Jorge Alberto Gudiño Hernández
12/09/2015 - 12:01 am
Nuevas formas de pensar
La discusión en torno al efecto de la tecnología no es algo nuevo. Tampoco lo son los ejemplos que buscan comparar la actualidad tecnológica con otros momentos históricos en los que un medio amenazaba con desplazar al otro. Así pues, hablar de la imprenta, la radio, el cine, la televisión e, incluso, el teléfono o […]
La discusión en torno al efecto de la tecnología no es algo nuevo. Tampoco lo son los ejemplos que buscan comparar la actualidad tecnológica con otros momentos históricos en los que un medio amenazaba con desplazar al otro. Así pues, hablar de la imprenta, la radio, el cine, la televisión e, incluso, el teléfono o algunas formas de telecomunicación resultaría redundante. Si acaso, llama la atención el factor común que las engloba: nunca antes una terminó con las anteriores. Por esa razón suena demasiado tremendista el clamor de los que sostienen que Internet va a acabar con todos sus predecesores, el libro incluido.
Los argumentos son válidos y se pueden sintetizar de forma clara. Hablar de Internet ya no es hablar de esa herramienta abstracta que uno utiliza robándole horas al trabajo. El asunto ha ido mucho más lejos: Internet nos acompaña todo el día y a toda hora. Baste ver cómo utilizamos y llenamos de aplicaciones nuestros teléfonos celulares. Pero discutir el tema, enarbolar argumentos asegurando que lo importante no es la herramienta sino la forma en que se utiliza o sumarse en cualquier grado a las dos posturas radicales que existen en torno al asunto (los fervientes defensores del avance tecnológico o los recalcitrantes fanáticos de la premodernidad) no lleva a nada. Si acaso, a llenar horas de plática y a sumarnos a uno u otro grupo. Lo relevante, entonces, radica en aceptar la existencia de estos medios y recursos como algo que se ha insertado, para quedarse, en nuestras vidas.
Nicholas Carr se ha dado a la tarea de responderse a muchas de las preguntas que surgen cuando se aborda el tema. Más allá de puntos de partida bien definidos o de posturas fundadas en las emociones, él llevó a cabo una investigación profunda del fenómeno. El resultado es Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, editado por Taurus.
En su búsqueda, Carr ha descubierto varios asuntos inquietantes. Algunos de ellos se basan en experimentos desarrollados por científicos preocupados por la manera en la que el nuevo entorno nos afecta. Así pues, se puede demostrar de manera contundente que el uso indiscriminado de la computadora, Internet y las redes sociales en la forma en la que lo hacemos hoy en día conlleva determinadas consecuencias. Entre ellas destaca la pérdida de la concentración. No es raro que nuestras escuelas y universidades estén habitadas por un porcentaje creciente de alumnos con déficits de atención. Tampoco lo es que la atención se reduzca.
Algunos de los experimentos muestran cómo es que esto sucede. Si se le da un texto impreso a una persona, ese mismo texto desplegado por una pantalla y ese texto desplegado incluyendo hipervínculos (aunque no los active) los procesos mentales son diferentes. Al parecer, basta con la simple posibilidad de distracción para que nuestra mente deje de concentrarse en lo que está leyendo. Y, si es así, esta posibilidad se exacerba con quienes han utilizado Internet con regularidad: nuestro cerebro se ha acostumbrado a tomar decisiones cuando se topa con una palabra “resaltada”, con un link que apunte a algo más. Incluso la decisión de ignorarlo implica un ejercicio mental que no es compatible con la lectura. Y el cerebro de cualquiera que haya utilizado Internet sabe de estas posibilidades. Lo alarmante es que bastan unas cuantas exposiciones al medio para que la mente se adecue a la nueva forma de procesar la información.
Ejemplos como el anterior los hay por docenas en Superficiales. También algunos que hablan sobre los aspectos positivos de Internet, como el hecho de aumentar ciertas habilidades espaciales. Al margen de ello, no debe entenderse al libro como una crítica a nuestra realidad hipertecnologizada. Por el contrario, es un llamado de atención. Resulta innegable que nuestros cerebros funcionan de manera diferente, a nivel neurológico, que hace apenas un par de décadas. Es un cambio tan real como irreversible. Por eso no tiene sentido luchar contra él. Aunque tampoco es el momento de resignarse.
Nicholas Carr, a través de una decena de capítulos y algunos extras, no sólo nos hace conscientes de lo que nos está tocando vivir. Lo hace a partir de una prosa clara y profunda que cautiva de inmediato. También nos habla de los cambios, del porvenir y de las alternativas que existen para ser habitantes de los dos mundos sin menoscabo del otro. Al hacerlo no sólo nos abre un panorama que, para muchos, se estaba clausurando. También nos invita a no dejarnos llevar por la corriente sino ser partícipes de ella al tiempo que nos resistimos a su arrastre. A fin de cuentas, se mire por donde se mira, no podemos sino sabernos parte de este momento histórico. Lo que nos corresponde es actuar en consecuencia.
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