Jorge Zepeda Patterson
12/06/2016 - 12:00 am
2018: Frankestein vs Terminator
Parecería una debacle para el partido en el poder y un claro signo de que está en camino de perder la elección presidencial en 2018. A juzgar por la reacción del PAN, cualquiera diría que si los mexicanos votaran hoy mañana mismo el blanquiazul regresaba a Los Pinos. No es así. Una lectura más fina de los datos del domingo revela que Terminator está tan vivo como siempre.
Al igual que a Terminator, el androide venido del futuro, es imposible matar al PRI, ese dinosaurio reminiscencia del pasado. Una y otra vez, cuando parecen entrar en agonía acaban transformarse en otra cosa y sobreviven un siguiente ciclo. Más aún, en ocasiones su nueva versión parece aún más poderosa que la anterior.
El domingo pasado las urnas asestaron un duro golpe al partido del presidente. O así parece. Con las entidades perdidas en la elección (Veracruz, Durango, Tamaulipas, Quintana Roo, Chihuahua y Aguascalientes) gobernará en un territorio en el que viven 55 millones de personas, 13 millones menos que antes de los comicios. Por primera vez en la historia moderna más de la mitad de la población tendrá un gobernador que no es del PRI.
Parecería una debacle para el partido en el poder y un claro signo de que está en camino de perder la elección presidencial en 2018. A juzgar por la reacción del PAN, cualquiera diría que si los mexicanos votaran hoy mañana mismo el blanquiazul regresaba a Los Pinos. No es así. Una lectura más fina de los datos del domingo revela que Terminator está tan vivo como siempre.
Primero, porque la suma de todos los votos de la elección del domingo, cerca de 11.5 millones, reitera que pese a las derrotas el PRI es la primera fuerza del país. Es decir, si México sólo consistiera en las doce entidades en las que hubo elección de gobernador, la votación nacional habría quedado de la siguiente manera: PRI 32 por ciento con 3.6 millones de votos; PAN 29 por ciento con 3.3 millones; Morena 20 por ciento con 2.3 millones y PRD 14 por ciento con 1.6 millones (son números redondeados y no suman 100 por ciento por la omisión de otras fuerzas políticas menores).
Este reparto confirmaría lo que muchos han venido sosteniendo: entre más fragmentado quede el voto, más posibilidades tiene el PRI de salir triunfante, gracias a que sigue siendo el partido con el mayor núcleo duro (o estructura clientelar, como usted quiera llamarle). En este ejercicio, que en realidad es una muestra real que abarca un tercio del territorio, queda claro que, pese a los muchos errores cometidos, el PRI sigue siendo el favorito de llevarse el 2018. En suma, si el domingo hubiéramos tenido elecciones presidenciales el partido en el poder habría ganado.
Y, por lo demás, pese al jolgorio panista, no podemos descartar que muchas de esas batallas electorales se dieron entre priistas. En Veracruz, en Durango y en Quintana Roo la falta de peso del PAN y del PRD les obligó a ir por candidatos desairados por el PRI. Eso no significa que la oposición tenga una bases social vigorosa en esas entidades, sino simplemente que el partido en el poder se escogió al candidato equivocado.
Con todo, la lectura de las cifras anteriores también ofrece un vaso medio lleno. En efecto, el PRI ganaría la presidencia con apenas un tercio de los votos. Pero eso significa que dos tercios estarían votando por otro partido. Cualquier alianza entre ellos haría trizas al tricolor. Esa es la verdadera pesadilla para Peña Nieto y los suyos.
De hecho, el domingo pasado la izquierda habría “ganado” esa hipotética elección nacional si Morena y PRD no estuvieran separados. Sumados obtuvieron 34 por ciento de la votación; dos puntos más que el PRI y cinco más que el PAN. En caso de llegar unidos al 2018 potencialmente serían la fuerza a vencer.
Se me dirá que es un escenario peregrino si consideramos las reiteradas ocasiones en que Andrés Manuel López Obrador, líder de Morena, ha rechazado cualquier posibilidad de alianza con sus ex correligionarios.
Muchos más realista y peligrosa para el PRI sería una alianza entre el PAN y el PRD. Aunque en papel los dos partidos tienen plataformas ideológicas opuestas, en política las convicciones son siempre maleables a los intereses del momento. De hecho, en esta última jornada electoral la mancuerna logró imponerse en tres estados, aun cuando se unieran en torno a un candidato ex priista. Un Frankenstein ideológico, en efecto, pero muy efectivo electoralmente.
Habría muchos obstáculos a vencer para imaginarse una candidatura presidencial PAN-PRD para el 2018, obviamente. Encontrar un agenda común y un candidato aceptable para las dos partes no sería sencillo. El socio más fuerte, el PAN, llevaría la voz cantante, pero habría que ver si está dispuesto a pagar la factura política que exigiría el PRD para endosarle sus votos. Un panorama complicado, pero el incentivo es enorme; serían, con mucho, los favoritos para meterse a Los Pinos. ¿Cómo y con quién? esa es otra historia. Pero está claro que Frankestain sí sería capaz de poner a dormir a Terminator, al menos otros seis años.
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