En el aniversario 32 de uno de los temblores más devastadores que se han experimentado en la capital del país, y a manera de pesadilla, la tierra se sacudió intensamente. Un terremoto de magnitud 7.1 terminó con edificios, vidas, sueños por cumplir, pero también reavivó la unión entre los mexicanos.
La gente de a pie reaccionó al instante, no así las autoridades. Los civiles salvaron a los civiles. En eso coinciden quienes apoyaron. Poco después de la tragedia que llegó a la 1:14 de la tarde, los encargados de negocios de comida ya llevaban alimentos a donde eran requeridos… y así fue de día y de noche.
Ciudad de México, 12 de octubre (SinEmbargo).– Han pasado casi cuatro semanas desde el movimiento telúrico que dejó como saldo la muerte de más de 350 personas y alrededor de 150 mil casas afectadas.
En el aniversario 32 de uno de los temblores más devastadores que se han experimentado en el ex Distrito Federal –el del 19 de septiembre de 1985–, y a manera de pesadilla, la tierra se sacudió intensamente. Un terremoto de magnitud 7.1 terminó con edificios, vidas, sueños por cumplir, pero reavivó la unión entre los mexicanos.
Ahora, poco a poco, los negocios de la Ciudad de México retoman sus actividades, aquellas que fueron pausadas para dar paso a la solidaridad, a la hermandad, al llamado de auxilio de su gente.
Muchos restaurantes, principalmente aquellos cercanos a las zonas de desastre, se dieron a la tarea de preparar alimentos para los voluntarios y brigadistas que dedicaban horas sacando piedras y escombros en búsqueda de vidas atrapadas entre pesadas losas.
La gente de a pie reaccionó al instante, no así las autoridades. Los civiles salvaron a los civiles. En eso coinciden quienes apoyaron. Poco después de la tragedia que llegó a la 1:14 de la tarde, los encargados de negocios de comida llevaban alimentos a donde eran requeridos y abrían sus instalaciones para brindar servicios como Internet, sanitarios, regaderas.
La lista es larga: Broka Bistrot, Comixcal, Los Alebrijes, Bandini, Yuban, Angelopolitano, Mexsi Bocu, Barracuda Dinner, Tres Condesas, Breakfast Roma, Biko, La Docena, Contramar, Romanata, Mibong, Tamales de Lupita, Iztamalli, Pizza Local, Blanco y Negro, son sólo algunos de los comercios de comida que se sumaron al apoyo de víctimas y voluntarios.
Pehüa, El Comedor de los Milagros, Fonda La Garufa y Parián Condesa, son otros. Ellos compartieron su historia con SinEmbargo.
PARIÁN CONDESA: LETARGO DE AUTORIDADES
Ramón Orraca, el dueño de Parián, vivió el sismo de 1985 y rememora que con su padre, hace 32 años repartió comida en el Zócalo capitalino.
Y, 32 años después, las imágenes son similares: edificios colapsados, sufrimiento y voluntarios sacando escombros, buscando vidas. La noche del temblor la producción de tortas no paró hasta las 3 de la mañana.
Concentraron la preparación en el local de la Roma, después se dividieron la producción que llegó a 23 mil tortas y unas 5 mil porciones de comida caliente: una mitad se fue a Álvaro Obregón 286 y la otra a la esquina de Ámsterdam y Laredo.
Los días siguientes convocaron al gremio foodie a hacer tortas y cocinar tamales, la respuesta, sostiene, fue total.
«Juntos lo podemos todo», remarca. En cambio, las autoridades mantuvieron un «letargo» para apoyar.
Ocho días después del sismo, el miércoles 27 de septiembre pararon la producción porque «nos empezamos a dar cuenta que nuestra ayuda ya no era tan necesaria y ya había pasado la emergencia y ya teníamos que dejar que la autoridad se metiera a trabajar e hiciera lo que le correspondía, porque no había hecho nada… al menos esa fue nuestra percepción: de un letargo absoluto».
«Fue la gente la que sacó a la gente. Fue la gente la que se autosalvó», afirma.
PEHÜA: TODOS SOMOS UNA FAMILIA
En el momento en que la tierra dio tregua y detuvo su sacudida, algunos colaboradores del restaurante, al darse cuenta de la magnitud de la catástrofe, regresaron por el pan recién horneado, servilletas, botiquín y lo que tuvieron a su alcance que pudiera ser útil en medio de lo que ocurría ante sus ojos en la colonia Roma, una de las más afectadas.
Mónica Lezama, jefa de cocina de Pehüa, cuenta que el personal se dividió: algunos trabajadores corrieron a sacar escombros en los edificios cercanos, otros a repartir lo que recién sacaron de la barra. Refrescos, agua y comida eran repartidos en las zonas azotadas, donde se congregaban voluntarios que ya se contaban por decenas.
Después de la revisión por parte de Protección Civil que dio luz verde a la operación del local, Mónica y su equipo pusieron manos a la obra para habilitarlo como comedor comunitario y centro de acopio. También abrieron su red de internet y pusieron la energía eléctrica al alcance de todos.
«Nos trajeron kilos y kilos de harina, estuvimos regalando empanadas. Abrimos las redes de WiFi, baños y todo para que al menos si no querían comer, vinieran a sentirse resguardados del calor y del ambiente que era de tristeza y… no sé, horrible. Dimos calditos calientes, té y café todo el tiempo, intentamos que la gente se sintiera protegida», recuerda.
Dice que la mayor enseñanza que el terremoto dejó fue la unión en el país y en la colonia.
«Era increíble. Uber dio viajes gratis, había centros de acopio por todos lados. Era impresionante […] Somos todos una familia. Roma, Condesa, en sí todos los afectados, toda la ciudad», sostiene la chef de 26 años de edad.
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FONDA LA GARUFA: SOMOS MÁS LOS BUENOS
David Garay, gerente de Fonda la Garufa, comparte que la complicada situación los movió. Él y su equipo repartieron café, tortas y comida caliente a las zonas de desastre.
Reconoce que fue la sociedad civil la que se organizó para sacar adelante a su ciudad y, como muchos capitalinos, tiene esperanza en que la organización, la unión y el trabajo en equipo no cesen. Los restaurantes de la zona, por ejemplo, se unieron, sin importar la marca, dice sonriente.
«Espero que no nada más este desastre nos haya hecho movilizarnos, sino que sigamos organizados, nos organicemos mejor, nos informemos y exijamos realmente un mejor país. Sí creo y estoy convencido que podemos hacer las cosas de diferente forma […] Una vez más queda demostrado que somos más los buenos que los malos», deja claro.
EL COMEDOR DE LOS MILAGROS: FUERZA, MÉXICO
Hernán Marquestau, un argentino que llegó a vivir a México 23 días antes del temblor, vio en los capitalinos fuerza y unión. El extranjero está a cargo de Comedor de los Milagros que alberga 7 comidas latinoamericanas: argentina, brasileña, venezolana, colombiana, peruana, uruguaya y, por supuesto, mexicana.
El chef y gerente del sitio se queda con la enseñanza que dejó el sismo: la fuerza. «Lo que mayormente veo es cómo la gente se convierte en solidaria, deja de pensar en el riesgo de lo que pueda seguir pasando con tal de ayudar», comenta.
El 19 de septiembre a la 1:14 de la tarde, «vivimos algo que nadie esperaba. Yo como argentino, con 23 días es México, vi por primera vez cómo se movía la tierra, vimos muchas cosas muy fuertes, fue mi primera experiencia en una situación tan dramática», recuerda.
Platica conmovido que al día siguiente del sismo el personal de cada cocina llegó a trabajar al lugar que se convirtió en un gran centro de acopio y en comedor comunitario para víctimas, brigadistas y voluntarios. Además, se encargaron de llevar alimentos calientes a algunos sitios de desastre.
«La voluntad de ayudar nació de cada una de las personas que trabajan aquí. En casos así las personas se hacen más solidarias y su idea es ayudar», asegura.
Hernán no tenía idea de los que era un topo. Después del temblor caminaba por la calle y al llegar a uno de los edificios en ruinas ofreció su apoyo. Un bombero alto y regordete lo miró y soltó:
–¿Quieres ser topo?–.
–Sí– dijo, sin pensar.
Cuando el hombre le explicó que su delgado cuerpo de no más de 1.65 cabía por un pequeño túnel por el que debía arrastrarse en busca de personas atrapadas, reafirmó su respuesta e ingresó, pero nadie se encontraba allí.