasta el 19 de septiembre, en el 286 de Álvaro Obregón, cuya estructura colapsó y la dejó enterrada viva durante más de 30 horas.
No había sido un día normal. A las 11:00 horas, la psicóloga y sus compañeros participaron en el simulacro a 32 años del sismo de 1985. Bajaron por las escaleras de emergencia y se acomodaron en el camellón frente a la edificación en la Delegación Cuauhtémoc. Después regresaron a laborar, al menos hasta que el movimiento telúrico con epicentro en Axochiapan, Morelos, lo permitió.
Catorce minutos después de la una de la tarde, la alerta sísmica se activó. El edificio se cimbró y ya no volvió a acomodarse. Paulina pensó en quedarse en su lugar, pero después de unos segundos decidió levantarse y buscar la salida junto a uno de sus compañeros. Ya era tarde…
“Ya cuando íbamos hacia la escalera de emergencia, comenzó a brincar más fuerte y se desplomó. Se partió una pared. El techo rapidísimo: crash. Alcancé a ver que se nos iba a caer encima. Ese compañero se quedó adelante de mí, sobre el pasillo. Yo me quedé justo en medio del edificio. No había nadie más conmigo. La mayoría de las personas se quedaron rumbo a la escalera de emergencia posterior, donde encontraron más gente (sin vida)», relató Gómez Huerta a SinEmbargo.
Paulina recordó que vio el techo del cuarto piso venir hacia ella. Se tapó los ojos y cayó al piso. En el instante en el que reaccionó, ya habían apagado la luz.
“Lo que me salvó es que al mismo tiempo en que estaba cayendo el techo, cayó el suelo. Me fui hacia abajo. Pasé la noche ahí. Al principio sólo se veía oscuridad. Se oían lamentos. Yo pensé que había personas caminando arriba de las piedras, pero no, eran las mismas personas atrapadas que trataban de mover la estructura para salir», narró.
“¡AQUÍ ESTOY, AYÚDENME!»
Allá abajo, en los escombros, comenzó la lucha por sobrevivir. No sólo era tolerar el dolor físico de una fractura expuesta causada por la caída, la falta de aire, luz y certeza sobre lo que ocurría, mermaban la esperanza de Paulina de poder salir con vida.
En la primeras horas, Gómez tuvo contacto con un par de personas del tercer piso, Isaac y Lucía, quienes también serían rescatados. Lamentó haber percibido la agonía de una mujer que no podía respirar. “Recuerdo cómo jadeaba la mujer y me dan escalofríos. Ya no pudo pronunciar palabras. No pudo recuperarse. Falleció».
–¿Están bien? – recordó Paulina esas palabras de esperanza.
–¡Aquí estoy, aquí estoy, ayúdenme!– respondió ella. Luego, el silencio que se interrumpía por los helicópteros que sobrevolaban el área y los martillos que golpeaban el concreto.
Durante la noche y madrugada, dos veces personas se acercaron al sitio en el que se encontraba, pero no la oyeron. Se juntaron los techos y los pisos. Los muros eran gruesos, describió la entrevistada.
De la gente de su piso, el cuarto, nadie contestaba. El joven con el que caminó, supo después, falleció.
“Trató de tranquilizarme. El techo ya se estaba desgajando. Ya nada más sé que él logró terminar el pasillo. Lo encontraron hacia la parte posterior», relató.
Paulina conocía a 35 personas de las 49 que perdieron la vida en Álvaro Obregón 286. Al menos dos decenas eran muy cercanas. Murieron encargados de las nóminas, recursos humanos, contabilidad, becarios, gente con experiencia, jefes…
Alrededor de las 15 horas del miércoles, un canino localizó la presencia de Paulina, quien había pasado la jornada sin comer, sin dormir, herida y sola.
“Todas esas horas nos las pasamos gritando. Yo golpeando con unas llaves. Lo que me dijeron los rescatistas es que nos detectó el perro. Empezaron a cavar por ahí, oyeron nuestros gritos. Todo eso tardó horas, horas…», comentó.
Los sonidos rebotaban. La joven pensó que abrirían un agujero cerca de su cabeza, pero no, la luz entró a metro y medio de distancia de su cuerpo.
“Un rescatista bajó, pero aún había escombro. Comenzó a sacarlo en cubetas. Limpiando el área para que yo pudiera salir. Al principio no me encontraba. Y yo sí ya veía su casco, con un foquito. Quitó vidrios rotos. Escombro blando (hojas), escombro duro (piedras cristales). Ya pudo verme», detalla Paulina.
Entre aplausos, con el pie inmovilizado y con la cabeza protegida por un casco, la joven Gómez Huerta emergió del desastre. Su rescate fue captado por la cámara de uno de los presentes.
“YO TENÍA 3 AÑOS»
–¿En algún momento pensaste que ibas a morir?
–Sí. Ya pasando la primera noche, ya es tanto el tiempo que tratas de mantenerte optimista. Sí llega a pasarte por la cabeza que no lo vas a lograr. Había ratos en los que sentía mucho calor y falta de aire. Isaac, por ejemplo, decía que ya no podía respirar bien. Me desesperaba. De repente volvía a llegar aire. Me castañeaban los dientes de frío. Pasaban ratos de silencio y luego volvíamos a gritar. Por mucho que seas optimista, ya había pasado toda la noche, y pues sí empiezas a dudar que la ayuda llegue y más por las dos veces que estuvieron cerca de nosotros y no nos oían.
–¿En qué momento dijiste: «sí voy a vivir»?
–Yo creo que cuando gritaba con ellos dos [Isaac y Lucía]. Haciendo el esfuerzo y oyendo los martillos cerca… Regresaba la esperanza de seguir gritando. No podíamos hacer otra cosa. No podíamos movernos. Las piernas sí las podía mover y el pie lo estiraba porque se me dormía, me dolía. Pero de la cabeza a la cintura, pues no podía hacer mucho. Me había lastimado el dedo derecho, no sé qué se le habrá clavado, a lo mejor un vidrio o algo así.
–¿Qué viste al salir de los escombros?
–Lo primero que vi hacia arriba fue todo el equipo de rescate. A Rodrigo Heredia. Y a mucha gente más, pero ya con cascos, con protección. Un soldado, con un letrero de la Sedena [Secretaría de la Defensa Nacional] en el pecho. Todos muy emocionados, muy amables todos. Acercaron una camilla porque ya sabían que el pie lo tenía muy mal.
–Al ver al militar frente a ti, al estar en una zona de desastre, ¿qué pensaste que había ocurrido en México?
–Dije: «quién sabe cómo esté la ciudad». Me acordaba mucho del 85. Yo tenía tres años en ese momento, y también se partió el edificio en el que yo estaba. Se le quedó un boquete viendo hacia la calle, no se cayó. Fue sobre Avenida Chapultepec, a unas calles de Álvaro Obregón, casi en la misma zona. Dije: «ojalá no haya sido como en esa vez». El dolor del pie me venció. No podía pensar en otras cosas. Pero al salir de la operación sí le pregunté a un enfermero y él fue me fue diciendo de Rébsamen, mencionaba mucho hacia el sur, la colonia Roma, Ámsterdam… Le pregunté que si había más personas del derrumbe de Álvaro Obregón ahí, en la Cruz Roja Polanco, y me dijo que sí, pero no me dijo quiénes, y yo no pensé que fueran tan pocos.
“MI MAMÁ ESTABA SORPRENDIDA»
–¿Qué son para ti los sismos (después de sobrevivir a los dos más fuertes de la historia reciente de la Ciudad de México)?
–En los dos… En uno perdí mi casa y en el otro mi sitio de trabajo. Fue más difícil de superar el primero porque tenía tres años y sólo puedes ver la angustia de la gente sin poder entender. Están los recuerdos en la cabeza. Ya luego vas comprendiendo que es un movimiento natural, que hay cosas que están fuera de nuestras manos.
–¿En qué momento vuelves a ver a tu familia?
Después de la primera operación del pie. Les habían notificado a ellos desde las tres de la tarde (del miércoles 20 de septiembre) que me habían localizado junto con Lucía e Isaac. Nos vocearon, nos metieron a la lista de sobrevivientes. Mi familia lo ve, estuvieron ahí, al pie del cañón. Pero pasaron muchísimas horas para poderme sacar. Mi familia pensó: «ya está en la lista, entonces ¿dónde está?». Me fueron a buscar a hospitales de la Roma, por todos lados. Y cuando salí no estaban, me estaban buscando. Ya hasta pensaban buscarme en el Semefo (Servicio Médico Forense) o algo así, por si salí, pero no lo hice viva. Mi mamá estaba sorprendida. No esperaba que yo fuer a vivir. Cuando vio el edificio sí se le fueron las esperanzas, estaba irreconocible. Puedes ver en Google Maps cómo era el edificio y tras el derrumbe estaba irreconocible. Toda la parte de enfrente completamente derruida. Las ventanas ya no existían.
–¿Secuelas del sismo de 2017?
–Desde el 85 estaba con esto. Había tomado terapias, pero de esa vez. Pues… la parte del duelo queda. Lo que ha pesado mucho son los compañeros que faltan. Fue el piso [el cuarto] con más pérdida de vidas en la ciudad. Y esa parte ha sido muy difícil. Ahí voy, aceptando que ya muchos no van a estar con nosotros. Atesorar el tiempo que estuve con ellos. Eran personas importantes para mí, a pesar del poco tiempo en que los estuve tratando. Yo entré en marzo a Álvaro Obregón, yo acababa de cumplir seis meses ahí… Fue poco el tiempo, pero la calidad del tiempo con ellos en vida fue muy valioso para mí…
–¿Volviste al lugar?
–Dos veces. Dos veces he pasado. La primera sí, salen las lágrimas. Sí fue difícil verlo así. Nada más había visto noticias y la foto de cómo había quedado. Luego supe que se removió piso por piso, pedazo por pedazo para los recates, y luego ya se había quitado el resto. Ya nada más vi (en la primera visita) un montón de tierra junto a la escaleras. Sí, sí duele. Lo que consuela es que salieron todos (con vida o sin vida). Regresaron con su familia. Pero sí duele que ya no están. Hacerte la idea de que ya no están.
–Sonó la alerta sísmica el 25 de diciembre.
–Sí… Sí te asustas… recuerdas. Pero no reaccioné con histeria. Me desesperar mucho esta parte de poder caminar bien para poder salir, pero bueno… Mi mamá sí empezó a llorar, la tuve que tranquilizar. Para mí fue relativamente sencillo estar adentro. Hubiera sido peor ver el edificio y saber que había alguien adentro. Hubiera sido más difícil la parte que vivieron ellos [sus familiares].
–¿Quién es Paulina Gómez hoy, y después de salir de las ruinas de un edificio?
–Pues estoy retomando mi trabajo. Tratando de recuperarme del pie y retomar mi vida normal. En el hospital, amanezco ya con luz de día, que no la había visto y sí me dijeron: eres famosa. Tenía cámaras sobre mí. Y yo decía: «¿por qué?». Causa mucha impresión esta situación tan fuerte y sobrevivir a ella, pero sigo siendo la misma persona. Sí, con una experiencia muy fuerte en mi vida, pero sigo reclutando personal, regresé con mis compañeros. Supe de partes de la familia de la que ya no sabía. El primer mes fue completamente en silla de ruedas. Sin autorización de moverme. Sin muletas, sin bastón, nada. El segundo fue de empezar a ir a rehabilitación, empezar a usar las muletas poco a poco. Yo nunca me había fracturado, ni de pequeña, entonces sí fue difícil, una parte complicada. Estoy feliz de salir.
–¿Qué les dirías a los que salieron a ayudar?
–A los que estuvieron cerca ya les he agradecido. Ya les he dado las gracias. Hay unos que dicen que no, que no hay motivo, pero yo digo que sí. Ellos arriesgaron su vida por gente que incluso ya pudo haber estado muerta. Se aventuraron, se arriesgaron para los que todavía teníamos una esperanza de vida. Ellos [los rescatistas] no pueden ver esa parte. Lo ven como parte de lo que hacen. Han tenido entrenamiento y ya van sobre eso. Algunos son héroes anónimos, gente que no quiere ni dar su nombre.
–Van a hacer el predio un lugar para conmemorar a las víctimas…
–Se está viendo porque hay muchas demandas por lo que pasó. Está en pleito el predio. El dueño está justificando que todo estaba bien y la mayoría de nosotros sabemos que no estaba bien. En el 85 igual hubo tragedias por edificios que ya estaban notificados. El Nuevo León, por ejemplo, que ya estaba notificado, pero se pasó por alto. Este [Álvaro Obregón 286] igual, la notificación era de 1997 y también se dejó pasar por alto. Treinta y dos años después se siguen pasando por alto todas estas cosas. A tiempo se podrían evitar las tragedias, pero se sigue cometiendo el mismo error que costó las vidas de gente querida para mí.
–¿Le dirías algo a los que toman estas decisiones?
–Se queda el ¿por qué?, ¿por qué a pesar de los años se cometen los mismos errores? Que no haya una tercera vez. No le echó la culpa al terremoto, no puedo porque hay algo más. Todo lo que está en pie y que haya sido ese punto el más crítico. La fuerza de la naturaleza no tiene que ver con la tragedia como tal. La tragedia la hizo ese descuido. Se pasaron por alto notificaciones. Desde hace mucho esos edificios debieron dejar de existir…