Nada es más difícil de producir que fotografías que merezcan ser vistas. Antoine Claudet, 1861
Por Carlos F. Ramírez Sierra
Ciudad de México, 12 de mayo (SinEmbargo).- El 24 de abril se cumplieron 101 años del natalicio del cinefotógrafo Gabriel Figueroa. Enamorado del paisaje, las escenas del maestro han impregnado la estética del cine mexicano y las imágenes que han guiado la memoria colectiva mundial sobre el “horizonte mexicano”.
La revista Artes de México dedicó una edición con especial cuidado a este artista mexicano. El arte de Gabriel Figueroa es un ejemplar lleno de fotografías a blanco y negro, tomadas directamente de la colección personal del cineasta que crean un valioso documento de la vida y obra de este ícono silente de la pantalla de plata.
Además del dibujo íntimo de un apasionado de la luz, entre las páginas de esta edición, el lector se encuentra con las celebridades de la farándula: Mario Moreno “Cantinflas”, o la inigualable Dolores del Río que formaron parte de la lente de Figueroa. Desde el relato personal de Carlos Fuentes o Monsiváis, hasta la invaluable e intimísima entrevista realizada por la historiadora y directora de la revista, Margarita de Orellana, observamos el festejo amistoso de quienes en vida lo conocieron y apreciaron.
En principio, la enorme cantidad de fotografías que enriquecen el ejemplar sorprende e invita a descubrir el resto. Escenas como la imagen de dos mujeres mirando el horizonte marino en La Perla que, a manera de póster, nos transporta a observar más de cerca su manejo compositivo. La Declaración de Oficio, palabras que Figueroa pronunció al recibir el Premio Nacional de Artes, nos introduce en el paradigma cultural de lo que entonces serían sus funciones menos exploradas:
No he hecho otra cosa que delimitar la realidad
entre las manos de una cámara fotográfica.
El texto de Fuentes resume, de manera anecdótica, en dónde radica la grandeza de su genio. Identifica, primero, su exploración técnica con los filtros de blanco y negro y su obsesión casi metódica por la composición y el encuadre. Además, observa los contrastes entre temperamentos creativos con los que trabajaba como Buñuel o John Ford, frente al brío nacionalista de Emilio “El Indio” Fernández y la disección de lo que constituye la mirada fotográfica de Gabriel:
Ese terror y la fascinación ante lo que se mira y lo que se quiere crear al mirarlo por temor que si dejásemos de hacerlo, siga existiendo con nosotros, y si continuamos mirándolo, nos recupere, nos abrace mortalmente, nos reintegre al mundo de la naturaleza mexicana.
Durante la entrevista que de Orellana realiza, Figueroa nos cuenta sus orígenes; cómo llegó a la fotografía y su interés por otras artes aledañas; la música, el dibujo y la pintura, el relato de sus clases en el conservatorio de música, sus pasos cercanos con los grandes maestros de la música nacional como Manuel M. Ponce y Julián Carrillo, así como la relación cercana y personal que tuvo con Diego Rivera y David A. Siqueiros.
El texto de Monsiváis forja una cronología de su trayectoria en la que explora sus influencias con los muralistas. El escritor nos afirma que aquello que la mancuerna Fernández-Figueroa realizó para el cine nacionalista fue semejante a lo que sus contemporáneos hicieron en el muralismo: ambos estimaban que la educación postrevolucionaria liquidaría a los caciques. Años después, no estoy tan seguro de que en realidad haya ocurrido. Son tiempos difíciles para los soñadores.
La edición cierra con una carta a mano alzada del grabador y escultor José Luis Cuevas, quien lo conoció como amigo, y que afirma que sin duda fueron las escenas de la Ciudad de México en la lente de Figueroa las que más influyeron su trabajo como grabador. De principio a fin, encontramos en esta revista, además de la apreciación estética de estas grandes, el relato de amigos que acompañaron a Figueroa a lo largo de su vida y obra.
Como estudioso de la comunicación y ávido fanático del cine mundial, agradezco una edición de tal belleza. En El arte de Gabriel Figueroa podemos adentrarnos sin miedo al modus operandi de uno de los grandes autores mexicanos. La revista nos ofrece un retrato hablado de mano de quienes trataron con el genio creativo, pionero y vanguardista que abrió los ojos de la industria de Hollywood a nuestro cine. Hoy que nuestro cine está tan en boga como el cuarteto de mexicanos Charro Gang.
La época de oro de nuestro cine está plagada mitología que es difícil discernir entre la ficción y la verdad. Sin embargo, estas grandes figuras continúan presentes en nuestra historia. Como anecdotario personal, puedo señalar el conocer en vida a los descendientes de algunas de estas personalidades; el propio nieto de Figueroa, diseñador, vive en una casa que Barragán le construiría al fotógrafo en el pueblo de San Jerónimo. A él lo conocí por medio de un descendiente de la familia Orozco.
Conforme exploraba los textos de esta edición no podía evitar emocionarme cada que algunos de los autores mencionaba las palabras “mi amigo”. Hoy tengo el privilegio y el honor de poder decir que gracias a este ejemplar, aun cuando nunca le conocí, el maestro Figueroa es también mi amigo. Y éste es el mayor privilegio que la lectura nos puede dar.