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Tomás Calvillo Unna

12/11/2014 - 12:02 am

El dilema de la Nación

¿Qué hacer con la relación entre ciudadanos, comunidades, pueblos y los gobiernos y partidos políticos, en un estado nacional en mutación? Hace 25 años miles de mexicanos caminaron por calles y carreteras exigiendo terminar con el régimen autoritario que impedía establecer un sistema democrático en el país. Hoy en día los ciudadanos, principalmente estudiantes, vuelven […]

¿Qué hacer con la relación entre ciudadanos, comunidades, pueblos y los gobiernos y partidos políticos, en un estado nacional en mutación?

Hace 25 años miles de mexicanos caminaron por calles y carreteras exigiendo terminar con el régimen autoritario que impedía establecer un sistema democrático en el país. Hoy en día los ciudadanos, principalmente estudiantes, vuelven a tomar las calles para exigir detener el estado de terror que se sigue diseminando por el territorio nacional.

La llamada transición democrática fue secuestrada por los actores que se suponía eran los responsables de consolidarla. Los partidos políticos se sumaron al desmantelamiento del Estado y en la llamada globalización económica se convirtieron en administradores y custodios de una avasallante capitalismo salvaje, cuya vertiente más siniestra ha sido el llamado crimen organizado.

La geografía del país aceleró ese proceso, el mercado del norte de drogas y armas, se multiplicó exponencialmente en una cultura triturada día a día por el concepto del dinero y el éxito. Se instaló la metáfora del rufián como el arquetipo del sagaz triunfador.

El sistema político electoral fortaleció esos circuitos de la economía del crimen; dinero y votos se volvieron inseparables. Contar los votos dejó de ser el problema, el dinero detrás de ellos se encargó de lavar la democracia mexicana.

Las aspiraciones de cambios, reformas, opciones, alternativas políticas y sociales, búsqueda de nuevos camino de forma pacífica, toda esa energía social creativa se encontró ante la amenaza cotidiana de una violencia a la vuelta de la esquina asistida por la impunidad sistemática.

México se convirtió en un territorio de la muerte para cientos y miles de migrantes, ya no más una tierra de refugio o al menos de paso sin tanto riesgo como lo fue en alguna época.

Ante esta cruenta evidencia del país de las fosas, los discursos de los políticos en estos últimos días están huecos; ellos no pueden cambiar un ápice esta realidad. Incluso muchos ni siquiera la ven, creen que lo que en estas últimas semanas ha sucedido es un conflicto más que se puede administrar para archivarlo y volver a apostar al olvido, apoyados en el vértigo de las exigencias cotidianas de sobrevivencia y en el uso del espectáculo masivo de los múltiples entretenimientos.

En el fondo hay un hueco inmenso, un vacío, que explica en parte la carencia de sensibilidad y la falta de horizonte político.

La distancia del poder con la realidad cotidiana de los habitantes del país se aceleró en los últimos años. El sistema político mexicano, un anacronismo en su expresión misma, está resquebrajado por dentro y no tardan sino es que ya se iniciaron sus feroces pugnas internas frente a los vacíos de poder que en él se manifiesta. Los grandes intereses económicos nunca están cruzados de brazos y pronto dejaran ver su presencia.

El pacto de arriba de la pirámide que la transición democrática reforzó perdiendo su camino, está llegando a su fin.

Este es parte del contexto donde las marchas que exigen fin a un estado cómplice del crimen, se expresan.

Los ciudadanos con sus múltiples organizaciones tendrán que construir la agenda que permita acotar y reducir la violencia y devolverle al país su inspiración, confianza creatividad y camino.

El rostro desollado de Julio Cesar Mondragón es el espejo donde la nación se mira e interroga; y el cariño y valor de la joven Marissa su esposa y viuda es el aliento que vence al viento helado del odio y reclama justicia.

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