Rogelio Guedea
12/12/2017 - 12:02 am
AMLO, Meade, Anaya
Los participantes para la presidencia de la República están listos: AMLO, Meade y Anaya. El camino y los atajos, también. La opinión pública, no se diga. Será sobre uno de los tres candidatos anteriores (incluyo a Anaya porque su unción ya es un hecho) que recaerá la presidencia de la República. El eterno aspirante a […]
Los participantes para la presidencia de la República están listos: AMLO, Meade y Anaya. El camino y los atajos, también. La opinión pública, no se diga. Será sobre uno de los tres candidatos anteriores (incluyo a Anaya porque su unción ya es un hecho) que recaerá la presidencia de la República.
El eterno aspirante a la silla presidencial, Andrés Manuel López Obrador, seguirá punteando las encuestas hasta en tanto no empiecen las campañas, pues será ahí que todo el cielo se nuble con el polvaderón que dejarán los sondeos a modo que realizarán cada uno de los candidatos. Aun así, AMLO seguirá representando para la sociedad la opción “menos peor” para ocupar Los Pinos en 2018.
José Antonio Meade Kuribreña, por su parte, parecía que levantaría el pavimento con su ungimiento priista sin ser priista, la opción –se decía- más atractiva para un electorado exigente y harto de la corrupción y la impunidad rojiblanca. No fue así: apenas un día después de su abanderamiento empezó a brotar en redes sociales y medios no oficialistas el verdadero rostro de un candidato cuya honestidad y rectitud parece ser sólo una ilusión, ya que lo vinculan como cómplice de las más grandes estafas (“las estafas maestras”, les llaman) de los sexenios de Calderón y Peña Nieto, hoy en conciliábulo a través de la independiente Margarita Zavala, esposa del primero.
Por último, Ricardo Anaya, conocido como el “Joven Maravilla”, quien consiguió convencer al moribundo PRD y al agonizante Movimiento Ciudadano de que sólo en alianza con un PAN fuerte y un líder nacional (él mismo) que salió con resultados loables en las pasadas elecciones estatales podrían sus partidos sobrevivirse a sí mismos y hacer un papel digno en los comicios presidenciales, todo ello sobre la base de lanzar por delante candidaturas ciudadanas honorables, únicas que podrían camuflar las iniquidades de su coalición. Pese a que en un momento el llamado Frente parecía descarrilarse, Anaya Cortés consiguió sacarlo a flote y, muy inteligentemente, también consiguió lo que a él más le interesaba: quedar como candidato a la presidencia del país. ¿Lo malo? Que la ciudadanización del Frente, que se dijo prioritaria, sigue brillando por su ausencia al haber devenido en una decisión cupular entre partidos, lo que podría traer graves consecuencias a la hora del conteo real de los votos.
Algunos líderes de opinión no se equivocan cuando afirman que AMLO sigue siendo el enemigo a vencer y que entre Meade y Anaya habrá, finalmente, un acuerdo tácito que tenga como objetivo socavar las aspiraciones de López Obrador, de tal modo que no importe quién de ambos gane siempre que quien encabeza todas las encuestas al día de hoy no llegue.
Lo cierto es que el PRI está consiguiendo dividir el voto, que es por lo que de un tiempo a esta parte ha optado para poder ganar (incluida la compra masiva del voto), y si sus cálculos no yerran en esta ocasión (dadas las condiciones políticas incluso trasnacionales) es muy probable que consiga permanecer otros seis años en el poder presidencial, muy a pesar de todos aquellos –entre los cuales me incluyo- que tenemos la convicción de que nuestro país necesita una transformación verdadera y urgente.
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