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Julieta Cardona

12/11/2016 - 12:04 am

Cuestionarse

Así que seguimos midiéndole el agua a los camotes, no vaya a ser que en una de esas, por salirnos del huacal, perdamos pertenencia y ganemos identidad.

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Así Que Seguimos Midiéndole El Agua a Los Camotes No Vaya a Ser Que En Una De Esas Por Salirnos Del Huacal Perdamos Pertenencia Y Ganemos Identidad Foto Google

“¡Burra!”, gritaba junto a mis compañeras de curso a otra que miraba el piso en la esquina más solitaria del aula. La profesora de sexto grado la había enviado para allá. “Y te pones esto”, le dijo, dándole una diadema con orejas de burro. Maricarmen podía ridiculizar con facilidad, así que más valía –sobre todo– no tener dudas estúpidas, hacer la tarea, apurarse en los ejercicios que anotaba en el pizarrón y contestar correctamente sus evaluaciones.

Crecimos limitando nuestras preguntas, administrándolas: midiéndole el agua a los camotes. Cuando era más jovencita toda pregunta parecía tener respuesta. Estudiaba los temas de clase, hacía guías, presentaba exámenes, pasaba o reprobaba y se corregían o reafirmaban mis respuestas de ciencias exactas y ciencias sociales. Respuestas que a simple vista tenían una sola cara, no importaba si eran exactas o no.

Subí de grado y vi reforzado el discurso que mantenían los profesores: “recuerden, no hay preguntas tontas”, decían muchos, y decían bien, pero hay fuerzas identitarias que adquieren más relevancia durante la adolescencia: el sentido de pertenencia. Esa sí era una regla básica de convivencia para toda la vida, no las intervenciones a media clase. La cosa es que si lanzabas la pregunta, el linchamiento colectivo te castigaba con burlas que únicamente significaban desapruebo.

Con tal marginación era preferible tragarte la pregunta. Nadie quería el eco de su duda estúpida nadando entre pupitres. Nadie quería ser ruborizado ni señalado. Se nos hizo más cómodo convivir con el resto mientras le dábamos la espalda a quien cuestionaba el orden aparente. Venimos cargando el miedo y la intolerancia hace un montón. No somos los mismos que antes, somos peores.

Ahora somos adultos y nos da pavor aceptar que somos cobardes. El precio por cuestionar sigue siendo alto: puede costar la vida, la falsa idea de la reputación, los amigos que no eran amigos. Cuestionar es lo mismo que ser un detractor del progreso. No cuestionamos porque aprendimos que los dueños de la verdad son las instituciones and no one messes with Big Pharma, Monsanto, la UNAM, los cascos azules de la ONU, los Windsor, el Vaticano, la UNICEF, Harvard, el FBI, Greenpeace, el FMI o el Premio Nobel de Economía, o de Literatura, o de Medicina.

Así que seguimos midiéndole el agua a los camotes, no vaya a ser que en una de esas, por salirnos del huacal, perdamos pertenencia y ganemos identidad.

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