Por Carola Frentzen
Arusha (Tanzania), 21 mar (dpa) – Su inconfundible silueta es tan típica del paisaje africano como lo son los canguros del australiano. Las jirafas, con esos cuellos que pueden llegar a medir dos metros, son los animales más altos del mundo. Sus elegantes andares la han llevado desde tiempos inmemorables por todo el continente y su mirada apacible con esos grandes ojos de largas pestañas sigue fascinando a mayores y pequeños.
Sin embargo, aunque la jirafa es el animal nacional de Tanzania, corre peligro en este país convertido en paraíso del safari. «En los últimos diez años la cifra de jirafas ha disminuido drásticamente», dijo Marlies Gabriel, una namibia que gestiona junto a su marido un «lodge» u hotel rústico en el parque nacional de Arusha, desde donde promueve la defensa de la naturaleza en la región.
En los alrededores del monte Meru y en los lagos Momella era habitual ver jirafas hasta hace unos años. En la actualidad, a los visitantes del parque les cuesta mucho más toparse con uno de estos mamíferos, a pesar de que sobresalen de entre las platas que los rodean.
La razón es, como tantas veces, la caza furtiva. «Las jirafas son fáciles de matar. Se necesita apenas una bala para acabar con ella o colocar trampas de alambre en las que quedan atrapadas por el cuello o por el pie», según se señala en la página de la Giraffe Conservation Foundation (GCF). Esta fundación, creada en 2009, es hasta la fecha la única organización centrada únicamente en la preservación de estos mamíferos y su hábitat.
Aunque todavía se pueda aceptar como argumento que uno de estos grandes animales procura abundante carne para que sobreviva toda una familia, lo que sí se ha convertido en un peligro es la creencia de la supuesta capacidad sanadora de determinada parte de la jirafa.
«Cada vez más gente cree que la médula ósea del animal puede curar el VIH y el sida», explica Peter, un guía turístico que ha observado un gran descenso de la población de jirafas por todas partes entre el monte Meru, el Kilimanjaro y el ecosistema Amboseli, en la frontera con Kenia. Los expertos de la GCF señalan que un kilo de médula de jirafa puede reportar hasta 120 dólares (113 euros).
Y no sería la primera vez que comerciantes avispados venden a costa de animales medicamentos milagrosos o remedios que aumentan la potencia sexual, entre otros. La caza de elefantes para hacerse con sus colmillos y de los rinocerontes para hacerse con su cuerno han llevado a ambas especies al borde de la extinción.
Las jirafas, que habitan en 21 países de África, se encuentran actualmente en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturalez (IUCN), aunque con el calificativo de «no corre peligro». Eso lleva a que no sean vistos por la opinión pública como animales en riesgo de extinción, señala con preocupación la GCF.
«El retroceso de un 40 por ciento de la población de jirafas en los últimos 15 años pone de manifiesto que las medias de protección son más necesarias que nunca», añade. Si en 1998 había 140.000 jirafas, la GCF contabilizó en 2012 menos de 80.000. En algunas regiones, consideradas un hábitat habitual de las jirafas, su población ha disminuido hasta un 65 por ciento.
Si se extinguieran las jirafas, con ellas desaparecería una de las especies animales más conocidas del mundo. En la Antigua Roma ya se amaba a estos animales de piel manchada. Entonces se creía que eran una mezcla entre el camello y el leopardo y de ahí surgió su nombre científico «Giraffa camelopardalis».
Aparte de la caza furtiva, también incide negativamente en la supervivencia del animal la ampliación de los asentamientos humanos. «Testigos nos han hablado de la matanza de animales por parte de la población local. Su objetivo es marcar el uso que ellos hacen de la tierra», explica Marlies Gabriel. Hasta en paraísos para los animales como el parque nacional de Serengueti los visitantes han documentado cadáveres amontonados de jirafas».
A pesar de algunos avances, Tanzania sigue siendo uno de los países más pobres del mundo. Muchos lugareños están más interesados en la agricultura y en los pastos que en la conservación de la naturaleza, lo que supone una tragedia para los animales salvajes de la región.
«Con el primer presidente Julius Nyerere, en los años 60 y 70 se castigaba con la pena de muerte la caza furtiva de una jirafa», dijo Gabriel. «Por eso es mucho más alarmante constatar que ahora están desapareciendo lentamente».